Francisco Fernández-Carvajal 07 de abril de 2021
@hablarcondios
— Aparición a los Once. Jesús conforta a los
Apóstoles. Presencia de Jesucristo en nuestros sagrarios.
— La Visita al Santísimo, continuación de
la acción de gracias de la Comunión y preparación de la siguiente. El Señor nos
espera a cada uno.
— Frutos de este acto de piedad.
I. Después de
haberse aparecido a María Magdalena, a las demás mujeres, a Pedro y a los
discípulos de Emaús, Jesús se aparece a los Once, según nos narra el Evangelio
de la Misa1. Él les dijo: ¿Por qué os alarmáis?, ¿por qué surgen
dudas en vuestro interior? Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona.
Palpadme y daos cuenta de que un fantasma no tiene carne y huesos, como veis
que yo tengo.
Les mostró luego las manos y los pies y comió con
ellos. Los Apóstoles tendrán para siempre la seguridad de que su fe en el
Resucitado no es efecto de la credulidad, del entusiasmo o de la sugestión,
sino de hechos comprobados repetidamente por ellos mismos. Jesús, en sus
apariciones, se adapta con admirable condescendencia al estado de ánimo y a las
situaciones diferentes de aquellos a quienes se manifiesta. No trata a todos de
la misma manera, pero por caminos diversos conduce a todos a la certeza de su
Resurrección, que es la piedra angular sobre la que descansa la fe cristiana.
Quiere el Señor dar todas las garantías a quienes constituyen aquella Iglesia
naciente para que, a través de los siglos, nuestra fe se apoye sobre un sólido
fundamento: ¡El Señor en verdad ha resucitado! ¡Jesús vive!
La paz sea con vosotros, dijo el Señor al presentarse a sus discípulos llenos
de miedo. Enseguida, vieron sus llagas y se llenaron de gozo y de admiración.
Ese ha de ser también nuestro refugio. Allí encontraremos siempre la paz del
alma y las fuerzas necesarias para seguirle todos los días de nuestra vida.
«Acudiremos como las palomas que, al decir de la Escritura (Cfr. Cant 2,
14), se cobijan en los agujeros de las rocas a la hora de la tempestad. Nos
ocultamos en ese refugio, para hallar la intimidad de Cristo: y veremos que su
modo de conversar es apacible y su rostro hermoso (Cfr. Cant 2,
14), porque los que conocen que su voz es suave y grata, son los que
recibieron la gracia del Evangelio, que les hace decir: Tú tienes palabras de
vida eterna (S. Gregorio Niseno, In Canticum Canticorum
homiliae, V)»2.
A Jesús le tenemos muy cerca. En las naciones
cristianas, donde existen tantos sagrarios, apenas nos separamos de Cristo unos
kilómetros. Qué difícil es no ver los muros o el campanario de una iglesia,
cuando nos encontramos en medio de una populosa ciudad, o viajamos por una
carretera, o desde el tren... ¡Allí está Cristo! ¡Es el Señor!3, gritan nuestra fe y nuestro amor. Porque el Señor se
encuentra allí con una presencia real y sustancial. Es el mismo que se apareció
a sus discípulos y se mostró solícito con todos.
Jesús se quedó en la Sagrada Eucaristía. En este
memorable sacramento se contiene verdadera, real y sustancialmente el Cuerpo y
la Sangre, juntamente con el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor y, por
consiguiente, Cristo entero. Esta presencia de Cristo en la Sagrada Eucaristía
es real y permanente, porque, acabada la Santa Misa, queda el Señor
en cada una de las formas y partículas consagradas no consumidas4. Es el mismo que nació, murió y resucitó en Palestina, el
mismo que está a la diestra de Dios Padre.
En el Sagrario nos encontramos con Él, que nos ve y
nos conoce. Podemos hablarle como hacían los Apóstoles, y contarle lo que nos
ilusiona y nos preocupa. Allí encontramos siempre la paz verdadera, la que
perdura por encima del dolor y de cualquier obstáculo.
