Por Hugo Prieto
Acaba de salir de la
imprenta el libro más reciente de Rafael Arráiz Lucca* «La democracia
venezolana: un proyecto inconcluso». En esta larga conversación señaló los
aspectos que, en mi opinión, resultaron los más relevantes en esta búsqueda,
dificultosa, esquiva, y muchas veces dolorosa, por darnos un sistema de gobierno
que nos inocule la vacuna contra el autoritarismo y la crueldad de las
dictaduras.
A quienes se han empeñado en
torcer la historia, en reescribirla, en convertirla en un expediente para sus
propios fines, no les queda otra cosa que repetirla. Y aquí hay prueba. La
falta de reconocimiento entre factores políticos, tarde o temprano, deviene en
violencia, y en el paroxismo, violencia fratricida.
El título de su libro me
llamó la atención: «La democracia venezolana: un proyecto inconcluso». ¿No
sería mejor un proyecto liquidado? Sin embargo, al pasar las páginas, uno
advierte la gran dificultad, los continuos obstáculos que hemos enfrentado los
venezolanos para construir un orden democrático en Venezuela. Predominan los
gobiernos de fuerzas, el autoritarismo, el caudillismo. No sé si en ese orden,
pero creo que la democracia está a la cola de esa lista. ¿A qué obedecen esas
dificultades?
Hay que irse a los orígenes.
Cuando Venezuela formó parte de la República de Colombia (La Gran Colombia es
una denominación que no aparece en los registros), los partidarios de Bolívar
le sugieren a él que se convierta en un monarca, para que acepte ser un rey.
Hay una carta (1826) de Santander a Bolívar donde la dice: tenemos 14 años
en guerra, luchando para instaurar una República. ¿Y ahora vamos a instaurar
una monarquía? Bolívar le dio cuerda a la hipótesis de la monarquía, pero
finalmente negó esa posibilidad. No, no. Yo soy un republicano, un liberal
y no puedo suscribir la monarquía. Desde la misma creación de la República,
ha habido fuerzas centralistas, autoritarias, conviviendo con fuerzas un poco
más republicanas, más federales. Ocurre algo que nos marca mucho: Quienes
consolidan la República son los militares, pero quienes la crean son los
civiles. Y eso es una paradoja. Por allí vienen buena parte de los problemas
iniciales. Tenemos un momento extraordinario cuando los venezolanos, en
elección de segundo grado, eligen al doctor José María Vargas como presidente
de la República. Al año, Mariño, Monagas, es decir, los generales de la
independencia le dan un golpe. ¿Y quién restituye a Vargas en el poder, con una
conducta republicana ejemplar? Páez. ¿Qué nos lleva a ver esto? Que tú tienes
militares de raigambre autoritaria, como lo fue (y lo sería Monagas) y tienes
militares de raigambre republicana, como en ese momento fue Páez.
Es cierto, Páez restituye a
Vargas, pero no lleva a juicio a los militares que han dado el golpe de Estado.
Ahí prospera el germen de la impunidad. El funesto precedente de que se puede
atentar contra la Constitución, sin costos políticos de ninguna clase. ¿Qué
podría decir de ese germen y que efectos tuvo a posteriori?
El general Páez siempre
privilegió la negociación y el indulto a quienes habían cometido violaciones
flagrantes de la Constitución. Páez indulta a Mariño, a Monagas, se va para su
casa y no pasa nada. Entonces, Páez es una figura paradójica. Por un lado,
restituye a Vargas, pero por el otro indulta a los golpistas. Ahí se inaugura
una tradición verdaderamente lamentable. De indulto, indulto, indulto, a
quienes están violando la Constitución Nacional. Muchísimas de las revoluciones
del siglo XIX constituyen golpes de Estado. Son gobiernos de facto. Dictaduras
militares. Esa tradición la inaugura Páez y no ha sido nada conveniente en nuestra
historia.
