Por Eduardo Matute
En la etapa de
reconstrucción de la economía venezolana, la organización de los trabajadores
va a ser de primer orden. La instalación de nuevas empresas, la recuperación de
las que se encuentran cerradas e inactivas, requerirán de la participación de
los trabajadores organizados. Una de esas formas de organización, será la de la
Cooperativa de Trabajo, cuyo objetivo es el proveer y mantener a sus socios de
puestos de trabajo a tiempo parcial o completo, a través de la organización en
común de la producción de bienes o servicios para terceros. Y que se
caracteriza por la realización de un trabajo colectivo, con capital aportado
por los socios trabajadores, con establecimiento de relaciones laborales
mediante acuerdo de los participantes.
Hay un primer obstáculo a
superar, que es el inmenso daño causado en estos últimos veinte años por
personeros del gobierno, que utilizaron el nombre y el status jurídico para la
creación fantasmal de empresas para medrar del presupuesto estatal.
Además, optar por la fórmula
cooperativa nunca es lo más fácil. Es un acuerdo colectivo que necesita de un
largo período de convivencia y que producirá en conjunto un producto o servicio
determinado. Lograr que eso funcione implica hacer esfuerzos para llegar a
consensos; para unir individualidades en un mundo sometido a la creencia del
esfuerzo en solitario como la única vía para el desarrollo personal. Hay que
creer en el valor de las otras personas, en la aceptación de las diferencias,
en la democracia.
Hay que apostar por la
solidaridad, que empieza en la mismísima cotidianidad del trabajo, y se
extiende compartiendo los beneficios. Hay que defender el bien común y la
primacía de la colaboración por sobre la competición, teniendo que participar
en una economía competitiva
Adicionalmente, la ley de
cooperativas vigente desde el 2001, a contrapelo del resto de leyes similares
en América Latina, descartó establecer una tipología de las cooperativas,
obligándolas a trabajar bajo un solo formato, sin vislumbrar las diferencias
entre las empresas cuyos asociados son los clientes de aquellas cuyos clientes
no son asociados, como es el caso de estas empresas de trabajadores organizados
para producir bienes o servicios.
En una cooperativa de
trabajo, en primer lugar, es más difícil que alguien pueda llevarse dinero a
costa del esfuerzo de los otros. La empresa es de quien la trabaja. Las
diferencias salariales se estipulan en acuerdo entre los trabajadores,
permitiendo que la escala sea equilibrada y no impuesta por un solo sector. La
transparencia –otro valor fundamental del cooperativismo–, permite controlar
mucho mejor los desvaríos de la codicia humana.
En segundo lugar, es mucho
más difícil que suceda lo que en un sinnúmero de empresas no cooperativas, donde
los directivos son vistos con recelo por una mayoría de trabajadores que deben
rendirle cuentas cada día. En una cooperativa la relación es a la inversa. Un
directivo, si quiere seguir en la dirección, debe ganarse el respeto, y el voto
asambleario, de los demás.
Por supuesto que puede haber
malas prácticas. Las cooperativas no viven aisladas del universo y están
formadas por seres humanos. Pero las que realmente funcionan son las que hacen
honor a los valores fundacionales del cooperativismo
La experiencia de los
trabajadores argentinos en la recuperación de empresas cerradas –aún en otro
contexto muy diferente al venezolano, puede brindar luces sobre este camino,
que, sin lugar a dudas, haría posible la contribución del sector laboral a la
ansiada recuperación de la economía nacional.
02-07-19
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