EFE 13 de de octubre de 2022
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Los venezolanos ven a la selva del Darién
como "una luz de esperanza", pues quieren dejar atrás una
"dictadura silenciosa" que ha hecho que un camino voraz se convierta
en la opción más tomada
"Dicen
que Venezuela se está arreglando, pero mire cómo está", dice José Muñoz
mientras señala a los cientos de compatriotas suyos que se acumulan en la
frontera de Colombia con Panamá dispuestos a comenzar la travesía a
Estados Unidos atravesando la peligrosa selva del Darién.
Yacen
en la playa, descansando y matando el tiempo mientras un barco tras
otro zarpa del pueblo de Necoclí, en la costa Caribe, al otro lado del
Golfo del Urabá donde en grupos entrarán a una selva montañosa en una ruta
desangelada.
Sin miedo a nada
"El
Darién no es tan peligroso como lo que nosotros estamos dejando atrás",
afirma tozudo José, un argumento que repiten una y otra vez todos los que se
disponen a pasar la selva.
Quieren
dejar atrás una "dictadura silenciosa" que ha hecho que un camino
voraz, que comienza por una selva donde se desconoce cuántas vidas se
quedan en el camino y se hace dejándose caer en manos de mafias y traficantes,
se convierta en la opción más tomada.
Para
él fue determinante el no tener cómo comprarle comida a sus hijos. El
miedo a que se enfermaran y no tener cómo sacarlos de la enfermedad.
"Esa es la realidad que vivimos en Venezuela, no la que dicen... es una
dictadura", afirma.
Mirar
al futuro
Como
José, Angelismar llevaba años debatiéndose cuándo dar el paso. Veía
cómo subían los precios, cómo el dinero no alcanzaba, pero no fue hasta que
nació su hijo, Nelson Giovanny, hace menos de un año, que no se atrevió a
salir de Venezuela para darle un mejor futuro.
Cruza
con el bebé, que aún se aferra a sus pechos, su esposo y parte de su familia.
También con su madre, Ada Yolimar, que sabe bien lo que es vivir en un país que
la excluye por pensar diferente.
Era
estudiante de ingeniería de gas cuando firmó en contra del referendo de 2002
que promovió el entonces presidente Hugo Chávez y que acabó, como represalia,
con la destitución de 19.000 empleados de la estatal Petróleos de
Venezuela Sociedad Anónima (Pdvsa) y una lista negra donde
ella estaba incluida.
Vio
cómo, de tener un futuro brillante en un país que reclamaba profesionales para
su mejor industria, se le cerraron todas las puertas y pasó años
limpiando pisos y casas ajenas. Nunca tuvo los recursos para migrar;
tampoco ahora, pero aún así se lanzó.
El
efecto llamada
En lo
que va de año, más de 150.000 personas han cruzado este peligroso paso
fronterizo que separa a Colombia de Panamá, donde los ríos amenazan con
arrastrar a familias enteras y las lomas con engullir a quienes las pisan,
y donde las violaciones y los asesinatos quedan impunes entre los árboles.
El 71
% de esta cifra récord de migrantes -que ya supera el total de cualquier otro
año- son venezolanos.
Vienen
directo de Venezuela, pero también de otros países como Perú, Chile o Colombia,
el país que acogió a gran parte del inmenso éxodo venezolano y que cuenta,
según las últimas cifras, con casi 2,5 millones de venezolanos en sus pueblos y
ciudades.
Ismali,
por ejemplo, llevaba cinco años en Bogotá, vendiendo dulces y otros productos
en los autobuses de Transmilenio, pero se puso todo "muy
caro" y la necesidad lo empujó a buscar nuevas oportunidades para
Yeremias, su bebé de dos años, que acuna en sus brazos a la espera de
embarcar rumbo al Darién.
"Por
la economía", "por el mal vivir", "el hambre"... las
respuestas se repiten una y otra vez con los mismos motivos. Un primo, que vive
en alguna ciudad estadounidense, les dijo que ahí se ganaba bien. Han
visto al vecino construirse una casa nueva gracias al dinero que les envía su
padre por Western Union desde Chicago o un amigo lejano les dijo que
vinieran, que ahí los recibían y que no era tan difícil.
Pretenden
buscar refugio en Estados Unidos, alentados por las palabras del
presidente Joe Biden que hace unas semanas aseguró que "no
es racional" devolver a migrantes irregulares a países como Venezuela,
Cuba o Nicaragua.
"El
año pasado era el momento de los haitianos, ahora es el nuestro",
aseguran. Lo hacen desde el otro lado, desde antes de adentrarse en la
espesura, confiando en que lo que viene es mejor que lo que dejan atrás, pero
sin ser conscientes plenamente de lo que les queda por delante.
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