Alfredo Keller 06 de junio de 2024
“Venezuela
es un país inmensamente rico. Probablemente uno de los países más ricos del
mundo porque su riqueza es infinita e inagotable”. (Más del 90 % en encuestas)
“La
riqueza de Venezuela pertenece a los venezolanos. Yo soy venezolano; por tanto,
yo soy dueño de una parte importante de esa riqueza pero, en realidad, yo soy
pobre porque nunca me llega la riqueza que me pertenece y a la que tengo
derecho. Eso ocurre porque los que están a cargo de repartirla de manera justa
son unos incapaces y unos ladrones”. (Más del 80 %)
“Por eso, los gobernantes que necesitamos tienen que querer a Venezuela, a los venezolanos (y a mí) y tienen que ser capaces, honestos y justos para repartir la riqueza como es debido”. (Más del 70 %)
Esta
narrativa que comparte una extensa mayoría de la población del país ha
respondido intensamente a la idea del bienestar al menor esfuerzo; es decir, a
la de depender de un Estado rico proveedor, muy lejos de aquellas culturas que
visualizan el bienestar a partir del esfuerzo personal, la innovación, la
creatividad, el emprendimiento y el trabajo. Con una cultura económica así se
puede concluir que no ha estado enfocada a la productividad personal sino a la
extracción y, en muchos casos, al simple rentismo.
Durante
40 años estuve obteniendo este tipo de respuestas de los venezolanos de manera
reiterativa con los estudios de opinión pública diseñados para comprender sus
necesidades, sus aspiraciones, sus motivaciones, sus estilos de vida, sus
preferencias y lo que les gusta o les disgusta. Todo ello para poder comprender
sus conductas sociales, económicas y políticas y, eventualmente, predecirlas
ante diversas coyunturas.
De
estos resultados se podría concluir que este conjunto de creencias y valores
constituía el cuerpo normativo social y el marco emocional colectivo orientados
preferentemente al asistencialismo rentista y que explicaba, en buena medida,
la racionalidad de sus comportamientos individuales y societarios.
La
primera pregunta que me hago hoy, cuya respuesta está pendiente, es si el 90 %
de los venezolanos sigue creyendo en la inmensa riqueza del país o si, después
del empobrecimiento radical en que ha sumido el chavismo a la población con la
respectiva destrucción del aparato productivo, ya no lo cree tanto.
La
pregunta no es ociosa porque, como lo demuestran las citas textuales mostradas
arriba, provenientes de dinámicas grupales y luego valoradas en encuestas
durante muchos años, la cultura económica popular basada en el mito petrolero
ha sido la pieza detonante para el arraigo del populismo, con diversas
orientaciones ideológicas, de toda nuestra era democrática y que llegó a su
culmen con los extremos de Chávez.
Igual
pudiéramos afirmar de la corrupción. Si la riqueza del país “me pertenece”,
¿estar en el poder no es una legítima forma de apropiarse de lo que de todas
maneras es mío?
Tampoco
es ocioso subrayar que este cuerpo de creencias fue inducido principalmente por
el liderazgo político, en especial durante las campañas electorales pues todas,
al menos desde 1973 hasta 2012, fueron especies de plebiscitos que premian o
castigan la redistribución de la renta del gobierno saliente y que compraban o
no la expectativa de una nueva dirección política capaz de darle a cada quien
lo que en su ensoñación creía merecer.
Un
ejemplo: justo antes de que Chávez ganara las elecciones en 1998, la motivación
principal de los venezolanos era la de usar el voto como castigo a los
políticos tradicionales y a sus partidos (era el objetivo del 66 % de los
electores). Pero una vez que Chávez tomó el poder y, por tanto, ya estaban
“castigadas” las élites políticas, las prioridades giraron dramática y
automáticamente hacia la expectativa de la redistribución de la renta como el
objetivo que debería alcanzarse con el nuevo gobierno (62 %).
