Por Piero Trepiccione
Los últimos acontecimientos
que han sacudido la opinión pública venezolana, resumidos en los eventos del 16
y 30 de julio, tienen que llamarnos a la reflexión profunda y sincera para
poder evaluar y relanzar las estrategias de cara a los meses que vienen. Uno de
los elementos centrales del conflicto político venezolano ha sido la
multiplicidad de actores involucrados. Por el lado del oficialismo, aunque
externamente se tenga una apariencia de funcionamiento más monolítico, en lo
interno se mueven diferentes facciones con intereses particulares.
Ya se ha dicho en reiteradas
ocasiones la influencia que ejercen Diosdado Cabello, Elías Jaua, Tarek El
Aissami, Miguel Ángel Pérez Abad, Francisco Arias Cárdenas, Adan Chávez, Cilia
Flores, entre otros, sobre las decisiones internas del chavismo. No
obstante, gracias al esquema de hiperliderazgo que ha caracterizado a
la revolución bolivariana, Nicolás Maduro, desde la estratégica hegemonía
comunicacional, sigue siendo la referencia más consolidada en el seno de las
fuerzas oficialistas. Adicional a ello, tenemos que mencionar la relación
de apoyo diplomático y logístico que han ejercido particularmente Rusia y
China al gobierno venezolano. El primero con un interés más geopolítico y
el segundo, con más énfasis en su expansión económica. También, el apoyo que se
sigue manteniendo desde los países del Alba y algunos del Caricom que
han impedido la toma de decisiones consensuadas en los organismos hemisféricos
regionales. Como vemos, por acá el cúmulo de intereses enrevesados sobre
Venezuela son variopintos, polirítmicos y multipropósito.
Por el lado de
la oposición las cosas son aún más complicadas. La Mesa de la
Unidad Democrática es una plataforma de partidos que en algunas
oportunidades actúan alineadamente en sus estrategias políticas y en otras, las
diferencias afloran demasiado, perjudicando el apoyo de la opinión pública
necesario para la conquista de los fines. En el campo geopolítico internacional
han contado con el apoyo de los Estados Unidos en forma atípica de
acuerdo a los cambios de gobierno que han ocurrido en esa nación. Europa,
y particularmente España, se han involucrado con mayor profundidad
especialmente en los últimos tiempos. También tenemos que incorporar el
protagonismo que tanto Brasil como Argentina han tenido luego de sus
respectivos cambios de gobierno. Uruguay ha sido particularmente diplomático,
cuidando sus posiciones de acuerdo a las circunstancias. La guinda la colocamos
con el empeño extraordinario que ha puesto en el caso venezolano el actual
secretario de la Organización de Estados Americanos, Luis
Almagro, cuyo protagonismo continental no tiene parangón en relación a una
situación de esta naturaleza.
Como vemos, las variables son
muchas y muy complejas; si a esto le sumamos la difícil situación económica que
cada día impacta con mayor fuerza a prácticamente todas las capas sociales de
la población venezolana, nos encontramos con un problema que no puede quedar en
manos de la improvisación o del infantilismo que esbozan algunos
sectores en materia política. Es necesario -ahora más que nunca, en la
etapa actual del conflicto- recobrar la direccionalidad estratégica y el protagonismo
de “La Política” para que podamos encauzar definitivamente una solución en
el corto plazo que nos aleje de escenarios de mayor conflictividad.
Las redes
sociales han servido de mucho en el actual conflicto venezolano, han
permitido que se visibilicen las más atroces violaciones de derechos
humanos y le han dado el espacio al liderazgo opositor para
poder interactuar con la población que no tiene acceso equilibrado
especialmente en las televisoras nacionales. Pero también han servido –lo digo
y lo suscribo sin temor a crucifixiones virtuales- para que algunos
improvisados, actuando con demasiado infantilismo, pongan el caldo demasiado
“morao”, sin ver las consecuencias que esto puede ocasionar en el retardo
innecesario del conflicto político venezolano.
En nuestro país se debe
recuperar prontamente el protagonismo de la política. En tal sentido,
recomiendo un
artículo del investigador Andrés Cañizález sobre las
lecciones que debemos tomar de la experiencia histórica de la guerra civil
española para no darle largas innecesarias a un conflicto por cuyas
características y multiplicidad de intereses involucrados puede complicarse y llevarnos
a estadios de guerra de mayor intensidad y por décadas. Ciertamente, estamos en
el fin de un ciclo político, y por ende, con más razón debe dársele el
protagonismo a quienes conocen de política y saben enfocar
la diplomacia hacia soluciones constructivas y duraderas.
En paz.
12-08-17
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