Por Américo Martín
La lucha por el poder en
Venezuela acaba de cristalizar en un extraño, aunque no original sistema de
dualidad de poderes o poder dual, como también se le conoce. Es un caso que por
momentos ha sido objeto de apasionadas discusiones particularmente en el mundo
de los comunistas en tiempos de Lenin, Trotski y a su modo, Stalin. En general,
se caía en el tema de las instituciones estatales, de su apariencia y
sustancia. Un notable historiador italiano, Benedetto Croce recomendaba no
identificar la realidad del poder estatal con los simplismos que inducían a
confundirlo con ciertas indicaciones que parecen contundentes pero muchas veces
se alejan más bien de la verdad.
Maduro, dirán algunos, es
presidente real porque tiene el ejército. Guaidó tiene popularidad, agregarán,
que siempre cede a la fuerza armada y cuerpos análogos.
Es la melancolía del que
espera soluciones inmediatas eternamente postergadas que, por eso mismo, ponen
la suerte del cambio democrático en manos del azar o del poder armado exhibido
como salvador de la patria.
Confiarse al azar equivale a
apostar a los dados quién sea el ganador sin necesidad de irse a las manos,
hacen una breve tregua para contar los cañones que tiene cada bando y el que
disponga así sea de uno más, es declarado vencedor. Un astuto homenaje a la
paz.
Lo que sin duda es cierto es
que el destino de las controversias y tensiones presentes donde combatan dos
poderosos búfalos, engarzadas sus cornamentas y empujándose con toda su alma,
el que será el más fuerte es el que al final se alzará con la victoria.
El asunto es definir la
calidad de esas fuerzas y usar la inteligencia política. De entrada no puedo
saber si el más fuerte es el que se entrega a las armas y grupos que las
portan, o quien suma factores distintos y no deja de ganar gente en el campo
adversario y de perfeccionar la defensa de su causa en el entendido del enorme
papel de la opinión pública, decisiva como la que más. Conspira contra sí mismo
quien desprecia la paz y asume la fatalidad de la guerra y adicionalmente
considera que la venganza es una forma de justicia y no su negación. Porque si
triunfa la paz será premiada la política que la hizo posible. Y si pese a todo,
la violencia extrema impone la guerra, habría que afrontarla empuñando la
bandera oficial de la paz y nunca la calavera pirata y las tibias cruzadas,
alguna vez usadas por Augusto César Sandino.
Esa intangible lucha por
ganar la batalla de la opinión la está perdiendo con sus actos Nicolás Maduro,
como le han reprocharon con energía de un extremo a otro del mundo, también los
opositores, digamos neutrales, y muchos oficialistas que comienzan a no verle
sentido a los actos sectarios, agresivos y excluyentes. Leo que algunos se
niegan a seguir reuniéndose con el PSUV hasta que no cumplan su promesa de
liberar presos políticos. Esa medida siempre partió de los gobiernos como gesto
de paz, no medio de negociación. Bueno, ¡con su pan que se lo coman! Pero como
sea hay que exigirla y extenderla a los muchos militares que los acompañan
¡Mano tendida a todos los que quieren cambios y presionan la libertad de
compatriotas encarcelados!
¿Dónde está pues el poder
real, en el esquema de la dualidad de poderes? Las fuerzas del cambio contraen
nuevas alianzas y más países del mundo hacen suya la causa que defienden y
corrientes plurales consolidan la unidad de lo diverso para que prosiga sin
pausa la serena y tenaz lucha por acrecer la favorable opinión de terceros, al
tiempo que se hacen visibles retrocesos oficialistas en esos dominios.
Parece que la ubicación del
poder real será cada vez más obvia. Sería un buen momento para acelerar sin
cartas marcadas el cambio profundo y urgente exigido por nuestra atormentada
Venezuela.
07-01-20
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