Eso
fue lo que hizo Chávez al instaurar las llamadas “misiones” que aunque fueron
puestas en marcha de manera desordenada y caótica, adornada de mucha
corrupción, complacía a las masas y producían un gran respaldo popular que
ayudaba a inflar el ego narcisista presidencial. Con estos aplausos masivos y
con el lema “¡Así, así es que se gobierna!”, un individuo con
ínfulas de dioses pero con ninguna visión de Estado ni lectura de futuro, se
nutría de la validez de sus propias creencias.
El
caso de Chávez es fácil de explicar porque sólo se dedicó al populismo y a
destruir el sistema que, en su discurso enfermizo, era el causante de la
pobreza y de la falta de oportunidades del pueblo. Pero también disponemos de
indicadores sobre esta vocación redistributiva de la renta para todos los
gobiernos democráticos previos, al menos desde el primer gobierno de Rafael
Caldera que es cuando comenzamos a disponer de encuestas enfocadas a este
problema.
Como
hemos dicho arriba, nuestras campañas electorales han sido plebiscitarias
porque han consistido siempre en invitar a castigar los déficits
redistributivos de la renta del gobierno saliente, plantear que son producto de
una insensibilidad social incompetente y corrupta y promover la idea de que un
cambio es necesario para redistribuir la riqueza nacional de manera justa e
igualitaria con un nuevo gobierno. Así que hemos hecho un ejercicio para
comparar el apoyo inicial que recibió cada nuevo
gobierno
en las urnas con el que mantenían ocho meses después de asumido el poder,
período que asumimos como suficiente para que el pueblo constata si la oferta
de cambio redistributivo estaba en vías de aplicación o no. El objetivo de este
ejercicio ha consistido, pues, en determinar cuál ha sido la lectura de los
ciudadanos sobre el cumplimiento de la promesa básica de la redistribución de
la renta. Estos son los resultados de nuestra hipótesis:
1er.
Gobierno de R. Caldera = +1 punto (ganó 1 punto porcentual en 8 meses)
1er.
Gobierno de C.A. Pérez= -5 (perdió 5 puntos porcentuales de apoyo en 8 meses)
Gobierno
de L. Herrera C. = -15
Gobierno
de J. Lusinchi = -25
2do.
Gobierno de C.A. Pérez = -32
2do.
El Gobierno de R. Caldera = +64 (aunque terminó con un índice de -66 puntos)
1er.
Gobierno de H. Chávez = +22
Como
demuestran estas cifras, después del primer gobierno de Caldera el deterioro de
la confianza en cada nuevo gobierno, o el “índice de frustración”, como lo
llamé en su momento, fue progresivamente incrementándose de manera acumulativa
hasta que, finalmente, la credibilidad y los apoyos al sistema democrático
iniciado en 1958 llegó a su fin con la emergencia del Chávez golpista del 92.
Es en ese espíritu de ruptura que Caldera llega al poder por segunda vez. De
allí sus apoyos iniciales. Pero no deja de ser un responsable de la etapa
anterior y de la falta de respuesta al silogismo de la riqueza a partir de la
redistribución de la renta por lo que al final de su mandato la frustración
social llega a sus máximos y explica, en buena medida, lo que vendrá después
con Chávez.
El
discurso de Chávez en su campaña de 1998 se basó esencialmente en las creencias
y valores que hemos descrito cuando propuso el cambio radical de acabar con las
élites políticas tradicionales de AD y Copei (“freír en aceite la cabeza de los
adecos”), a través de una nueva Constitución que los sacara del poder por “ser
responsables” de la pobreza del pueblo. Y ello con el propósito de hacer
“eficiente” el acceso a la renta como medio para superar la pobreza o
simplemente “para vivir mejor”.
Entre
otras razones, el caso de Maduro, actualmente, es claramente el fracaso de ese
aspiracional popular.