Vemos, en la crisis que
desató la caída de los precios del café, una dinámica perversa que también se
constituyó en tradición y que podríamos resumir con estas palabras: Quién está
en el gobierno no reconoce a la oposición. Y de igual modo, la oposición no
reconoce al gobierno. Los factores políticos escalan esta dinámica hasta el
paroxismo de la Guerra Federal. ¿Qué podría decir sobre esta dinámica?
Lo que ocurre en el siglo
XIX es que llegamos a las armas en muchas oportunidades. Pero sobre la base de
esa experiencia, cuando Guzmán Blanco (protagonista de la Guerra Federal) llega
al poder (1870), llama a un congreso a todos los caudillos regionales de
Venezuela y los reconoce. De modo que allí hay un cambio político importante.
Guzmán Blanco entiende que, si él está permanentemente en guerra con los
caudillos regionales, no va a poder hacer una obra de gobierno. Y los llama a
un avenimiento. Allí hay una política inteligente. Sin embargo, dos o tres años
después, empiezan los alzamientos en el interior del país y Guzmán tiene que
ocuparse de aplacarlos. Pero no se llegó a una guerra generalizada como fue la
Guerra Federal. De modo que sí hubo intentos de reconocimiento del adversario.
Pero no podemos obviar que (en el siglo XIX), lo que está pasando es que uno de
los elementos centrales del Estado moderno —el control del territorio por parte
de las Fuerzas Armadas Nacionales— no tiene lugar. Hay un Ejército nacional que
combate con ejércitos regionales (liderados por caudillos) y esto se prolonga a
lo largo de 70 años y finaliza con la llegada de los andinos al poder. Ahí
viene otra nueva paradoja venezolana. Quien acaba con el caudillismo e
instituye el Estado nacional es un dictador militar (Juan Vicente Gómez y
Cipriano Castro). De modo que el control del territorio y la derrota de los
caudillos lo logra un sector militar. Pero Gómez (ya en el siglo XX) no
reconoció a sus adversarios políticos. Realmente los persiguió a sangre y
fuego.
Quisiera detenerme en una
particularidad de Guzmán. Una novedad (en la segunda mitad del siglo XIX), el
culto a la personalidad. Sin duda, es un elemento contrario a un proceso
democrático. Prospera la idea de la continuidad y lo que terminó siendo un
gobierno autocrático. En lo personal, a mí me recordó lo que llamamos después
la reelección indefinida. ¿Qué diría alrededor de este punto?
Guzmán es un autócrata
ilustrado. Por una parte, es un modernizador, porque es el creador del decreto
de la educación pública, gratuita y obligatoria, porque le quita fueros a la
Iglesia y hace del Estado una entidad cada vez más civil, porque hace la
reforma urbana. Es un modernizador a lo francés. Pero por otro lado es un
autócrata, elimina el voto secreto, con lo que está hiriendo de muerte a la
democracia, elimina después el voto directo, que se había alcanzado en la
Constitución de 1858. De modo que Guzmán es muy contradictorio. Además, él es
quien instaura el mito bolivariano. Él es el que crea la moneda (el bolívar).
Él es el que convierte la Plaza Mayor de Caracas (y sus equivalentes en todas
las ciudades y pueblos de Venezuela) en la Plaza Bolívar. Él es el que celebra
el centenario del natalicio del Libertador con una gran apoteosis. De modo que
Guzmán busca la unidad nacional alrededor de la figura de Simón Bolívar. Pero
también se hace nombrar por el Congreso Ilustre Americano Regenerador de la
República. Una cosa completamente fuera de lugar. Se manda a erigir dos
estatuas en Caracas. Si alguien propició un culto a la personalidad grosero fue
Guzmán Blanco. Por eso fue un personaje tan contradictorio y tan difícil de
valorar.
Pero volvamos a los
comienzos del siglo XX. Ahí sí es verdad que nos metemos en la boca del lobo,
en la oscuridad total. Sin embargo, uno puede ver rasgos claramente liberales
en Juan Vicente Gómez, en especial en el manejo de la economía. Una cruel
dictadura gestiona una economía sensata. ¿Qué diría sobre este planteamiento?
