Opus Dei 15 de julio de 2023
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Comentario del 15.º domingo del Tiempo
Ordinario (Ciclo A). “[La semilla] cayó en buena tierra y comenzó a dar fruto”.
Quien se dispone a dejarse transformar por la palabra de Dios, no solo recibe
la gracia de la conversión, sino que se hace apto para recibir la gracia de la
perseverancia.
Evangelio
(Mt 13,1-23)
Aquel
día salió Jesús de casa y se sentó a la orilla del mar. Se reunió en torno a él
una multitud tan grande, que tuvo que subir a sentarse en una barca, mientras
toda la multitud permanecía en la orilla. Y se puso a hablarles muchas cosas
con parábolas:
—Salió
el sembrador a sembrar. Y al echar la semilla, parte cayó junto al camino y
vinieron los pájaros y se la comieron. Otra parte cayó en terreno pedregoso,
donde no había mucha tierra y brotó pronto por no ser hondo el suelo; pero al
salir el sol, se agostó y se secó porque no tenía raíz. Otra parte cayó entre
espinos; crecieron los espinos y la ahogaron. Otra, en cambio, cayó en buena
tierra y comenzó a dar fruto, una parte el ciento, otra el sesenta y otra el
treinta. El que tenga oídos, que oiga.
Los
discípulos se acercaron a decirle:
—¿Por
qué les hablas con parábolas?
Él les
respondió:
—A
vosotros se os ha concedido el conocer los misterios del Reino de los Cielos,
pero a ellos no se les ha concedido. Porque al que tiene se le dará y tendrá en
abundancia; pero al que no tiene incluso lo que tiene se le quitará. Por eso
les hablo con parábolas, porque viendo no ven, y oyendo no oyen ni entienden. Y
se cumple en ellos la profecía de Isaías, que dice:
Con el
oído oiréis, pero no entenderéis;
con la
vista miraréis, pero no veréis.
Porque
se ha embotado el corazón de este pueblo,
han
hecho duros sus oídos,
y han
cerrado sus ojos;
no sea
que vean con los ojos,
y
oigan con los oídos,
y
entiendan con el corazón y se conviertan,
y yo
los sane.
Bienaventurados,
en cambio, vuestros ojos porque ven y vuestros oídos porque oyen. Porque en
verdad os digo que muchos profetas y justos ansiaron ver lo que estáis viendo y
no lo vieron, y oír lo que estáis oyendo y no lo oyeron.
Escuchad,
pues, vosotros la parábola del sembrador. A todo el que oye la palabra del
Reino y no entiende, viene el Maligno y arrebata lo sembrado en su corazón:
esto es lo sembrado junto al camino. Lo sembrado sobre terreno pedregoso es el
que oye la palabra, y al momento la recibe con alegría; pero no tiene en sí
raíz, sino que es inconstante y, al venir una tribulación o persecución por
causa de la palabra, enseguida tropieza y cae. Lo sembrado entre espinos es el
que oye la palabra, pero las preocupaciones de este mundo y la seducción de las
riquezas ahogan la palabra y queda estéril. Y lo sembrado en buena tierra es el
que oye la palabra y la entiende, y fructifica y produce el ciento, o el
sesenta, o el treinta.
Comentario
La
parábola del sembrador es la primera de las siete que componen el discurso de
las parábolas sobre el Reino de Dios en el evangelio de Mateo, y describe los
distintos tipos de tierra en los que cae la semilla echada a voleo por el
sembrador. Se trata de una gran metáfora de la predicación de la palabra de
Dios a lo largo de la Historia. La parábola explica por qué la misma semilla del
evangelio produce efectos tan diferentes en las personas: porque cada uno la
recibe según sus disposiciones.
Con
los tipos de suelo que puede encontrarse la semilla al caer, Jesús resume los
tipos de personas que existen. De esta manera, no solo transmite un
conocimiento muy valioso sobre cómo somos, sino que también nos interpela para
examinar qué podemos hacer para mejorar nuestra correspondencia. El papa
Francisco lo explicaba diciendo que “nuestro corazón, como un terreno, puede
ser bueno y entonces la Palabra da fruto —y mucho— pero puede ser también duro,
impermeable. Ello ocurre cuando oímos la Palabra, pero nos es indiferente,
precisamente como en una calle: no entra”[1].
Entre
la tierra buena y la mala está también el terreno pedregoso, que coincide con
“el corazón superficial, que acoge al Señor, quiere rezar, amar y dar
testimonio, pero no persevera, se cansa y no “despega” nunca —sigue diciendo el
papa—. “Es un corazón sin profundidad, donde las piedras de la pereza
prevalecen sobre la tierra buena, donde el amor es inconstante y pasajero. Pero
quien acoge al Señor solo cuando le apetece, no da fruto”[2].
Por
último, está lo que cae entre zarzas, que “son los vicios que se pelean con
Dios, que asfixian su presencia: sobre todo los ídolos de la riqueza mundana,
el vivir ávidamente, para sí mismos, por el tener y por el poder. Si cultivamos
estas zarzas, asfixiamos el crecimiento de Dios en nosotros. Cada uno puede
reconocer a sus pequeñas o grandes zarzas, los vicios que habitan en su
corazón, los arbustos más o menos radicados que no gustan a Dios e impiden
tener el corazón limpio. Hay que arrancarlos, o la Palabra no dará fruto, la
semilla no se desarrollará”[3].
Los
discípulos preguntaron a Jesús por qué hablaba en parábolas. El Maestro les
hace ver que predica “los misterios del Reino”. Para los hombres son difíciles
de entender directamente. Por eso emplea un lenguaje figurado, con imágenes
cercanas a los oyentes y que se refieren veladamente a los misterios.
En su
explicación a los discípulos, Jesús dice: “al que tiene se le dará y tendrá en
abundancia; pero al que no tiene incluso lo que tiene se le quitará” (v. 12).
La frase nos inquieta porque parece una injusticia. En cambio, Jesús explica de
esta manera que quien no recibe con buena voluntad el evangelio y la gracia, se
hace incapaz para entenderlo y para recibir más. En cambio, quien se dispone
dócilmente a dejarse transformar por la palabra de Dios —que eso hacían los
discípulos— no solo recibe la gracia de la conversión, sino que se hace apto
para recibir más gracia aún.
También
sorprende la cita de Isaías que emplea Jesús: “no sea que vean con los ojos, y
oigan con los oídos, y entiendan con el corazón y se conviertan, y yo los sane”
(v. 15). En realidad, el Señor recurre aquí a la ironía, precisamente para
lamentarse de que sus oyentes están cumpliendo, con su libre correspondencia,
la profecía de Isaías, a pesar del afán que tiene el Señor por salvarlos. En
efecto, aunque muchos veían los milagros que Jesús hacía y tenían quizá más
capacidad que los doce para comprender sus palabras, libremente hacían oídos
sordos al mensaje y se sumían en una ceguera voluntaria.
[1] Papa
Francisco, Ángelus, 16 de julio de 2017.
[2] Ibidem.
[3] Ibidem.
Tomado
de: https://opusdei.org/es-ve/gospel/
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