Es de
advertir que también es responsable de esta cultura económica primaria el
sistema educativo enfocado a reforzar las tesis de la redistribución de la
renta por merecimiento divino y no como fruto del esfuerzo y del trabajo. No al
azar llegamos a descubrir que hasta un 20% de la población (1 adulto de cada 5)
consideraba un par de años después de la llegada de Chávez al poder que “es tal
la riqueza del país que no debería ser necesario tener que trabajar”.
Mis
siguientes preguntas son, por tanto, ¿qué han aprendido los venezolanos de la
experiencia con el socialismo promovido por todos los gobiernos desde 1958
hasta la fecha aunque especial y abiertamente por el chavismo sobre la riqueza
del país y sobre la redistribución de la renta? ¿Cuáles son las motivaciones
actuales de los ciudadanos? ¿Qué esperan de un nuevo gobierno? ¿Cómo se valora
el trabajo como fuente de riqueza y de bienestar? ¿Seguimos enfocados en
demandar un Estado asistencialista y proveedor? ¿Cuánto estamos dispuestos a
respaldar no sólo un cambio de gobierno sino un cambio de régimen, promotor de
oportunidades más que de dádivas?
Todas
estas preguntas derivan en una inquietud superior porque estamos en una
coyuntura favorable ante un cambio de régimen y de gobierno.
La
fuerte aspiración a un cambio político que se observa en los rostros
entusiastas de quienes le salen al paso a María Corina Machado en sus giras por
el país demuestra que existe la fuerza necesaria para ello, impulsada en
negativo por el horror que ha significado el régimen chavo-madurista en
pérdida, o incluso desaparición, de una mínima calidad de vida y, en positivo,
por la personalidad, el talante carismático y la credibilidad de María Corina.
El voto castigo es, pues, claramente mayoritario, tanto como lo es la ilusión,
la esperanza y la confianza en la líder.
Pero
no queda muy claro cuál es el cambio final que buscan los ciudadanos. Lo obvio
es el cambio del gobierno para castigarlos pero lo que está detrás no lo es
tanto. El argumentario oficial opositor a este régimen plantea que se trata de
un proceso complejo que busca salir del régimen para retomar la libertad y la
democracia como condición para recuperar unas condiciones adecuadas de vida.
Entretanto
es bueno recordar que no es materia de campaña electoral sino de gestión
gubernativa el promover cambios en los paradigmas culturales de los que estamos
hablando aquí. En este sentido, la campaña que adelanta María Corina es
simplemente estupenda y acertada porque, entre otras cosas, no está retando a
los electores a un debate ideológico ni cultural con lo cual cabe en su
proyecto de cambio tanto la izquierda como la derecha, tanto socialistas como
liberales. Ella representa “el cambio” pero son los ciudadanos los que le están
poniendo los contenidos a ese cambio.
Para
quienes conocemos a María Corina desde hace muchos años y con quien hemos
compartido reflexiones de todo tipo observamos que esta podría ser la primera
vez en nuestra historia presente que el líder dominante, en este caso ella
misma, tiene asumido el grandioso proyecto de cambiar la manera de interpretar
los propósitos del Estado y de las relaciones del ciudadano con aquel. En otras
palabras, estoy convencido de que con María Corina se produce una verdadera
oportunidad de cambiar el marco de creencias improductivas del venezolano que
mostramos al comienzo de este escrito. No es, pues, mera argucia electoral el
que ella proponga como uno de propósitos el de acabar con el Socialismo del
Siglo XXI. Lo que no queda explícito es el modelo a seguir que ella propone.
Pero no es el momento para hacerlo.