El estudio de Manuel
Caballero sobre el período de Juan Vicente Gómez se titula «Gómez, el tirano
liberal». Sí, había libertades económicas, pero no había libertades políticas.
Eso no sólo pasó con el gomecismo. Es lo que pasa actualmente en China. Eso fue
lo que pasó en el Chile durante la dictadura de Augusto Pinochet. Realmente, el
general Gómez, en muchos sentidos, trajo beneficios a Venezuela, entre otros,
la desaparición de los caudillos, la consolidación de un Estado nacional, pero
para la democracia fue un retroceso muy importante. Se creó una estructura
nepótica, recordemos que sus hijos fueron vicepresidentes de la República y que
su hermano tuvo altísimos cargos, y se fue atrasando. De modo que con López
Contreras vino una puesta al día con relación al mundo Occidental.
Volvamos a la Venezuela
postgomecista. Después del golpe que derroca a Medina, surge la posibilidad de
elegir, mediante el voto directo a los gobernadores de estado. Usted cita la
intervención de Rafael Caldera y la de Gustavo Machado, quienes se manifiestan
a favor de esa propuesta, mientras Acción Democrática la rechaza. Lo llamativo
es que la obstrucción no viene de un gobierno de fuerza sino de una experiencia
democrática. ¿Qué ocurrió allí?
Acción Democrática mató al
tigre, pero le tuvo miedo al cuero en la Constitución de 1947, porque en todas
las banderas políticas de AD estaba la elección directa de gobernadores y
alcaldes. Y cuando lo pudieron hacer, no lo quisieron hacer. Betancourt no
quiso. Ahí empezaron una serie de argumentos antidemocráticos. Se dijeron cosas
como estas. Si vamos a la elección directa, en Mérida la familia Parra Picón
va a elegir al gobernador. En el Táchira, los seguidores de López Contreras van
a elegir al gobernador. En el Zulia, los Montiel y los Rincón van a elegir
al gobernador. Ahí faltó el complemento de la democracia. Quizás uno pueda
entenderlo en el 47, pero en el 61 repitieron la fórmula y quedaron en deuda,
en una deuda gravísima, y quien salda la deuda es Carlos Andrés Pérez en 1989.
La democracia venezolana se atrasó tremendamente en ese aspecto. Sobre todo, si
tomamos en cuenta que en la Constitución de 1864 ya se elegía gobernadores y
alcaldes de manera directa, incluso los diputados regionales, porque esa es la
Constitución que crea los Estados Unidos de Venezuela.
Ahí vemos claramente la
figura del cogollo, la visión centralista de los partidos políticos y la
incapacidad para construir un sistema federal de gobierno.
El asunto se resuelve en
1989, con la ley de descentralización. Hay que reconocer que es un fruto de la
Copre (Comisión Presidencial para la Reforma del Estado). El fruto, además, de
un acuerdo preelectoral entre Carlos Andrés Pérez y Eduardo Fernández, quienes
se comprometen (gane quien gane) a aprobar esa ley para que en Venezuela se
elijan gobernadores y alcaldes de manera universal, directa y secreta. Allí
hubo una falla de los partidos políticos importante, pero se logró, fue una
gran conquista de la democracia venezolana.
Quiero detenerme en este
punto. Paradójico, además. La democracia venezolana es producto de un golpe de
Estado. Betancourt defiende esa opción porque veía en Medina la continuidad del
gomecismo. Uno podría entender la lógica de Betancourt (expuesta en
<Venezuela Política y Petróleo>), pero lo cierto es que tanto López
Contreras como Medina estaban inmersos en un proceso de transición hacia la
democracia. Y la pregunta es ¿Por qué abortarlo, participar en un golpe que,
finalmente, desembocó en la dictadura Pérez Jiménez?
