San Josemaría 11 de enero de 2020
Por
mucho que ames, nunca querrás bastante. El corazón humano tiene un coeficiente
de dilatación enorme. Cuando ama, se ensancha en un crescendo de cariño que
supera todas las barreras. Si amas al Señor, no habrá criatura que no encuentre
sitio en tu corazón. (Via Crucis, 8ª Estación, n. 5)
Fijaos
ahora en el Maestro reunido con sus discípulos, en la intimidad del Cenáculo.
Al acercarse el momento de su Pasión, el Corazón de Cristo, rodeado por los que
El ama, estalla en llamaradas inefables: un nuevo mandamiento os doy, les
confía: que os améis unos a otros, como yo os he amado a vosotros, y que del
modo que yo os he amado así también os améis recíprocamente. En esto conocerán
todos que sois mis discípulos, si os tenéis amor unos a otros (Ioh XIII,
34–35.) (...).
Señor,
¿por qué llamas nuevo a este mandamiento? Como acabamos de escuchar, el amor al
prójimo estaba prescrito en el Antiguo Testamento, y recordaréis también que
Jesús, apenas comienza su vida pública, amplía esa exigencia, con divina
generosidad: habéis oído que fue dicho: amarás a tu prójimo y tendrás odio a tu
enemigo. Yo os pido más: amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os
aborrecen y orad por los que os persiguen y calumnian.
Señor,
permítenos insistir: ¿por qué continúas llamando nuevo a este precepto? Aquella
noche, pocas horas antes de inmolarte en la Cruz, durante esa conversación
entrañable con los que -a pesar de sus personales flaquezas y miserias, como
las nuestras- te han acompañado hasta Jerusalén, Tú nos revelaste la medida insospechada
de la caridad: como yo os he amado. ¡Cómo no habían de entenderte los
Apóstoles, si habían sido testigos de tu amor insondable!
Si
profesamos esa misma fe, si de verdad ambicionamos pisar en las nítidas huellas
que han dejado en la tierra las pisadas de Cristo, no hemos de conformarnos con
evitar a los demás los males que no deseamos para nosotros mismos. Esto es
mucho, pero es muy poco, cuando comprendemos que la medida de nuestro amor
viene definida por el comportamiento de Jesús. Además, El no nos propone esa
norma de conducta como una meta lejana, como la coronación de toda una vida de
lucha. Es -debe ser, insisto, para que lo traduzcas en propósitos concretos- el
punto de partida, porque Nuestro Señor lo antepone como signo previo: en esto conocerán
que sois mis discípulos. (Amigos de Dios, nn. 222-223)
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