Francisco Fernández-Carvajal 04 de agosto de
2019
@hablarcondios
— Origen del templo dedicado a Santa María Madre de
Dios, en Roma.
— Madre de Dios y Madre Nuestra.
— María es el Acueducto por el que
nos llegan todas las gracias.
I. Hoy celebramos
la Dedicación de la Basílica de Santa María la Mayor de Roma,
la iglesia más antigua consagrada en Occidente a la Virgen María, donde han
tenido lugar tantos acontecimientos de la historia de la Iglesia. Esta Basílica
mariana guarda una estrecha relación con la definición dogmática de la
Maternidad divina de María, proclamada en el Concilio de Éfeso. Bajo esta
advocación se levantó este templo en el siglo iv, sobre otro ya existente,
poco tiempo después de terminado el Concilio. El pueblo de la ciudad de Éfeso
celebró con enorme entusiasmo la declaración dogmática de esta verdad, que, por
otra parte, creía desde siempre. Esta alegría se extendió a toda la Iglesia, y
en Roma se levantó con todo fervor bajo esta advocación una grandiosa Basílica.
Ese júbilo nos llega a nosotros también en la fiesta de hoy, en la que debernos
alabar a Santa María como Madre de Dios, y también como Madre nuestra.
Según una piadosa leyenda, un patricio romano, llamado
Juan, de común acuerdo con su esposa, determinó consagrar su hacienda a honrar
a la Madre de Dios, pero sin saber a ciencia cierta cómo hacerlo. Al mismo
tiempo tuvo un sueño, y también el Papa, por el que supo que la Virgen deseaba
que se edificara un hermoso templo en su honor en el monte Esquilino, que
apareció cubierto de nieve, cosa insólita, el día 5 de agosto. Aunque la
leyenda es posterior a la edificación de la Basílica, ha servido para que la
fiesta de hoy se conozca en muchos lugares como de la Virgen de las
Nieves, y para que muchos amantes de las cumbres la tengan como Patrona.
En Roma, desde tiempo inmemorial, el pueblo fiel honra
a Nuestra Madre en este templo bajo la advocación de Salus Populi
Romani. Allí acuden a pedir favores y gracias, como al lugar en el que son
escuchados siempre. El Papa Juan Pablo II también visitó a
Nuestra Señora en este templo romano, poco tiempo después de su elección al
Pontificado. «María decía entonces el Papa está llamada a llevar a todos al
Redentor. A dar testimonio de Él, aun sin palabras, solo con el amor, en el que
se manifiesta la índole de madre. A acercar incluso a quienes
oponen más resistencia, para los que es más difícil creer en el amor (...).
Está llamada para acercar a todos, es decir, a cada uno, a su Hijo». Y a sus
pies hacía esta dedicación de toda su vida y de todos sus afanes a la Madre de
Dios, que nosotros imitándole filialmente- podemos hacer nuestra: «Totus
tuus ego sum et omnia mea tua sunt. Accipio Te in mea omnia (Soy todo
tuyo, y todas mis cosas tuyas son. Sé Tú mi guía en todo)»1. Con su protección iremos bien seguros.
II. El misterio de
la Encarnación ha permitido a la Iglesia penetrar y esclarecer cada vez mejor
el misterio de la Madre del Verbo encarnado. En este profundizar tuvo
particular importancia el Concilio de Éfeso (a. 431)2. Cuenta San Cirilo cómo la proclamación de este dogma mariano
conmovió a todos los cristianos de Éfeso, y nos conmueve a nosotros ahora
cuando meditamos que la Madre de Dios es también Madre nuestra. Describía así
este Padre de la Iglesia aquellos acontecimientos: «todo el pueblo de la ciudad
de Éfeso, desde las primeras horas de la mañana hasta la noche, permaneció
ansioso en espera de la resolución... Cuando se supo que el autor de las
blasfemias (Nestorio) había sido depuesto, todos a una comenzamos a glorificar
a Dios y a aclamar al Sínodo, porque había caído el enemigo de la fe.
»Apenas salidos de la iglesia, fuimos acompañados con
antorchas a nuestras casas. Era de noche: toda la ciudad estaba alegre e
iluminada»3. ¡Cómo vibraban por su fe aquellos cristianos de los primeros
tiempos! ¡Cómo debemos vibrar nosotros!
El mismo San Cirilo, en una homilía pronunciada en
aquel Concilio, alaba de esta forma la Maternidad de Nuestra Señora: «Dios te
salve, María, Madre de Dios, Virgen Madre, Estrella de la mañana... Dios te
salve, María, la joya más preciosa de todo el orbe...»4. Por «ser Madre de Dios, tiene una dignidad en cierto modo
infinita, a causa del bien infinito que es Dios. Y en esa línea no puede
imaginarse una dignidad mayor, como no puede imaginarse cosa mayor que Dios»5, afirma Santo Tomás de Aquino. Está por encima de todos los
ángeles y de todos los santos. Después de la Humanidad Santísima de su Hijo, es
el reflejo más puro de la gloria de Dios. En Ella brilla como en ninguna otra
criatura la participación de los dones divinos: la Sabiduría, la Belleza, la
Bondad... Nada manchado hay en Ella. Es el esplendor de la luz eterna,
el espejo sin mancha del actuar de Dios, imagen de su bondad6.
No dejemos hoy de recordarle muchas veces esa
Maternidad divina, de la que proceden todas las gracias, virtudes y
perfecciones que la adornan y embellecen: Santa María, Madre de Dios, ruega por
nosotros... No nos dejes de tu mano, cuida de nosotros como las madres protegen
a sus hijos más débiles y necesitados.