Porque en la reforma
constitucional de Medina no se consagra la elección directa, universal y
secreta. Esa es la razón fundamental. Si Medina hubiese hecho una reforma donde
se abren a una elección democrática, pues el golpe de Estado del 45 no hubiera
ocurrido. Así de sencillo. Allí, creo, está la explicación. Además, déjame
decirte algo. No es la primera vez que la democracia llega por la vía de un golpe
de Estado o por la guerra. La democracia de Estados Unidos es el producto de
siete años de guerra contra Inglaterra. La república francesa, que después
Napoleón lanza por la borda y convierte en un Imperio, finalmente, es producto
de la ejecución de los reyes, del asalto a La Bastilla y de las guerras de la
revolución francesa. De modo que, muchas veces, la democracia y la república
han llegado por la vía de las armas. En ese sentido, el caso venezolano no es
una excepción. Betancourt llega a un acuerdo con Escalante (el candidato de
Medina) para que se materialice la reforma constitucional y Betancourt desiste
del proyecto golpista, pero cuando Escalante pierde la cabeza en el hotel
Ávila, la opción del golpe (con Marcos Pérez Jiménez) se reactiva. Lo que uno
ve (en el golpe del 45) son dos figuras antagónicas. Dos proyectos políticos
distintos. Betancourt está dando el golpe para instaurar la democracia liberal
y representativa. Y Pérez Jiménez para instalar un gobierno militar.
Rafael Arraiz Lucca retratado
por Iñaki Zugasti | RMTF
Parte de sus reflexiones y
de su trabajo como historiador se detienen en el Pacto de Puntofijo. No se
trata de avenirse solamente, sino de suscribir un pacto de gobernabilidad, algo
de mayor calado. Creo que la sociedad venezolana no ha tomado conciencia del
significado de ese pacto. Se subestima, incluso, hasta nuestros días. ¿Qué
diría alrededor de ese punto?
El Pacto de Puntofijo es la
consecuencia de 10 años de dictadura militar. Los partidos políticos
democráticos venezolanos comprendieron que el principal enemigo que tenía la
democracia era un sector de las fuerzas armadas. No todas, pero un sector
importante. Y apenas llegaron a Venezuela lo comprobaron, porque a Larrazábal
le tocó enfrentar la intentona golpista de Castro León. Y otras dos asonadas.
De modo que el sector antidemocrático se expresó de inmediato. Allí hay una
política inteligente. ¿Por qué luego se ha satanizado tanto el Pacto de
Puntofijo? Porque no estuvo incluida la izquierda. No se convocó al PCV que,
sin embargo, respaldaba buena parte de lo allí acordado, que fundamentalmente
era la construcción de una democracia liberal representativa.
Está, de por medio, la
influencia de la revolución cubana. No podemos olvidar que la lucha armada de
los años 60 fue apadrinada por el señor Fidel Castro. Quizás, la exclusión del
PCV tenía que ver con el hecho de que el comunismo es lo opuesto a la
democracia liberal representativa y a lo que estaba pasando en el mundo.
Una aclaratoria necesaria.
El Pacto de Puntofijo se firma el 30 de octubre de 1958 y Fidel Castro entra
triunfante a La Habana el 1 de enero de 1959 (media algo más de un año entre
una cosa y la otra). Entonces, el pacto funcionó para neutralizar a un sector
de las Fuerzas Armadas, y posteriormente a la insurgencia guerrillera que
contaba con el respaldo de Fidel Castro. Mucha gente piensa que haber invitado
al partido comunista era un contrasentido, entre otras cosas, porque el PCV
respaldaba el sistema soviético. Es decir, a un régimen de un partido único.
¿Cómo vas a invitar a alguien que no respalda el juego democrático a firmar un
pacto para la consolidación de la democracia? Entonces, allí había un
cortocircuito importante a tener en cuenta.
Diría que la
contemporaneidad impide la evaluación rigurosa de la historia. Así que hay algo
de crónica al final de su libro. Son los años de nuestra generación. La
democracia venezolana se convirtió en un espejo de los ingresos petroleros. Era
abundante, sabrosa, chévere, cuando había plata. Pero dejaba de ser interesante
y se convertía en una mortificación cuando no había dinero. Pareciera que no
pudimos escapar de esa montaña rusa. ¿No hubo capacidad política para superar
esa dinámica?