El
cambio ideológico e idiosincrático es posible porque ya existe una fuerte
reacción de rechazo al socialismo de Chávez y Maduro. A partir de 1998 hice en
mis encuestas dos preguntas que repetí cada cierto tiempo para evaluar el
esquema de polarización ideológica entre la igualdad y la libertad o, mejor, en
las preferencias entre el control del Estado sobre la economía y la vida sociopolítica
versus sus respectivas libertades. A medida en que el régimen chavista avanzaba
en sus propósitos autoritarios, con pérdida de libertades, los ciudadanos se
fueron distanciando de sus medidas, tal como muestran los siguientes
porcentajes (sobre el total de población adulta):
Vemos,
pues, que el apoyo a la libertad pasó del 35 % al 71 % en materia económica y
del 27 % al 72 % sobre libertad sociopolítica durante el régimen chavista hasta
2015, reacción popular que representa el tamaño del rechazo a la abierta
promoción del socialismo por parte del chavismo y que, como es lo opuesto al
régimen, representa un indicador de la voluntad política para un cambio que
signifique libertad y democracia. Como no pude continuar esta exploración me
pregunto ahora cuánto más han aumentado los respaldos a la libertad por
contraposición a los controles gubernamentales. Se trata, pues, de una
oportunidad inigualable para promover un cambio sustancial de régimen y de
cultura que puede ser aprovechado por el próximo gobierno.
Compartí
estos hallazgos con casi toda la dirigencia política de la época y varios
entendieron su significado pero quien mejor comprendió las oportunidades
sociopolíticas que ofrecía fue, una vez más, Ma. Corina. Ella se convirtió en
el paladín libertario del país y su liderazgo se correlaciona muy bien con
estos datos.
Salvo
que todas las cifras vistas en este análisis hayan cambiado para sostener lo
contrario, aventuro la hipótesis de que los venezolanos esperan un nuevo
gobierno que sea eficiente en la redistribución de la renta a través de
políticas que algunos llaman “sociales” o de “justicia social” cuyo referente
más relevante en la memoria colectiva fue Hugo Chávez. Desmontar, pues, la
mitología sobre la supuesta eficacia y eficiencia de Chávez pasa a ser
fundamental. Y si mi hipótesis es aproximadamente correcta el nuevo gobierno se
verá sometido a tremendas presiones populares para que satisfaga este tipo de
expectativas. La gobernabilidad del país estará en juego.
Por
estos motivos traigo a la memoria el Plan de Obras Extraordinarias y
el Plan de Emergencia del gobierno provisional de Wolfgang
Larrazábal en 1958. La situación socioeconómica del país era similar a la
actual, aunque no tan mala, al salir de la dictadura perezjimenista. Las
medidas tomadas buscaban garantizar un mínimo de condiciones de gobernabilidad
prestando atención a dos problemas de gran significación: el desempleo y la
precariedad de los ingresos familiares. Algo parecido me luce imprescindible
para el nuevo gobierno porque las necesidades populares son, hoy en día, de una
dimensión pavorosa.
Pero
regreso a lo que es más importante en el mediano y largo plazo, aunque
evidentemente, no lo más urgente al día de hoy. Luego de atajar la emergencia,
estabilizar la República, recuperar la confianza en el potencial económico del
país, convocar a la productividad del sector privado, poner al día los
servicios públicos y generar las condiciones para un crecimiento sostenible,
siempre insistiré en no descuidar la necesidad de cambiar el paradigma
cultural, esas creencias primarias que han facilitado la emergencia de
liderazgos populistas y, con el tiempo, la destrucción del país. Una reforma
educativa orientada a la productividad, la creatividad y la innovación así como
a la desmitificación del asistencialismo será una prioridad de particular
importancia. Y esto desde kinder hasta la universidad.
Porque
si no logramos cambiar esta mentalidad a fondo se mantendrá vivo el riesgo
reiterativo de que la sociedad venezolana vuelva en unos años a la actual
situación. Podríamos concluir, pues, que la cultura es la piedra angular, la
dovela, la cuña, de la frágil estructura de la democracia y de la libertad.
Tomado
de: https://versionfinal.com.ve/opinion/alfredo-keller-preguntas-que-requieren-respuestas/
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