Francisco Fernández-Carvajal 11 de enero de
2020
@hablarcondios
— Manifestación del
misterio trinitario en el Bautismo de Cristo.
— Nuestra filiación
divina en Cristo por el sacramento del Bautismo.
— Proyección del
Bautismo en la vida diaria.
I. Apenas
se bautizó el Señor se abrió el cielo, y el Espíritu Santo se posó sobre Él
como una paloma. Y se oyó la voz del Padre que decía: Este es mi Hijo, el
amado, mi predilecto1.
Hace aún pocos días celebrábamos la Epifanía,
la manifestación del Señor a los gentiles, representados en aquellos hombres
sabios que llegaron a Jerusalén preguntando por el nacido rey de los judíos. Ya
había tenido lugar una primera revelación a los pastores, que, en la misma
noche de la Navidad, se dirigen al lugar donde ha nacido el Niño, a quien le
llevan sus presentes. También la fiesta de hoy es una epifanía, una
manifestación de la divinidad de Cristo señalada por la voz de Dios Padre,
venida del Cielo, y por la presencia del Espíritu Santo en forma de paloma, que
significa la Paz y el Amor. Los Padres de la Iglesia suelen señalar una tercera
manifestación de la divinidad de Jesús. Esta tendrá lugar en Caná de Galilea,
donde, a través de su primer milagro, Jesús manifestó su gloria, y sus
discípulos creyeron en Él2.
En la Primera lectura de la Misa3,
Isaías anuncia la figura del Mesías: He aquí mi siervo... mi elegido,
en quien se complace mi alma. Sobre Él he puesto mi Espíritu... La caña cascada
no la quebrará, el pabilo vacilante no lo apagará... Yo, el Señor, te he
llamado... para que abras los ojos de los ciegos, saques a los cautivos de la
prisión, y de la mazmorra a los que habitan en tinieblas. Esta descripción
profética tiene su plena realización en el Bautismo del Señor. Entonces descendió
el Espíritu Santo en forma corporal, como una paloma, sobre Él, y se oyó una
voz que venía del cielo: Tú eres el Hijo mío, el amado, en Ti me he complacido4.
Las tres divinas Personas de la Trinidad intervienen en esta gran epifanía a
orillas del Jordán: el Padre hace oír su voz, dando testimonio del Hijo, Jesús
es bautizado por Juan, el Espíritu Santo desciende visiblemente sobre Él. La
expresión de Isaías mi siervo es sustituida ahora por mi
Hijo amado, que indica la Persona y la naturaleza divina de Cristo.
Con el Bautismo de Jesús se inicia de modo solemne su
misión salvadora. A la vez, el Espíritu Santo comenzaba por medio del Mesías su
acción en las almas, que durará hasta el fin de los tiempos.
La liturgia propia de este domingo es especialmente
apta para que recordemos con alegría nuestro Bautismo y sus consecuencias en
nuestra vida. Cuando San Agustín menciona en sus Confesiones el
día en que recibió este sacramento, lo recuerda con profundo gozo: «rebosante
de dulzura extraordinaria, aquellos días no me saciaba de considerar la
profundidad de su designio para la salvación del género humano»5.
Con ese gozo hemos de recordar hoy que hemos sido bautizados en el nombre del
Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
El misterio del Bautismo de Jesús nos adentra en el
misterio inefable de cada uno de nosotros, pues de su plenitud
recibimos todos gracia sobre gracia6.
Hemos sido bautizados no solo en agua, como hacía el Precursor, sino en
el Espíritu Santo, que nos comunica la vida de Dios. Demos gracias hoy al
Señor por aquel día memorable en el que fuimos incorporados a la vida de Cristo
y destinados con Él a la vida eterna. Alegrémonos de haber sido quizá
bautizados a los pocos días de haber nacido, como es costumbre inmemorial en la
Iglesia, en el caso de neófitos hijos de padres cristianos.