Lo que señalas se agudiza a
partir de la estatización del petróleo. Cuando se toma esa decisión, el 98 por
ciento de los venezolanos estaba de acuerdo. A la fecha, podemos comprobar que
esa decisión creó unos desequilibrios muy grandes para la democracia
venezolana, entre otras cosas, porque la fuente de riqueza quedó en manos de un
solo actor: el Estado venezolano y se fue reduciendo, de manera ostensible, la
importancia y la influencia de la empresa privada. Los equilibrios democráticos
se resintieron notablemente. Y a partir de la estatización, uno empieza a ver
que la dinámica del país depende de si los precios del petróleo están bajos o
están altos. Porque hay una dependencia total de la economía de la producción
petrolera. A partir de ahí (1976), Venezuela empieza a parecerse más a un país
del medio oriente que a un país latinoamericano. Por otra parte, otra paradoja,
los venezolanos pudimos alcanzar grandes logros, gracias al ingreso petrolero.
Hay que ver la cantidad de escuelas y liceos que se construyen en los primeros
cuatros períodos de la democracia. Lo que se construye es algo asombroso. No lo
estoy diciendo yo. Allí están las cifras. Miles y miles y miles de venezolanos
estudiaron en universidades públicas de altísima calidad. De modo que es
imposible analizar la democracia venezolana sin la consideración del ingreso petrolero.
Somos testigos de la
desaparición de los partidos políticos de masas y del bipartidismo. Algo que
también ocurrió en casi toda América Latina. Pero en Venezuela hay una
particularidad. ¿Qué ocurrió? ¿Por qué no pudimos darle continuidad al proceso
democrático?
Yo creo que la crisis de los
partidos políticos comienza con mucha antelación a 1998. De hecho, cuando
Caldera gana las elecciones de 1993, lo hace montado en la ola de la anti
política. Y la anti política era la negación de los partidos políticos por
parte de la sociedad venezolana. Ciertamente, es un fenómeno continental.
Estaba pasando en toda América Latina. A la fecha, diría que probablemente
estamos en una etapa de transición con relación al funcionamiento de los
partidos políticos. Lo que sí ha habido, en casi todos los países de la región,
es la llegada de la izquierda al poder. Brasil, Ecuador, Bolivia, Uruguay,
Argentina. Muy pocos países han quedado al margen de la llamada ola rosada.
¿Diría que el papel de la
izquierda ha sido contrario a la democracia en América Latina?
No. La izquierda incurrió en
graves excesos en Venezuela. En el caso boliviano, a medias, entre otras cosas,
porque Evo Morales pretendió eternizarse en el poder. Pero el gobierno de
Morales hizo un manejo de la economía relativamente ortodoxo. Ni Tabaré Vásquez
ni Pepe Mujica afectaron la economía uruguaya, más bien hubo crecimiento.
Incluso, en el Brasil de Lula, más allá de la gigantesca corrupción, la
economía no se vino a pique. Algo similar podría decirse de Rafael Correa en
Ecuador. De modo que no diría que la toda la izquierda en América Latina fue un
desastre.
¿Qué explicaría el hecho de
que la izquierda que llegó con Hugo Chávez destruyó la economía venezolana?
El papel que ha jugado Cuba.
La influencia de Fidel Castro en el ánimo de Hugo Chávez fue muy grande. Cuando
Chávez llega al poder la producción petrolera era de 3,5 millones de barriles
diarios y Chávez (a partir de 2004) tenía todo el dinero del mundo. Podía
aplicar las políticas que quisiera. Sin embargo, la sociedad venezolana se
opuso a muchos de sus proyectos. No olvidemos que el referéndum de 2007 lo
pierde Chávez y él no logra aprobar una reforma constitucional que era
abiertamente socialista. De modo que la diferencia está en que el modelo cubano
ha influido muchísimo en los gobernantes venezolanos de los últimos 20
años.