II. La piedad
eucarística, dice Juan Pablo II, «ha de centrarse ante todo en la celebración
de la Cena del Señor, que perpetúa su amor inmolado en la cruz. Pero tiene una
lógica prolongación (...), en la adoración a Cristo en este divino sacramento,
en la visita al Santísimo, en la oración ante el sagrario, además de los otros
ejercicios de devoción, personales y colectivos, privados y públicos, que
habéis practicado durante siglos (...). Jesús nos espera en este Sacramento del
Amor. No escatimemos tiempo para ir a encontrarlo en la adoración, en la
contemplación llena de fe y abierta a reparar las graves faltas y delitos del
mundo»5.
Jesús está allí, en el sagrario cercano. Quizá a pocos
kilómetros, o quizá a pocos metros. ¿Cómo no vamos a ir a verle, a amarle, a
contarle nuestras cosas, pedirle? ¡Qué falta de coherencia, si no lo hiciéramos
con fe! ¡Qué bien entendemos esta costumbre secular de las «cotidianas visitas
a los divinos sagrarios»!6. Allí el Maestro nos espera desde hace veinte siglos7, y podremos estar junto a Él como María, la hermana de Lázaro
–la que escogió la mejor parte8–, en su casa de Betania. «Os diré –son palabras de San
Josemaría Escrivá– que para mí el Sagrario ha sido siempre Betania, el lugar
tranquilo y apacible donde está Cristo, donde podemos contarle nuestras
preocupaciones, nuestros sufrimientos, nuestras ilusiones y nuestras alegrías,
con la misma sencillez y naturalidad con que le hablaban aquellos amigos suyos,
Marta, María y Lázaro. Por eso, al recorrer las calles de alguna ciudad o de
algún pueblo, me da alegría descubrir, aunque sea de lejos, la silueta de una iglesia:
es un nuevo Sagrario, una ocasión más de dejar que el alma se escape para estar
con el deseo junto al Señor Sacramentado»9.
Jesús espera nuestra visita. Es, en cierto modo, la
devolución de la que Él nos ha hecho en la Comunión y «es prueba de gratitud,
signo de amor y deber de adoración a Cristo Señor, allí presente»10. Es continuación de la acción de gracias de la Comunión
anterior, y preparación para la siguiente.
Cuando nos encontremos delante del sagrario bien
podremos decir con toda verdad y realidad: Dios está aquí. Y ante
este misterio de fe no cabe otra actitud que la de adoración: Adoro te
devote... Te adoro con devoción, Deidad oculta; de respeto y asombro;
y, a la vez, de confianza sin límites. «Permaneciendo ante Cristo, el Señor,
los fieles disfrutan de su trato íntimo, le abren su corazón pidiendo por sí
mismos y por los suyos y ruegan por la paz y la salvación del mundo. Ofreciendo
con Cristo toda su vida al Padre en el Espíritu Santo, sacan de este trato
admirable un aumento de su fe, su esperanza y su caridad. Así fomentan las
disposiciones debidas que les permiten celebrar con la devoción conveniente el
memorial del Señor y recibir frecuentemente el pan que nos ha dado el Padre»11.
III.
«Comenzaste con tu visita diaria... —No me extraña que me digas: empiezo a
querer con locura la luz del Sagrario»12. La Visita al Santísimo es un acto de piedad que lleva pocos
minutos, y, sin embargo, ¡cuántas gracias, cuánta fortaleza y paz nos da el
Señor! Allí mejora nuestra presencia de Dios a lo largo del día, y sacamos
fuerzas para llevar con garbo las contrariedades de la jornada; allí se
enciende el afán de trabajar mejor, y nos llevamos una buena provisión de paz y
alegría para la vida de familia... El Señor, que es buen pagador, agradece
siempre el que hayamos ido a visitarle. «Es tan agradecido, que un alzar de
ojos con acordarnos de Él no deja sin premio»13.