III. San
Bernardo afirma que Santa María es para nosotros el acueducto por
el que nos llegan todas las gracias que cada día necesitamos. A Ella debemos
acudir siempre, «porque esta es la voluntad de aquel Señor que quiso que todo
lo recibiéramos por María»7, y de modo particular cuando nos encontremos más débiles, en
las dificultades, en las tentaciones..., y tanto en las necesidades del alma
como en las del cuerpo.
En el Calvario, junto a su Hijo, culminó la maternidad
espiritual de María. Cuando todos desertan la Virgen se encuentra junto
a la cruz de Jesús8, en perfecta conformidad con la voluntad divina, sufriendo y
padeciendo con su Hijo, corredimiendo. Ella «no fue un instrumento puramente
pasivo en las manos de Dios, sino que cooperó a la salvación de los hombres con
fe y obediencia libres»9. Esta maternidad de la Virgen perdura sin cesar, y ahora, en
el Cielo, «no ha dejado esta misión salvadora, sino que con su múltiple
intercesión continúa obteniéndonos los dones de la salvación eterna»10.
Hemos de agradecer mucho a Dios que nos haya querido
dar una Madre a quien acudir en la Vida de la gracia. Y que esta haya sido su
propia Madre. María es Madre nuestra no solo porque nos ama como una madre, o
porque hace sus veces. La maternidad espiritual de Nuestra Señora es muy
superior, más efectiva que cualquier maternidad legal o de afecto. Es Madre
porque realmente nos ha engendrado en el orden sobrenatural. Si se nos ha dado
poder de llegar a ser hijos de Dios, de participar en la naturaleza divina11. es gracias a la acción redentora de Cristo, que nos hace
semejantes a Él. Pero ese influjo pasa a través de María. Y así del mismo modo
que Dios Padre tiene un solo Hijo según la naturaleza, e innumerables según la
gracia, por María, Madre de Cristo, hemos llegado a ser hijos de Dios. De su
mano recibimos todo el alimento espiritual, la defensa contra los enemigos, el
consuelo en medio de las aflicciones.
Para Nuestra Madre del Cielo «jamás dejamos de ser
pequeños, porque Ella nos abre el camino hacia el Reino de los Cielos, que será
dado a los que se hacen niños (cfr. Mt 19, 14). De Nuestra
Señora no debemos apartarnos nunca. ¿Cómo la honraremos? Tratándola,
hablándole, manifestándole nuestro cariño, ponderando en nuestro corazón las
escenas de su vida en la tierra, contándole nuestras luchas, nuestros éxitos y
nuestros fracasos.
»Descubrimos así como si las recitáramos por vez
primera el sentido de las oraciones marianas, que se han rezado siempre en la
Iglesia. ¿Qué son el Ave María y el Ángelus sino
alabanzas encendidas a la Maternidad divina? Y en el Santo Rosario (...) pasan
por nuestra cabeza y por nuestro corazón los misterios de la conducta admirable
de María, que son los mismos misterios fundamentales de la fe (...).
»En las fiestas de Nuestra Señora no escatimemos las
muestras de cariño; levantemos con más frecuencia el corazón pidiéndole lo que necesitemos,
agradeciéndole su solicitud maternal y constante, encomendándole las personas
que estimamos. Pero, si pretendemos comportarnos como hijos, todos los días
serán ocasión propicia de amor a María, como lo son todos los días para los que
se quieren de verdad»12.
A Ella le decimos hoy con un antiguo himno de la
Iglesia: monstra te esse matrem!, muestra que eres Madre y, que
por ti nos atienda el que tomó sangre en tus venas para redimirnos13.
1 Juan
Pablo II, Homilía en Santa María la Mayor, 8-XII-1978.
—
2 ídem,
Enc. Redemptoris Mater, 25-III-1987, n. 4. —
3 San
Cirilo de Alejandría, Epístolas, 24. —
4 ídem, Encomio
en honor de Santa María Madre de Dios. —
5 Santo
Tomás, Suma Teológica, 1, q. 25, a. 6, ad 3. —
6 Cfr. Sab 7,
25-26 —
7 San
Bernardo, Sermón en la Natividad de Santa María, 4-7. —
8 Jn 19,
25. —
9 Conc.
vat. II, Const. Lumen gentium, 56 —
10 Cfr. Ibídem,
62. —
11 Cfr. 2
Pdr 1, 4. —
12 San
Josemaría Escrivá, Amigos de Dios, Rialp, 4.ª ed., Madrid
1978, 290-291. —
13 Himno Ave
Maris Stella.
*Después
de la proclamación del dogma de la Maternidad divina de María en el Concilio de
Éfeso (año 431), el Papa Sixto III consagró en Roma una Basílica en honor de la
Virgen, llamada después Santa María la Mayor. Es la iglesia más antigua
dedicada a Nuestra Señora.
*La
fiesta de hoy también es conocida como Nuestra Señora de las Nieves,
debido a una antigua leyenda que cuenta cómo un matrimonio romano, que pedía a
la Virgen luz acerca del modo de emplear su fortuna, recibió en sueños el deseo
de Santa María de que se le erigiera un templo precisamente donde apareciera
cubierto de nieve el monte Esquilino. Esto ocurrió en la noche del 4 al 5 de
agosto. Al día siguiente, de modo sorprendente, se encontró cubierto de nieve
un solar donde hoy se levanta la Basílica.
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