A estas alturas, no
sabría decir si el Estado venezolano en su intento de imponer el modelo cubano,
de forma persistente, y ya abiertamente represiva, derrotó a la sociedad
venezolana.
No lo sé, no lo sé. Todavía
no lo sabemos, porque los acontecimientos están ocurriendo en Venezuela. En
todo caso, veamos lo que está pasando en la Asamblea Nacional. Está en
discusión una nueva ley de hidrocarburos, que le abre la puerta a la inversión
extranjera, cosa que es absolutamente correcta. ¿Cómo se va a aplicar esa ley
en medio de las sanciones? Eso está por verse. Pero eso señala que hay un
cambio político de fondo, porque iniciar una nueva apertura petrolera supone un
cambio de 180 grados con relación al modelo de Chávez, si es que eso,
finamente, llega a aprobarse. ¿Qué podría decir esto? Que también cabe la
posibilidad de que el Estado venezolano también vaya reformándose a sí mismo.
Pero esto lo veo muy difícil dentro de un marco de sanciones internacionales.
Ahí, creo que se tranca el proyecto que está en marcha.
La historia nos ha
demostrado, hasta la saciedad, que la falta de reconocimiento entre factores
políticos (gobierno y opositores) ha devenido, tarde o temprano en violencia,
¿Por qué no sacamos la conclusión de que la falta de reconocimiento desemboca,
invariablemente, en la violencia?
Absolutamente. Diría más:
los momentos más importantes de la humanidad suceden cuando las partes en
conflictos se ponen de acuerdo y aplican políticas sensatas y razonables. Se
reconocen unos a otros y acuerdan un programa de desarrollo común. Hay
infinidad de testimonios históricos sobre eso. En cambio, cuando un sector de
la sociedad, a través de la violencia, se impone sobre otro, tarde o temprano
las facturas vuelven. Ahí está el caso de España, las heridas abiertas, después
de 46 años de la muerte de Francisco Franco. Pero lo razonable y el sentido
común es lo más difícil. A los seres humanos nos cuesta mucho controlar las
emociones, las pasiones. Y de eso estamos hechos. Aquello que Jung llamaba
<la sombra habita dentro de nosotros> y nos conduce, muchas veces, a
nuestra propia destrucción. Hay una frase maravillosa de Bolívar en ese
sentido. Aquella que dice: «un pueblo ignorante es un instrumento ciego de su
propia destrucción». Bueno, por ahí van los tiros, ¿verdad?
Yo creo que mi generación,
la misma que la de Hugo Chávez, fue muy frívola, muy indolente, con relación a
la democracia. La dimos por hecho. Y resulta que la democracia, por propia
definición, es un sistema político que divide y limita la concentración del
poder. Es decir, tiene una debilidad intrínseca en su propio diseño. Y si no la
cuidamos, si no la protegemos, sencillamente, se extingue.
De acuerdo. El mejor ejemplo
es que en la democracia más sólida del mundo (los Estados Unidos) eligieron a
Donald Trump. Y Trump no es un demócrata. Es un espíritu autoritario, violador
de las leyes, absolutamente irresponsable en relación con la democracia
estadounidense. Felizmente, al borde del precipicio, la democracia decidió no
reelegirlo. Pero si eso pasa en los Estados Unidos, imagínate cómo será el caso
nuestro. De modo que estoy de acuerdo. La democracia es un sistema muy frágil,
que hay que cuidarlo todos los días, que solo se consolida con una práctica de
inclusión y respeto. La democracia, sobre todo, es un proyecto cultural. Es un
proyecto pedagógico, porque nosotros venimos de milenios de tradición
autoritaria.
***
*Profesor titular Unimet.
Individuo de Número de la Academia Venezolana de la Lengua. Abogado. Magister y
Doctor en Historia (UCAB). Andrés Bello Fellow del Saint Antony’s College de la
Universidad de Oxford (1999-2000). Profesor Principal de Carrera de la
Universidad del Rosario, Bogotá.
04-04-21
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