Brian Fincheltub 01 de octubre de 2022
@BrianFincheltub
El
pasado 20 de septiembre, la misión internacional independiente de determinación
de los hechos sobre Venezuela presentó su tercer informe. Cumpliendo el mandato
que le otorgó el Consejo de Derechos Humanos de la Organización de las Naciones
Unidas en 2019, el rol de la Misión se centra en investigar “ejecuciones
extrajudiciales, desapariciones forzadas, detenciones arbitrarias y tortura y
otros tratos crueles, inhumanos o degradantes cometidos desde 2014” con miras a
“asegurar la plena rendición de cuentas de los autores y la justicia para las
víctimas”.
En su primer informe presentado en 2020, la Misión no dejaba lugar a dudas sobre la situación de los Derechos Humanos en el país: en Venezuela se habían cometido crímenes de lesa humanidad como “asesinato, encarcelamiento, tortura, violaciones y desaparición forzada”. El informe concluía afirmando que “autoridades de alto nivel tenían conocimiento de esos delitos” y que “jefes y superiores sabían o debían haber sabido de esos delitos y […] no tomaron medidas para impedirlos o reprimirlos”.
Aunque
la Misión denunciaba la participación directa del Estado y reiteraba en su
segundo informe publicado en septiembre 2021 un clima de total impunidad y
ausencia de independencia judicial que animaba a los agentes estatales a seguir
cometiendo posibles crímenes contra la humanidad, no fue hasta hace unos días
que la Misión señaló con nombres y apellidos a quienes forman parte de la
cadena de mando criminal que ha causado tanto dolor y sufrimiento entre los
venezolanos.
Dichos
nombres, algunos conocidos y otros protegidos bajo el anonimato que les da la
impunidad, ahora figurarán junto a los peores criminales de la humanidad tras
ser señalados de ser participes de uno de los crímenes -junto al genocidio, los
crimines de guerra y el crimen de agresión- de “más graves trascendencia para
la comunidad internacional en su conjunto”. Dada su gravedad, no es de extrañar
que sean precisamente estos cuatro crímenes los que integren la jurisdicción de
la Corte Penal Internacional.
Quizás
sea por esta razón que la dictadura se ha encargado de desaparecer del espectro
mediático nacional el último informe de la Misión. Ningún canal de televisión
ni emisora de radio osa informar sobre el tema. Quienes no lo hacen por
complicidad y autocensura, reciben serias advertencias para que mejor no se
atrevan. En la Venezuela donde ha desaparecido el interés por la política, lo
que verdaderamente desapareció fue la información. La urgencia del día a día y
la ausencia del debate público colocan a las grandes mayorías merced de lo que
los censores decidan que miren y escuchen.
Usted,
por ejemplo, no verá en ninguna televisión ni escuchará en ninguna radio
nacional que los funcionarios de la DGCIM y del SEBIN recurrían métodos de
tortura, como palizas, descargas eléctricas, asfixia con bolsas de plástico y
posturas de tensión contra sus detenidos. Tampoco que agentes pertenecientes a
dichos entes represores perpetraron actos de violencia sexual o de género
contra militares y civiles detenidos durante los interrogatorios para obtener
información, degradarlos, humillarlos o castigarlos. Mucho menos que la Misión
ha documentado casos de pérdida de funciones sensoriales o motrices, lesiones
reproductivas y al menos un aborto espontáneo, como resultado de los actos de
tortura infligidos por los agentes al servicio de la dictadura.
Dichos
crímenes siguen ocurriendo. En medio de tanta cosmetología, nada ha cambiado en
materia de Derechos Humanos y solo hace falta que la población despierte de su
largo letargo para que el aparato de represión se active nuevamente de manera
masiva. De allí que Venezuela necesita que la Misión continúe su trabajo y que
en consecuencia su mandato sea renovado por el Consejo de Derechos Humanos de
las Naciones Unidas. En medio de tanta impunidad, hoy más que nunca la Misión
es la voz de quienes no tienen justicia.
Brian
Fincheltub
@BrianFincheltub
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