II. Fuimos
bautizados en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, para
entrar en comunión con la Trinidad Beatísima. En cierto modo se han abierto
para cada uno de nosotros los cielos, a fin de que entremos en la casa
de Dios y conozcamos la filiación divina. «Si tuvieses piedad
verdadera –enseña San Cirilo de Jerusalén–, también descenderá sobre ti el
Espíritu Santo y oirás la voz del Padre desde lo alto que dice: este no es el
Hijo mío, pero ahora después del Bautismo ha sido hecho Mío»7.
La filiación divina ha sido uno de los grandes dones que recibimos aquel día en
que fuimos bautizados. San Pablo nos habla de esta filiación y, dirigiéndose a
cada bautizado, no duda en pronunciar estas dichosísimas palabras: Ya
no eres esclavo sino hijo: y si hijo, también heredero8.
En el rito de este sacramento se indica que la
configuración con Cristo tiene lugar mediante una regeneración espiritual, como
enseñaba Jesús a Nicodemo: quien no renaciere del agua y del Espíritu
Santo, no puede entrar en el Reino de Dios9.
«El Bautismo cristiano es, en efecto, un misterio de muerte y de resurrección:
la inmersión en el agua bautismal simboliza y actualiza la sepultura de Jesús
en la tierra y la muerte del hombre viejo, mientras que la emersión significa
la resurrección de Cristo y el nacimiento del hombre nuevo»10.
Este nuevo nacimiento es el fundamento de la filiación divina. Y así, por este
sacramento, «los hombres son injertados en el misterio pascual de Jesucristo:
mueren con Él, son sepultados con Él y resucitan con Él; reciben el espíritu de
adopción de hijos, por el que clamamos Abba! ¡Padre! (Rom 8,
15), y se convierten así en los verdaderos adoradores que busca el Padre»11.
Esta filiación lleva consigo la aniquilación de todo pecado del alma y la
infusión de la gracia.
Por el Bautismo se perdonan el pecado original y todos
los pecados personales, y la pena eterna y temporal debida por los pecados. El
ser configurados con Cristo resucitado, simbolizado en la emersión del agua
bautismal, indica que la gracia divina, las virtudes infusas y los dones del
Espíritu Santo se han asentado en el alma del bautizado, la cual se ha
constituido en morada de la Santísima Trinidad, Al cristiano se le abren las
puertas del Cielo, y se alegran los ángeles y los santos. En la naturaleza
humana permanecen aquellas consecuencias del pecado original que, si bien
proceden de él, no son en sí mismas pecado, pero inclinan a él; el hombre
bautizado sigue sujeto a la posibilidad de errar, a la concupiscencia y a la
muerte, consecuencias todas ellas del pecado original. Sin embargo, el Bautismo
ha sembrado ya en el cuerpo humano la semilla de una renovación y resurrección
gloriosas. ¡Qué diferencia tan enorme entre la persona que iba, o llevaban,
camino de la iglesia para recibir este sacramento, y la que vuelve ya bautizada!
El cristiano «sale del Bautismo resplandeciente como el sol y, lo que es más
importante, vuelve de allí convertido en hijo de Dios y coheredero con Cristo»12.
Demos muchas gracias al Señor por tanto bien, que
querríamos comprender hoy en toda su grandeza. Por último, te
pedimos... Señor, humildemente que escuchemos con fe la palabra de tu Hijo para
que podamos llamarnos y ser, en verdad, hijos tuyos13.
Es nuestro mayor deseo y nuestra más grande aspiración.
III. En
la Segunda lectura, San Pedro recuerda aquel comienzo mesiánico de
Jesús, que estaba en la mente de muchos de los que le escuchaban y del que
algunos de ellos habían sido testigos oculares. Conocéis -les
dice el Apóstol- lo que sucedió en el país de los judíos, cuando Juan predicaba
el bautismo, aunque todo comenzó en Galilea. Me refiero a Jesús de Nazareth,
ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y
curando a los oprimidos por el diablo...14.
