Oscar Arnal 07 de octubre de 2022
En las
últimas semanas las arremetidas de los gobiernos marxistas de la región no
cesan contra la Iglesia. Hace unos 15 días expulsaron al superior de los
jesuitas en Cuba, por ser una voz crítica. La pasada semana, en Nicaragua no han permitido la salida de las procesiones religiosas
a las calles, lo que genera manifestaciones de protesta en todo el país.
En Cuba, la dictadura siempre teme a la procesión de la Virgen de la Caridad del Cobre, que reúne tanta gente que es motivo de gran preocupación para el partido comunista. Ahora Ortega acaba en Nicaragua con la posibilidad de manifestar la fe católica en las calles de su país, después de echar de Nicaragua a cientos de religiosos, y a congregaciones enteras como la de la madre Santa Teresa de Calcuta.
La
torpeza de Ortega no tiene límites, clausuró más de 700 oenegés que hacían
trabajo social y además cerró las emisoras cristianas de radio, que ayudan con
la educación del pueblo.
En
Polonia sucedió algo parecido durante la Unión Soviética, pero el movimiento
Solidaridad apoyado por miles de fieles cristianos terminó victorioso. Luego de
la caída del muro de Berlín, el resurgir del catolicismo en Polonia fue un
hecho público de grandes proporciones.
El
marxismo es un materialismo que condena todo credo religioso. Marx definió a la
religión como «el opio del pueblo». Para el marxismo el ser humano es solo una
evolución de la materia. La persona es una cosa. No tiene en cuenta el marxismo
que somos seres materiales, pero también espirituales, sociales y libres. A
pura materia nos reduce la doctrina de Marx.
El
materialismo marxista es histórico y dialéctico. La violencia la partera de la
historia y la lucha de clases, o sea, el odio, el motor de la civilización. Al
final, la utopía marxista plantea un mundo irreal donde incluso desaparece el
Estado.
En la
práctica el comunismo trajo las llamadas dictaduras del proletariado que
degeneraron en terribles autocracias, a las que se sumaba una oligarquía comunista,
que produjo grandes hambrunas y violaciones a los derechos políticos y humanos
en general. Esos países se convirtieron en cárceles. Miles de familias cubanas
tuvieron que escapar en balsas arriesgando su vida.
En un
sistema comunista nadie que no comulgue con esta ideología se puede organizar
con otras ideas, nadie puede disentir del que manda, ni del partido único, y no
existe posibilidad de acceder al poder por el voto universal, directo y
secreto. El comunismo, que pretendió eliminar con la lucha de clases las clases
sociales, lo que hizo fue crear más clases y más estratos sociales.
A
pesar de señalar que se acabaría con la alienación capitalista, la alienación
se dio con el Estado. La criticada plusvalía ahora iba para el máximo líder y
la llamada nomenclatura o burocracia partidista. Se subordinó a la persona
humana al partido y al jefe único. Las muertes provocadas por las tiranías de
Stalin y Mao se estiman en decenas de millones de personas.
En
Venezuela nunca antes habíamos observado tanto irrespeto hacia la Iglesia. Al
alto clero lo han insultado hasta la saciedad. Los han llamado «diablos con
sotanas» y al actual cardenal Baltazar Porras «el zamuro mayor».
La
Doctrina social de la Iglesia ha sido consecuente en definir a la democracia
como el único sistema de gobierno capaz de proporcionar al ser humano todo lo
que necesita para su desarrollo integral. La democracia no solo debe ser el
gobierno donde la soberanía resida en el pueblo sino debe ser un régimen donde
se respeten las libertades públicas, los derechos humanos y especialmente los
derechos de las minorías. Donde exista independencia, separación y autonomía de
los distintos poderes públicos, donde se garantice la alternancia y el
pluralismo.
Esta
semana pasada entrevisté en mi programa radial al expresidente de la
Conferencia Episcopal, monseñor Ovidio Pérez Morales, quien dejó claro que hay
que luchar a fondo por cambiar las estructuras hegemónicas que oprimen al
colectivo y que no permiten el libre desenvolvimiento de la persona humana. El
imperativo categórico tiene que ser el rescate de la democracia. Ir a unas
elecciones presidenciales justas, libres y transparentes en el 2024, que le den
legitimidad de origen al ganador…
Oscar
Arnal
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