Por Henrique Capriles
La partida física de un
hombre como Teodoro Petkoff siempre resulta una pérdida que va más allá del
duelo personal, más allá de la pérdida de un amigo y un maestro, más allá de la
tristeza que hay detrás de toda muerte cercana a los afectos.
La partida física de un
hombre como Teodoro se convierte en un dolor nacional: en un país entero
lamentando no haber aprovechado más las lecciones históricas y políticas de un
ciudadano que no tuvo miedo en rectificar, sin que eso significara desviar el
objetivo común de hacer de Venezuela un país de justicia, de progreso.
En un momento como el que
vivimos los venezolanos, saber que el consejo de Teodoro ya no está ahí se
traduce, también, en una lamentable pérdida de la cercana y honesta sabiduría
que sus años de experiencias políticas, con sus errores y sus aciertos,
significó para mi generación y las siguientes.
El simple hecho de que
alguien como él estuviera luchando a favor de la libertad y la democracia debe
llenar de orgullo a quienes lo tuvimos cerca, porque nunca fue complaciente y
siempre tuvo el coraje para hacer saber sus opiniones. Y esa franqueza es algo
que se agradece mucho en una dinámica tan llena de equivocados y aduladores.
Hace menos de un mes
estuvimos reunidos. Por petición de él fui a visitarle. Incluso en las
circunstancias en las que tuvo la salud comprometida, Teodoro siempre tuvo la
fuerza argumentativa necesaria para señalar el valor de la unidad, pero
principalmente el urgente rescate de la Política. Eso sí: la Política entendida
como una acción constante puesta al servicio de las soluciones y el
acompañamiento de la gente, pero sin dejar a un lado un debate serio de las
ideas que no le tuviera miedo a las diferencias, ni al contraste ni a la
rebeldía.
Quien se dedique a revisar
la historia del pensamiento político en América Latina tendrá que considerar a
Teodoro Petkoff como un personaje fundamental para entender el desarrollo de
acciones tan importantes como la ruptura con el estalinismo y, en otro momento
histórico, la decisión de abandonar el proyecto político al cual le había
dedicado su vida (cuando el MAS acompañó a Hugo Chávez) al darse cuenta de que
habían caído en el peligroso embrujo de unas ideas trasnochadas que podían
derivar hacia ese abismo que tanto advirtió: el totalitarismo; aquello que supo
alertar como un problema desde finales de los años sesenta.
Me pregunto qué puede
motivar a quienes hoy sólo se dedican a repasar su participación en acciones
violentas y la historia de los excesos de la izquierda a mediados del siglo,
dejando a un lado su ejemplar capacidad de rectificar y advertir los peligros
de esta oscuridad hacia la cual nos condujeron la desmesura y la corrupción de
un gobierno que decidió convertir la violencia y la corrupción como única
Política de Estado.
Quizás se trate de algún
tipo de miopía política, propio de quienes sienten miedo de tener que cambiar
de opinión más adelante y no están dispuestos a rectificar.
Dicho en palabras de
Teodoro: sólo los idiotas nunca cambian de opinión.
La historia de la política
siempre debe entenderse por la inevitable influencia del contexto en las
acciones que toman los políticos. Verlo de otra manera sólo nos hace pecar de
tercos o de ilusos.
Un ejemplo claro es el
relato que instauró el chavismo y continuó el madurismo, señalando aquella
inflación de 1996 y la crisis de las prestaciones sociales como una
responsabilidad de Teodoro, en ese entonces ministro de planificación. Hoy
resulta ridículo en la boca de quienes nos han conducido por primera vez a una
inflación de un millón por ciento y, además, pulverizaron los salarios y la
capacidad de compra de los venezolanos.
A diferencia de muchos que
hoy deberían hacerse cargo de muchos errores recientes, Teodoro nunca le sacó
el cuerpo a quienes le exigieron explicar sus ideas y dar argumentos. Siempre
lo hizo de manera clara, personal y bien plantada.