Pertransivit benefaciendo..., pasó haciendo el bien... Este puede ser un resumen de la vida de Cristo
aquí en la tierra. Ese debe ser el resumen de la vida de cada bautizado, pues
toda su vida se desenvuelve bajo el influjo del Espíritu Santo: cuando trabaja,
en el descanso, cuando sonríe o presta uno de los innumerables servicios que
conlleva la vida familiar o profesional...
En la fiesta de hoy se nos invita a tomar renovada
conciencia de los compromisos adquiridos por nuestros padres o padrinos, en
nuestro nombre, el día de nuestro Bautismo; a reafirmar nuestra ferviente
adhesión a Cristo y la voluntad de luchar por estar cada día más cerca de Él; y
a separarnos de todo pecado, incluso venial, ya que al recibir este sacramento
fuimos llamados a la santidad, a participar de la misma vida divina.
Es precisamente este Bautismo el que «nos hace
“fideles” –fieles, palabra que, como aquella otra, “sancti” –santos, empleaban
los primeros seguidores de Jesús para designarse entre sí, y que aún hoy se
usa: se habla de los “fieles” de la Iglesia»15.
Seremos fieles en la medida en que nuestra vida -¡tantas veces lo hemos
meditado! esté edificada sobre el cimiento firme y seguro de la oración. San
Lucas nos ha dejado escrito en su Evangelio que Jesús, después de haber sido
bautizado, estaba en oración16.
Y comenta Santo Tomás de Aquino: en esta oración, el Señor nos enseña que
«después del Bautismo le es necesaria al hombre la asidua oración para lograr
la entrada en el Cielo; pues, si bien por el Bautismo se perdonan los pecados,
queda sin embargo la inclinación al pecado que interiormente nos combate, y
quedan también el demonio y la carne que exteriormente nos impugnan»17.
Junto al agradecimiento y la alegría por tantos bienes
como nos han llegado en este sacramento, renovemos hoy nuestra fidelidad a
Cristo y a la Iglesia, que, en muchas ocasiones, se traducirá en la fidelidad a
nuestra oración diaria.
1 Antífona
de entrada. Cfr. Mt 3, 16-17. —
2 Jn 2,
11. —
3 Is 42,
1-4; 6-7. —
4 Lc 3,
22. —
5 San
Agustín, Confesiones, 1, 9, 6. —
6 Jn 1,
16. —
7 San
Cirilo de Jerusalén, Catequesis III, Sobre el Bautismo, 14.
—
8 Gal 4,
7. —
9 Jn 3,
5. —
10 Juan
Pablo II, Ángelus 8-I-1989. —
11 Conc.
Vat. II, Const. Sacrosanctum Concilium, 6. —
12 San
Hipólito, Sermón sobre la Teofanía. —
13 Oración
después de la comunión. —
14 Segunda
lectura. Hech 10, 34-38. —
15 San
Josemaría Escrivá, Forja, n. 622. —
16 Cfr. Lc 3,
21. —
17 Santo
Tomás, Suma Teológica, 3, q. 39, a. 5.
*Este
domingo, que sigue inmediatamente a la Solemnidad de la Epifanía, la liturgia
nos presenta el Bautismo del Señor en el Jordán, y nos introduce en
la intimidad del misterio de su Persona y de su misión. A la vez, nos da la
oportunidad de agradecer los innumerables dones que Cristo nos otorgó el día en
que fuimos bautizados. La Iglesia nos exhorta en el día de hoy a reafirmar «con
renovado ardor de fe los compromisos que un día asumieron por nosotros nuestros
padres, padrinos y madrinas con las promesas bautismales» y a renovar «nuestra
firme y ferviente adhesión a Cristo y la voluntad de luchar contra el mal»
(Juan Pablo II).
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