En la Visita al Santísimo vamos a hacer compañía a
Jesús Sacramentado durante unos minutos. Quizá ese día no han sido muchos
quienes le han visitado, aunque Él los esperaba. Por eso le alegra mucho más el
vernos allí. Rezaremos alguna oración acostumbrada junto a la Comunión
espiritual, le pediremos ayudas –espirituales y materiales–, le contaremos lo
que nos preocupa y lo que nos alegra, le diremos que, a pesar de nuestras
miserias, puede contar con nosotros para evangelizar de nuevo el mundo, le
diremos, quizá, que queremos acercarle un amigo... «¿Qué haremos, preguntáis
algunas veces, en la presencia de Dios Sacramentado? Amarle, alabarle,
agradecerle y pedirle. ¿Qué hace un sediento en vista de una fuente
cristalina?»14.
Cuando dejemos el templo, después de esos momentos de
oración, habrá crecido en nosotros la paz, la decisión de ayudar a los demás, y
un vivo deseo de comulgar, pues la intimidad con Jesús no se realizará
completamente más que en la Comunión. Nos habrá servido, en fin, para aumentar
la presencia de Dios en medio del trabajo y de nuestras ocupaciones diarias.
Nos será fácil mantener con Él un trato de amistad y de confianza a lo largo
del día.
Los primeros cristianos, desde el momento en que
tuvieron iglesias y reserva del Santísimo Sacramento, ya vivían esta piadosa
costumbre. Así comenta San Juan Crisóstomo estas breves palabras del
Evangelio: «Y entró Jesús en el templo. Esto era lo propio de un
buen hijo: pasar enseguida a la casa de su padre, para tributarle allí el honor
debido. Como tú, que debes imitar a Jesucristo, cuando entres en una ciudad
debes, lo primero, ir a la iglesia»15.
Una vez en la iglesia, podremos localizar fácilmente
el sagrario –que es a donde se debe dirigir en primer lugar nuestra atención–,
pues deberá estar situado en un lugar «verdaderamente destacado» y «apto para
la oración privada». Y en él, la presencia de la Santísima Eucaristía estará
indicada por la pequeña lámpara que, como signo de honor al Señor, arderá de
continuo junto al tabernáculo16.
Al terminar nuestra oración le pedimos a nuestra Madre
Santa María que nos enseñe a tratar a Jesús realmente presente en el sagrario
como Ella le trató en aquellos años de su vida en Nazaret.
1 Cfr. Lc 24,
35-48. —
2 San
Josemaría Escrivá, Amigos de Dios, 302. —
3 Cfr. Jn 21,
7. —
4 Cfr. Concilio
de Trento, Can. 4 sobre la Eucaristía, Dz 836. —
5 Juan
Pablo II, Alocución, 31-X-1982. —
6 Pío XII,
Enc. Mediator Dei, 20-XI-1947. —
7 Cfr. San
Josemaría Escrivá, Camino, n. 537. —
8 Cfr. Lc 10,
42. —
9 San
Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 154. —
10 Pablo VI,
Enc. Mysterium fidei, 3-IX-1965. —
11 Cfr. Instrucción
sobre el Misterio Eucarístico, 50. —
12 San
Josemaría Escrivá, Surco, n. 683. —
13 Santa
Teresa, Camino de perfección, 23, 3. —
14 San
Alfonso Mª de Ligorio, Visitas al Stmo. Sacramento, 1.
—
15 San
Juan Crisóstomo, en Catena Aurea, vol. III, p. 14. —
16 Cfr. Instrucción
sobre el Misterio Eucarístico, 53 y 57. Cfr. Código de Derecho
Canónico, can. 938 y 940.
Tomado
de: https://www.hablarcondios.org/meditaciondiariasiguiente.aspx
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico