Francisco Fernández-Carvajal 02 de agosto de
2019
@hablarcondios
— El silencio de Jesús.
— Hablar cuando sea necesario, con caridad y
fortaleza. Huir del silencio culpable.
— Valentía y fortaleza en la vida ordinaria. Ser
coherentes con nuestra fe y con la vocación recibida.
I. Durante treinta
años, Jesús llevó una vida de silencio; solo María y José conocían el misterio
del Hijo de Dios. Cuando vuelve de nuevo al pueblo donde había vivido, sus
paisanos se extrañan de su sabiduría y de sus milagros, pues solo habían visto
en Él una vida ejemplar de trabajo.
Durante los tres años de su ministerio público vemos
cómo se recoge en el silencio de la oración, a solas con su Padre Dios, se
aparta del clamor y del fervor superficial de la multitud que pretende hacerle
rey, realiza sus milagros sin ostentación y recomienda frecuentemente a los que
han sido curados que no lo publiquen...
El silencio de Jesús ante las voces de sus enemigos en
la Pasión es conmovedor: Él permaneció en silencio y nada respondió1. Ante tantas acusaciones falsas aparece indefenso. «Dios
nuestro Salvador –comenta San Jerónimo–, que ha redimido al mundo llevado de su
misericordia, se deja conducir a la muerte como un cordero, sin decir palabra;
ni se queja ni se defiende. El silencio de Jesús obtiene el perdón de la
protesta y excusa de Adán»2. Jesús calla durante el proceso ante Herodes y Pilato, y lo
contemplamos en pie, sin decir palabra, ante Barrabás y delante de enemigos
clamorosos, excitados, vigilantes, sirviéndose de falsos testimonios para
tergiversar sus palabras. Está en pie ante el procurador. Y aunque le
acusaban los príncipes de los sacerdotes, nada respondió. Entonces Pilato le
dijo: ¿No oyes cuántas cosas alegan contra ti? Y no le respondió a pregunta
alguna, de tal manera que el procurador quedó admirado en extremo3.
El silencio de Dios ante las pasiones humanas, ante
los pecados que se cometen cada día en la Humanidad, no es un silencio lleno de
ira, ni despreciativo, sino rebosante de paciencia y de amor. El silencio del
Calvario es el de un Dios que viene a redimir a todos los hombres con su
sufrimiento indecible en la Cruz. El silencio de Jesús en el Sagrario es el del
amor que espera ser correspondido, es un silencio paciente, en el que nos echa
de menos si no le visitamos o lo hacemos distraídamente.
El silencio de Cristo durante su vida terrena no es en
modo alguno vacío interior, sino fortaleza y plenitud. Los que se quejan
continuamente de las contrariedades que padecen o de su mala suerte, quienes
pregonan a los cuatro vientos sus problemas, los que no saben sufrir
calladamente una injuria, quienes se sienten urgidos a dar continuamente
explicaciones de lo que hacen y lo que dejan de hacer, los que necesitan
exponer las razones y motivos de sus acciones, esperando con ansiedad la
alabanza o la aprobación ajena..., deberían mirar a Cristo que calla. Le
imitamos cuando aprendemos a llevar las cargas e incertidumbres que toda vida
lleva consigo sin quejas estériles, sin hacer partícipes de ellas al mundo entero,
cuando hacemos frente a los problemas personales sin descargarlos en hombros
ajenos, cuando respondemos de los propios actos sin excusas ni justificaciones
de ningún tipo, cuando realizamos el propio trabajo mirando la perfección de la
obra y la gloria de Dios, sin buscar alabanzas...4.
Iesus autem tacebat.
Jesús callaba. Y nosotros debemos aprender a callar en muchas ocasiones. A
veces, el orgullo infantil, la vanidad, hacen salir fuera lo que debió quedar
en el interior del alma; palabras que nunca debieron decirse. La figura callada
de Cristo será un Modelo siempre presente ante tanta palabra vacía e inútil. Su
ejemplo es un motivo y un estímulo para callar a veces ante la calumnia o la
murmuración. In silentio et in spe erit fortitudo vestra, en el
silencio y en la esperanza se fundará vuestra fortaleza, nos dice el Espíritu
Santo, por boca del Profeta Isaías5.
II. Pero Jesús no
siempre calla. Porque existe también un silencio que puede ser colaborador de
la mentira, un silencio compuesto de complicidades y de grandes o pequeñas
cobardías; un silencio que a veces nace del miedo a las consecuencias, del
temor a comprometerse, del amor a la comodidad, y que cierra los ojos a lo que
molesta para no tener que hacerle frente: problemas que se dejan a un lado,
situaciones que debieron ser resueltas en su momento porque hay muchas cosas
que el paso del tiempo no arregla, correcciones fraternas que nunca se debieron
dejar de hacer... dentro de la propia familia, en el trabajo, al superior o al
inferior, al amigo y a quien cuesta tratar.