Y ese simple rasgo de su
personalidad hace todavía más ejemplar el hecho de que, a pesar de haber
entrado a la política viniendo de la lucha armada, Teodoro siempre haya sido un
fiel creyente de hallar caminos democráticos para salir de la crisis política
en Venezuela.
Teodoro jamás estuvo del
lado de los “atajos” para recuperar al país y a la política del secuestro
llevado a cabo por el gobierno que hoy hambrea y mata a sus ciudadanos.
Además de enviar mis
condolencias y solidarizarme con la familia de Teodoro, también quiero hacer
llegar mi abrazo a quienes han formado parte de TalCual, ese periódico que
fundó para darle espacio a las ideas que contrastaran con el aparato de
propaganda política que ha ido creciendo con cada mentira del gobierno. TalCual
se transformó en una prolongación de su proyecto de vida, que siempre fue la
libertad y la democracia.
Teodoro y su equipo lograron
construir con las uñas, pero al mismo tiempo con la fuerza de las ideas, un
territorio para el pensamiento. Cada línea suya, cada reclamo hecho al gobierno
y a las fuerzas de la oposición, cada reproche y cada espaldarazo traían
consigo el aval de un hombre que nunca puso sus intereses personales por encima
de los comunes, que nunca dejó de trabajar y que jamás desmayó en su empeño de
hacerle un contrapeso inteligente y muy valiente al régimen que,
lamentablemente, no pudo ver relevado por un proyecto. Y eso, al menos para mí,
se transforma en una deuda pendiente con su memoria.
Hoy tenemos la fortuna de
que el pensamiento de Teodoro esté plasmado en sus libros y en sus otros
textos. Su visión del totalitarismo, su rechazo a peligros como el culto a la
personalidad, su cuestionamiento a las conductas revolucionarias y al
populismo, su crítica a los movimientos de izquierda que falsearon sus
objetivos envenenados de poder, todo eso está a la mano de quien desee aprender
de uno de los protagonistas de la política venezolana del siglo veinte.
Y hoy más que nunca es responsabilidad
de cada uno de nosotros hacer ver que esas ideas no fueron lanzadas al vacío.
Quien pretenda dedicarse a
la política en nuestro país debe tener el coraje de recorrer las calles y, al
mismo tiempo, permitirse conocer y contrastar las ideas de aquellos que durante
mucho tiempo defendieron las dinámicas de la democracia.
Y Teodoro es una de esas
voces que seguirán ahí, así sea gritando en el desierto, con la única intención
de hacernos ver cuánto nos queda por recorrer, pero sobre todo lo urgente que
resulta hoy en día conquistar el cambio de modelo político.
Es algo que debemos atender
con la responsabilidad que amerita: que su partida física no se transforme en
un vacío, sino en un estímulo, en una brújula, en una inspiración para
conseguir una salida pronta, eficaz y democrática a esta crisis que Teodoro
supo analizar con tino.
Intentaré mantener mi lucha,
como recomendabas: cerca de la gente y de las ideas adecuadas para decidir
bien. Intentaré asumir con bien todo lo que implica haber sido tu amigo.
Intentaré estar a la altura de todo lo que nos enseñaste.
Descansa en paz, Teodoro.
Aunque tus creencias y tu manera singular de entender el más allá me hagan
pensar que es una frase que no te agradaría del todo, eso es lo que deseo: que
puedas descansar en paz, sabiendo que seguimos luchando por lo mismo que
luchaste junto a nosotros; que puedas descansar en paz al saber que hemos
aprendido la lección; que puedas descansar en paz cuando nos veas tomar las
decisiones correctas.
Vaya mi abrazo y mi sentido
pésame a todos sus familiares, amigos y allegados. Y en especial a la redacción
de TalCual, donde sé que tuvo su familia de brega y de lucha.
Fue un honor Teodoro ¡Hasta
siempre!
04-11-18
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