Por Carolina Gómez-Ávila
Aunque no tengamos idea de
qué se discute en las negociaciones facilitadas por Noruega, creo que avanzan
con vigor. Esto no es un augurio de éxito (no olvido que “nada está acordado
hasta que todo esté acordado”), sino una inferencia a partir de la desmesura de
los ataques que, distintos grupos de poder, han emprendido contra la coalición
democrática, única representación de la oposición ante la comunidad
internacional.
A los grupos de poder se les
reconoce porque tienen peso o influencia en algún sector de la sociedad y, a la
vez, porque nunca tienen todo el peso o influencia que quisieran tener. Eso sí,
lo intentan. Siempre
Debe ser por eso que estos
grupos han difundido documentos de distintos niveles de credibilidad, a través
de vocerías novísimas. Se estrenan actores y medios para esparcir cada vez más
graves acusaciones y producen, en la vida política nacional, el efecto
equivalente al esperable tras la administración de un potente vermífugo.
Lo hace el extremo virulento
que exige de otros la violencia que no es capaz de ejercer. Lo hace el extremo
complaciente, que arremete contra la alianza mayoritaria y no contra la
dictadura. Ambos invisibilizan a la mayoría demócrata fundiéndola con el otro
extremo.
Así, los incondicionales de
Falcón llaman violentos a todos los que no están con ellos, lo sean o no; y los
de María Corina, colaboracionistas a todos los que no están con ellos, lo sean
o no. Ninguno parece capaz de admitir, para sí mismos y para otros, que la
pureza y la lucha por el poder, son incompatibles.
En estas circunstancias, el
recrudecimiento de los ataques es señal de que estos grupos se rebelan porque
los acontecimientos no van hacia donde quisieran y/o no están obteniendo lo que
esperaban. Por eso son capaces de manipular, mentir, forjar documentos,
interpretar sesgadamente algunos existentes o mezclar todas las estratagemas
anteriores.
De inventarse un medidor de
ataques que registrara frecuencia e intensidad, el índice sería de gran interés
para detectar qué tan perjudicado está resultando el grupo de poder actuante.
Pero pedirles consideración
con el destino del país, es perder el tiempo; para ellos, primero está el poder
y luego la nación. El reproche es inoperante y, en el fondo, es mejor que se
desgasten en vilezas que darles relevancia; no es malo que derrochen sus ingentes
e inexplicables recursos en lobbies, “medios de desinformación” y
representaciones de toda índole. Mientras más lo hacen, más claro dejan que
sólo son grupos de poder, sin poder.
03-08-19
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