La Palabra de Jesús está llena de autoridad, y también
de fuerza ante la injusticia y el atropello: ¡Ay de vosotros, escribas
y fariseos hipócrita!, porque exprimís las casas de las viudas con el pretexto
de hacer largas oraciones...6. Jamás le importó ir contra corriente a la hora de proclamar
la verdad.
San Juan Bautista, cuyo martirio leemos hoy en el
Evangelio de la Misa7, era voz que clama en el desierto. Y nos enseña a
decir todo lo que deba ser dicho, aunque nos parezca alguna vez que es hablar
en el desierto, pues el Señor no permite en ninguna ocasión que sea inútil
nuestra palabra, porque es necesario hacer lo que debe hacerse, sin preocuparse
excesivamente de los frutos inmediatos, ya que si cada cristiano hablara
conforme a su fe, habríamos cambiado ya el mundo. No podemos callar ante
infamias y crímenes como el del aborto, la degradación del matrimonio y de la
familia, o ante una enseñanza que pretende arrinconar a Dios en la conciencia
de los más jóvenes... No podemos callar ante ataques a la persona del Papa o a
Nuestra Señora, ante las calumnias sobre instituciones de la Iglesia cuya verdad
y rectitud conocemos bien de sobra... Callar cuando debemos hablar por razón de
nuestro puesto en la sociedad, en la empresa o en la familia, o sencillamente
por la condición de cristianos, podría ser en ocasiones colaborar con el mal,
permitiendo que se piense que «el que calla, otorga». Si los católicos hablasen
cuando han de hacerlo, si no contribuyeran con una sola moneda a la difusión de
la prensa o de la literatura que causan estragos en las almas, difícilmente
podrían sostenerse esas empresas.
Hablar cuando debamos hacerlo. A veces, en el pequeño
grupo en el que nos movemos, en la tertulia que se organiza espontáneamente a
la salida de una clase, o con unos amigos o vecinos que vienen a nuestra casa a
visitarnos; entre los amigos o clientes..., ante un vídeo indecente en el
autobús en el que viajamos..., y desde la tribuna, si ese es nuestro lugar
dentro de la sociedad. Por carta cuando sea preciso para animar con nuestro
aliento o para agradecer un buen artículo aparecido en un periódico o manifestar
nuestra disconformidad con una determinada línea editorial o un escrito
doctrinalmente desenfocado. Y siempre con caridad, que es compatible con la
fortaleza (no existe caridad sin fortaleza), con buenas maneras, disculpando la
ignorancia de muchos, salvando siempre la intención, sin agresividad ni formas
cerriles o inadecuadas que serían impropias de alguien que sigue de cerca a
Jesucristo... Pero también con la fortaleza con que actuó el Señor.
III. Si
en los momentos en que el Bautista vio en peligro su vida hubiera callado o se
hubiera mantenido al margen de los acontecimientos, no habría muerto degollado
en la cárcel de Herodes. Pero Juan no era así; no era como una caña que
a cualquier viento se mece. Fue coherente con su vocación y con sus
principios hasta el final. Si hubiera callado, habría vivido algunos años más,
pero sus discípulos no serían quienes primero siguieron a Jesús, no habría sido
quien preparara y allanara el camino al Señor, como había profetizado Isaías.
No habría vivido su vocación y, por tanto, no habría tenido sentido su vida.
Existe un silencio cobarde, contra el que debemos
luchar: el del que enmudece ante quien Dios ha puesto a su lado para que le
ayude y le fortalezca en su caminar hacia Dios. Difícilmente podríamos ser
valientes en la vida si no lo fuéramos en primer lugar con nosotros mismos,
siendo sinceros con quien orienta nuestra alma.
Muchos de nuestros amigos, al ver que somos coherentes
con la fe, que no la disimulamos ni escondemos en determinados ambientes, se
verán arrastrados por ese testimonio sereno, de la misma manera que muchos se
convertían al contemplar el martirio –testimonio de fe– de los primeros
cristianos.
Pidamos en el día de hoy, que dedicamos especialmente
a Nuestra Señora, que Ella nos enseñe a callar en tantas ocasiones en que
debemos hacerlo, y a hablar siempre que sea necesario.
1 Mc 14,
61. —
2 San
Jerónimo, Comentario sobre el Evangelio de San Marcos, in loc.
—
3 Mt 27,
12-14. —
4 F.
Suárez, Las dos caras del silencio, en Revista Nuestro
Tiempo, nn. 297 y 298. —
5 Is 30,
15. —
6 Mt 23,
14. —
7 Mt 14,
1-12.
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