Opus Dei 08 de junio de 2024
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Comentario
al evangelio del 10.º domingo del Tiempo ordinario. “Quien hace la voluntad de
Dios, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre”. La familia de Jesús no se
basa en vínculos naturales, sino en la fe y en el amor que acoge y une. Todos
estamos llamados a formar parte de ella.
Evangelio (Mc
3,20-35)
Entonces
llegó a casa; y se volvió a juntar la muchedumbre, de manera que no podían ni
siquiera comer. Se enteraron sus parientes y fueron a llevárselo porque decían
que había perdido el juicio.
Y los
escribas que habían bajado de Jerusalén decían:
–Tiene
a Beelzebul, y expulsa los demonios por el príncipe de los demonios.
Y
convocándolos les decía con parábolas:
–¿Cómo
puede Satanás expulsar a Satanás? Si un reino está dividido en su interior, ese
reino no puede sostenerse; y si una casa está dividida en su interior, esa casa
no podrá sostenerse. Y si Satanás se levanta contra sí mismo, entonces se
encuentra dividido y no puede sostenerse, sino que ha llegado su fin. Pues
nadie puede entrar en la casa de uno que es fuerte y arrebatarle sus bienes, si
antes no ata al que es fuerte. Solo entonces podrá arrebatarle su casa.
En
verdad os digo que todo se les perdonará a los hijos de los hombres: los
pecados y cuantas blasfemias profieran; pero el que blasfeme contra el Espíritu
Santo jamás tendrá perdón, sino que será reo de delito eterno.
Porque
ellos decían:
–Tiene
un espíritu impuro.
Vinieron
su madre y sus hermanos y, quedándose fuera, enviaron a llamarlo. Y estaba
sentada a su alrededor una muchedumbre, y le dicen:
–Mira,
tu madre, tus hermanos y tus hermanas te buscan fuera.
Y, en
respuesta, les dice:
–¿Quién
es mi madre y quiénes mis hermanos?
Y
mirando a los que estaban sentados a su alrededor, dice:
–Estos
son mi madre y mis hermanos: quien hace la voluntad de Dios, ese es mi hermano
y mi hermana y mi madre.
Comentario al Evangelio
A
Jesús, en el cumplimiento de su misión, no le faltaron dificultades surgidas de
malentendidos, como a veces puede sucedernos también a sus discípulos. Este
pasaje del Evangelio habla de dos tipos de incomprensiones que tuvo que afrontar.
Una de
ellas fue por parte de algunos escribas que, ante las curaciones de
endemoniados que había realizado, se resisten a creer e intentan
desacreditarlo. Dicen que «tiene a Beelzebul, y expulsa los demonios por el
príncipe de los demonios» (Mc 3,22), lo que equivale a decir que estaba
endemoniado.
La
envidia hace perder la objetividad e incluso puede llegar a dañar gravemente la
reputación de los demás. Por eso, este episodio tiene una enseñanza que nos
sirve a todos, y el Papa Francisco nos advierte con prudencia: «Puede suceder
que una envidia fuerte por la bondad y por las buenas obras de una persona
pueda empujar a acusarlo falsamente. Y aquí hay un verdadero veneno mortal: la
malicia con la que, de un modo premeditado se quiere destruir la buena
reputación del otro. ¡Que Dios nos libre de esta terrible tentación! (…) Estad
atentos, porque este comportamiento destruye las familias, las amistades, las
comunidades e incluso la sociedad».
Jesús
no tolera esta acusación y responde enérgicamente con un argumento que
cualquiera puede comprender: «Si un reino está dividido en su interior, ese
reino no puede sostenerse; y si una casa está dividida en su interior, esa casa
no podrá sostenerse. Y si Satanás se levanta contra sí mismo, entonces se
encuentra dividido y no puede sostenerse, sino que ha llegado su fin» (Mc
3,24-26). El Señor da la vuelta a las blasfemias que lanzaban contra él y deja
clara la importancia de la unidad para sacar adelante cualquier proyecto. De
hecho, en la última cena, Jesús pedirá al Padre que conserve en la unidad a sus
discípulos: «Que todos sean uno; como tú, Padre, en mí y yo en ti» (Jn 17,21).
Otro
tipo de incomprensiones que Jesús tuvo que afrontar procedía de sus propios
parientes, que echaban de menos el tenerlo con más frecuencia entre ellos.
Cristo estaba tan entregado a la gente que a veces no tenía tiempo ni siquiera
para comer, así que ellos «fueron a llevárselo porque decían que había perdido
el juicio» (Mc 3,21).
El
texto evangélico habla de sus «hermanos» (Mc 3,31). La palabra «hermanos» era
en arameo, la lengua hablada por Jesús, un término genérico: se llamaba
hermanos también a los sobrinos, los primos hermanos y los parientes en
general.
Cuando
le dicen al Señor que «tu madre, tus hermanos y tus hermanas te buscan» (Mc
3,32) responde de un modo aparentemente duro: «¿Quién es mi madre y quiénes mis
hermanos? (…) Quien hace la voluntad de Dios, ese es mi hermano y mi hermana y
mi madre» (Mc 3,33 y 35). La nueva familia que Jesús ha formado ya no se basa
en vínculos naturales, sino en la fe y en el amor que acoge y une. Todos
nosotros estamos llamados a formar parte de ella.
Esto
no excluye a su madre, ni a sus parientes; al contrario, les otorga el mayor
reconocimiento. María es con toda razón su madre, ya que siempre obedeció en
todo a la voluntad de Dios. Por eso dice san Agustín que «Santa María cumplió
con toda perfección la voluntad del Padre, y, por esto, es más importante su
condición de discípula de Cristo que la de madre de Cristo, es más dichosa por
ser discípula de Cristo que por ser madre de Cristo».
Tomado
de: https://opusdei.org/es/gospel/
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