jueves, 26 de noviembre de 2009
La semana del estudiante
CONTRAVOZ
Por Gonzalo Himiob Santomé
Corría el año de 1928 cuando con ocasión de la celebración de la “Semana del Estudiante” –pautada en aquellas fechas conjuntamente con la celebración de los carnavales- saltó a la palestra pública una generación estudiantil que luego sería conocida como la “Generación del 28”. Bastaron la ruptura en protesta de una lápida a cargo de Guillermo Prince Lara y algunas palabras encendidas de los entonces estudiantes Rómulo Betancourt, Jóvito Villalba y Joaquín Gabaldón Márquez, sumadas a un duro poema leído por Pío Tamayo –antiguo exiliado y perseguido político- en la coronación de la reina del carnaval estudiantil “Beatriz I”, para que la maquinaria represiva de Juan Vicente Gómez les considerase “subversivos” y dirigiera contra ellos todas sus fuerzas de miedo y de oprobio. Se hizo cesar la celebración y se mandó a Pío Tamayo y a los demás líderes estudiantiles a “La Rotunda”. En un gesto que verdaderamente marcó época, ante la injusticia desatada por el régimen Gomecista el resto de los compañeros estudiantiles se entregó también a las autoridades. En total 214 personas fueron encarceladas al final en el Castillo de Puerto Cabello, lo que generó una indignación tal a nivel nacional que, materializada en protestas generalizadas, logró la liberación de los estudiantes al cabo de 12 días.
Luego de haber tratado de instar fallidamente un golpe de Estado –que estaba pautado para el 7 de Abril de ese año- quienes integraban la denominada “Generación del 28” se dispersaron. La gran mayoría de ellos (cerca de 200) fueron arrestados de nuevo y llevados a cumplir trabajos forzados a Araira, dónde se estaba construyendo una carretera. Me honra contar que mi abuelo Nelson Himiob fue parte de este grupo y que, en su cuento “La Carretera”, relató parte de las vicisitudes que tuvieron que padecer en tales condiciones, tanto en Araira como en Palenque, lugar al que fue trasladado después con algunos de sus compañeros, ya que eran considerados –quizás por aquello de que tenían facilidad para la palabra- como los “más peligrosos”. Luego fueron liberados a principios de 1929 y fueron expulsados del país. Casi todos ellos volverían a Venezuela mucho después, luego de la muerte del caudillo andino, en 1935.
En estos momentos está en plena conmemoración una nueva “Semana del Estudiante”. Esta vez, aunque son otros los líderes juveniles que, una vez más, dan la cara por el país, sorprenden especialmente las similitudes entre el tenor de las protestas pasadas y actuales –en ambos casos se reclamaba y se reclama del poder respeto a libertad de pensamiento y la finalización de la criminalización de las protestas- y, más allá, también llaman la atención las indiscutibles semejanzas entre la forma en la que el gobierno manejaba antes, y maneja ahora, las protestas estudiantiles. En ambos casos, tanto en 1928 como ahora, se tiene a los jóvenes libertarios como “criminales”. Y en ambos casos se les sometió y se les somete a investigaciones penales y a encarcelamientos injustos.
