ALEJANDRO ARMAS 05 de julio de 2023
@AAAD25
“Creo que cargamos un trauma colectivo por
el horror experimentado en las protestas de 2014 y 2017. Desde entonces, la
manifestación política ha sido casi inexistente. Lógico, pues es la que exige
el fin de lo que el chavismo más valora: su hegemonía y los privilegios
obscenos que esta conlleva. Por lo tanto, es la que castiga con más rigor y
crueldad. Tenemos, pues, un Gobierno al que no le importa que el grueso de la
población pase las de Caín en todos los sentidos y para siempre”.
Soy alguien que se gana la vida escribiendo. Quienes me honran con su lectura saben que cuento con varios espacios en los que mis textos figuran regularmente. Este es uno en el que trato de abstenerme lo más que pueda de hacer juicios de valor moral y de manifestar emociones, lo cual queda para las demás ventanas de opinión. Sin embargo, hoy me atreveré a hacer una excepción pequeña. Aunque no es para nada la primera vez que ocurre, la última oleada de escasez severa de gasolina en el país me ha dejado anonadado. Admito que mi condición de caraqueño que toda su vida ha vivido en Caracas (excepto por un par de años en Nueva York para estudios) me hacen más impresionable a este fenómeno que, digamos, un guayanés, un andino o un zuliano. Pero no es que la carestía haya alcanzado a la capital lo que me tiene en shock. Entiendo a la perfección que lo que se ve aquí no es nada comparado con el resto de Venezuela. De hecho, lo que específicamente me conmocionó fue el testimonio de los atribulados barquisimetanos, algunos de los cuales afirmaron haber pasado cuatro días en fila… ¡Y ni así habían podido llenar el tanque!
Todo
esto es apenas una muestra de una realidad terrible, casi inconfesable por la
herida que deja en nuestra dignidad nacional, pero que hay que asimilar de
todas formas, si queremos ver cómo cambiarla. A saber, que somos, como en la
novela temprana de Dostoyevsky, un pueblo de ofendidos y humillados.
Mediante el terror de la represión, la elite chavista logró que el país se
resigne por un tiempo indefinido a una calidad de vida deplorable. No puedo
decir por supuesto que esa sumisión vaya a durar para siempre, pero no hay
palabras que describan lo frustrante que resulta tan solo ignorar cuánto tiempo
pasará así.
“Si
bien las protestas han sido abundantes y requerido mucha valentía, no se puede
pasar por alto que se dan hasta el punto que el chavismo permite”
Creo
que cargamos un trauma colectivo por el horror experimentado en las protestas
de 2014 y 2017. Desde entonces, la manifestación política ha sido casi
inexistente. Lógico, pues es la que exige el fin de lo que el chavismo más
valora: su hegemonía y los privilegios obscenos que esta conlleva. Por lo
tanto, es la que castiga con más rigor y crueldad. Lo que nunca paró y que más
bien ha tenido un incremento notable desde mediados del año pasado es la
llamada “protesta social”. Es decir, aquella que no exige un cambio de gobierno
ni nada por el estilo, sino bienes y servicios más relacionados con la
cotidianidad de los individuos y con la satisfacción de sus necesidades
básicas. Protestas por salarios que alcancen para una vida decente, contra los
apagones, la falta de agua o la dotación miserable de los hospitales.
Como
ya he dicho en otras oportunidades, hubo algunos que pensaron que este tipo de
protesta podía sustituir a la manifestación política y que, tal como iba, podía
ser el desencadenante de cambios profundos en el país. Aunque reconozco su
tenacidad y me encantaría que cumplieran sus objetivos, nunca estuve de acuerdo
con esa apreciación. Pasan los meses y a duras penas puede decirse que hayan
alcanzado sus metas. En teoría, la de satisfacción más rápidamente posible es
la de los salarios, puesto que las demás implican mejoras de infraestructura
que, incluso si se emprendieran de inmediato, pueden tomar meses o hasta años.
Pero ni en eso ha habido concesiones del Gobierno que conformen a los agraviados.
Además,
si bien las protestas han sido abundantes y requerido mucha valentía, no
se puede pasar por alto que se dan hasta el punto que el chavismo permite. A
menudo van indeseadamente acompañadas por un despliegue de organismos de
“seguridad del Estado” (i.e. ejecutores de la voluntad de la elite gobernante).
A veces hasta salen los mal llamados “colectivos”. El efecto intimidatorio
se da. Si al chavismo no le da la gana de que una marcha de docentes subpagados
llegue al Ministerio de Educación, pues esa marcha no llega al Ministerio de
Educación. No hemos visto escenas de represión salvaje como las de 2017, porque
no ha hecho falta. Insisto: el trauma que dejaron esas jornadas se encarga de
que nadie desafíe esos límites. O, mejor dicho, casi nadie. Porque nos acaban
de dar una muestra de lo que les pasa a quienes protestan hasta un punto que el
gobierno del “Presidente obrero” y la “justicia socialista” consideran
inadmisible. Me refiero a la detención de sindicalistas de Sidor.
He
ahí, a mi juicio, la razón por la que el Gobierno se da el lujo de ignorar los
reclamos de los manifestantes. Sencillamente, la intensidad de la protesta no
le preocupa. Es por eso que nada cambia. Los sueldos de los empleados
públicos siguen siendo misérrimos. Los apagones y la escasez de gasolina son
fenómenos intermitentes que cada cierto tiempo le amargan la vida a todo el
país. El Gobierno apenas trata de justificarse con sus lugares comunes sobre
“el bloqueo”, “el sabotaje”, etc. Sabe que no tiene que esforzarse mucho en convencer
porque, de todas formas, puede reprimir al inconforme que no le cree el cuento.
Naturalmente,
si unas manifestaciones no alcanzan sus metas, llega un momento cuando los
participantes se frustran y desisten. Pudiera estar ocurriendo ya. En enero de este
año, el Observatorio Venezolano de Conflictividad Social contó 1.262
protestas en el país. Más del doble que las 534 registradas en enero del año
pasado. Pero en abril, la relación fue inversa: 489 protestas durante ese mes
de 2023, frente a las 768 del mismo período en 2022.
Tenemos,
pues, un Gobierno al que no le importa que el grueso de la población pase las
de Caín en todos los sentidos y para siempre. Algunos regímenes autoritarios,
como China o Vietnam, pudieron ofrecer cierto grado de calidad de vida material
para las masas a cambio de la conculcación de derechos civiles y políticos.
Acá, ni eso. Las probabilidades de que la mayoría de la gente vuelva a tener
una posición socioeconómica decente luce mínima y las protestas sociales no la
están incrementando. Un balde de agua fría para quienes rechazan la
manifestación política por “maximalista y radical” y que creyeron que la
social, por no meterse con lo que el chavismo más celosamente guarda, podía ser
un reemplazo. La urgencia por un cambio de gobierno nunca dejó de existir.
No solo en cuanto a abstracciones morales como libertad y justicia, sino
también en cuanto a necesidades materiales básicas. ¿Se entenderá ahora?
ALEJANDRO
ARMAS
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