El martes pasado una protesta contra la inseguridad, liderada por jóvenes de la USM fue brutalmente reprimida. La ironía recoge que la PM para eso sí está lista y dispuesta, que no para hacer frente a los verdaderos criminales que nos matan día a día y que literalmente actúan bajo la mirada cómplice o la cobarde omisión de los “cuerpos de seguridad” que ahora sirven para cualquier cosa menos para proteger a la ciudadanía. Ya no son tales, sino “cuerpos de inseguridad”, y de miedo. El saldo que quedó de aquello fue de varios estudiantes heridos y de uno que fue detenido y, sin embargo, inmediatamente liberado. Aunque otros no han corrido sin embargo la misma suerte (Julio Rivas y Carlos Lozada, entre otros) y han tenido que esperar un poco más, después de haber sido detenidos, para que se les reconociera su derecho a ser juzgados en libertad, lo cierto es que la criminalización de la protesta se ha entronizado, como modo persecutorio desde el poder, en nuestro país. Y no sólo contra estudiantes. Sin querer acá hacer una relación extensiva que incluya a todo el que merece estar en ella, destaco especialmente que esta forma de persecución se ha llevado por delante, como deshonroso proceder, incluso a algunos oficialistas. En los últimos meses, aproximadamente 367 sindicalistas y trabajadores de las industrias básicas, algunos de ellos miembros del PSUV, han sido sometidos a procesos penales por haberse atrevido a lo impensable: Protestar contra el régimen. Y la lista es mucho más larga, desde 1999 hasta nuestros días llegan a más de 3000 las investigaciones penales, disciplinarias o administrativas sancionatorias que se han abierto contra venezolanos y venezolanas por el simple hecho de pensar diferente y de creer que las cosas pueden hacerse de una manera distinta a la propuesta por el presidente y sus acólitos.
La excusa oficialista es siempre la misma y se circunscribe a los desmanes contra los DDHH de los gobernantes de la llamada “Cuarta República”. Y en eso hay algo siempre de pernicioso. Se trata de una muy negativa ceguera histórica que se limita al absurdo de querer caminar hacia adelante sólo mirando hacia atrás. Cierto es que ni siquiera Rómulo Betancourt, el padre de nuestra vapuleada democracia, se salvó en su momento de la tentación represiva y también lo es que durante las décadas de los sesentas, setentas y ochentas muchos líderes estudiantiles, políticos, comunicadores y hasta artistas, fundamentalmente de izquierda, fueron sometidos injustamente a tratos inhumanos y a indebidas persecuciones por parte de nuestros gobiernos anteriores. Ello no debe quedar impune o dejarse en el olvido, pero tampoco justifica la conducta actual de nuestros cuerpos policiales y de inteligencia ni, mucho menos, la de quienes se pregonan “revolucionarios” contra la disidencia o la oposición. Llegamos al clímax de la contradicción: El otrora “perseguido” troca hoy en aquello que adversaba, en un persecutor más. Quizás hasta peor que los anteriores, porque conoce de los males de la intolerancia política y, ahora, los hace suyos como herramientas de trabajo. Un ex líder estudiantil como Tarek El Aissami, Ministro de “En terror” e “In Justicia”, debería conocer mejor que nadie cuáles son las consecuencias que nacen de la represión injustificada a estudiantes y a opositores. Pero, o se hace el loco, o no se atreve a expresarlas, mucho menos al “comandante” que, como sabemos, se solaza en ver enemigos por todas partes, sobre todo entre quienes se atreven a cuestionarle o a, sencillamente, decirle la verdad. Grave pecado ése, sobre todo en un Primer Mandatario, que pronto le confrontará de nariz contra esas verdades –la de la inseguridad, la del desempleo, la de nuestra depauperada economía- ante las que prefiere permanecer ciego, sordo y mudo, como los célebres monitos de Toshogu.
En el caso de la “Generación del 28” los abusos del régimen Gomecista contra el liderazgo joven forzaron a la Venezuela de entonces a abrir los ojos ante las realidades que se padecían. Y a tomar acciones concretas contra los excesos de los poderosos. A la larga, se construyó una nueva nación desde una nueva visión, alimentada por el hecho de que tales abusos se vivieron en carne propia y no se aprendió sobre ellos en las aulas de clase ni de los libros de historia. ¿Estará ocurriendo lo mismo ahora?
Yo creo que sí. Nuestros jóvenes universitarios y los recién coronados profesionales y técnicos, en todo el país, lo están demostrando todos los días. Y, al igual que ocurrió luego de la muerte de Gómez, ya existe una nueva generación de venezolanos y venezolanas que sabe de sus responsabilidades históricas y que no temerá afrontarlas llegado el momento. El futuro del país con gente como esta, joven, preparada y consciente, está en buenas manos.
Publicado por:
El Blog de Gonzalo Himiob
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