Moises Naim (Estados Unidos) en E-lecciones.net
Esta es mi última columna de este año y se presta, por lo tanto, a repasar lo más importante de 2011. No voy a hacer un recuento de noticias sino, más bien identificar cinco ideas para las cuales este fue un mal año.
Primera: la tolerancia hacia la desigualdad. La desigualdad económica y la injusticia social han existido siempre y no desaparecerán. Pero este año la idea de que son inevitables y hay que tolerarlas sufrió fuertes embates. La crisis económica en Europa y EE UU puso de relieve una información que existía, pero que no había adquirido la fuerza política que alcanzó en este año: muy pocos tienen demasiado y demasiados tienen demasiado poco. Nada nuevo, pero ahora las cifras de las disparidades de ingresos están en la mente de todos. Y, tal y como nos lo recordó Mohamed Buazizi, el joven vendedor de frutas que se inmoló en un pequeño pueblo en Túnez, la nueva intolerancia no se dirige solo hacia la disparidad económica. También apunta a la injusticia y al trato indigno. Millones de personas en el mundo árabe salieron a la calle —y derrocaron dictadores— cuando mataron la idea de que su futuro estaba destinado a ser como su pasado. La desigualdad y la injustica no van a desaparecer. Pero en 2011 se hizo mucho más difícil defenderlas.
Segunda: el respeto a los que mandan, saben o tienen. Este año fue malo para la reputación de políticos, economistas y ricos. Descubrimos que muchos gobernantes no tienen el poder —o la capacidad— de tomar decisiones fundamentales, que cada premio Nobel en economía tiene una explicación y una solución distinta para la crisis y que los ricos (tanto empresas como individuos) que contribuyeron a la debacle económica cargan muy poco con las consecuencias de sus actos. En 2011, la legitimidad de gobernantes, expertos y líderes empresariales quedó muy dañada. No les creemos, ni confiamos en ellos. Y para tener autoridad hay que tener legitimidad y credibilidad.
Tercera: la globalización de la intransigencia política. La incapacidad de republicanos y demócratas en Estados Unidos para ponerse de acuerdo sobre temas críticos es quizás el ejemplo más notorio. Pero la crisis europea también se agudizó por la obcecación de partidos y líderes políticos. El paralizante enfrentamiento entre el Gobierno y la oposición en Italia, España o Bélgica no tiene nada que envidiarle al que tiene postrada a la superpotencia. Y es un fenómeno global. De Tailandia a Japón, de Rusia a India y de Suráfrica a México, la polarización política se transformó en parálisis. A la idea de que hay intereses nacionales que deben estar por encima de las ambiciones electorales hace tiempo que no le va bien. En 2011 le siguió yendo mal.
Cuarta: el medio ambiente está en emergencia. La idea de que hay que actuar ahora y con firmeza para evitar que el planeta siga calentándose hasta hacerse invivible desapareció de la agenda. No pudo competir con los aprietos económicos, el crash financiero, el desempleo, los repetidos fracasos para resolver la crisis, el asesinato de Bin Laden, la primavera árabe y la hegemonía mediática de Justin Bieber. Pero aunque no esté en la agenda de prioridades, la salud del mundo sigue su desastroso curso: los datos más recientes, precisos e incuestionables demuestran que la temperatura promedio de la superficie del planeta ha aumentado en un grado centígrado tan solo en los últimos 50 años. Este aumento es más veloz y grave de lo que los científicos suponían hasta ahora. Pero la idea de que hay que hacer algo al respecto perdió popularidad este año.
» Quinta: es mejor no tener bombas atómicas. En 2011, los tiranos del mundo tomaron nota de la suerte de Muamar el Gadafi y de la sobrevivencia de su equivalente asiático, el norcoreano Kim Jong-Il. El primero renunció a la idea de tener un arsenal nuclear y el segundo no abandona sus bombas atómicas, aunque su población esté muriendo de hambre. Si antes tenían dudas, las desventuras de Gadafi confirmaron a los dictadores que su sobrevivencia en el poder depende de contar con bombas atómicas que los protejan de la intervención internacional y de un ejército de mercenarios que los proteja de su pueblo.
Esta es una lista muy personal y obviamente incompleta. A las ideas propugnadas por Al Qaeda de Bin Laden y el Socialismo del Siglo XXI de Hugo Chávez y sus satélites tampoco les fue bien este año. La idea de que la manera de luchar contra el consumo de drogas es a través de su total prohibición o las propuestas del Tea Party en EE UU también terminan mal el año. Y hay muchas más. Los invito a proponerlas y debatirlas en Twitter @moisesnaim.
Les deseo un muy feliz 2012. Regreso en enero.
Tomado de: http://e-lecciones.net/opinion/?numero=870&p=d&show=1
Esta es mi última columna de este año y se presta, por lo tanto, a repasar lo más importante de 2011. No voy a hacer un recuento de noticias sino, más bien identificar cinco ideas para las cuales este fue un mal año.
Primera: la tolerancia hacia la desigualdad. La desigualdad económica y la injusticia social han existido siempre y no desaparecerán. Pero este año la idea de que son inevitables y hay que tolerarlas sufrió fuertes embates. La crisis económica en Europa y EE UU puso de relieve una información que existía, pero que no había adquirido la fuerza política que alcanzó en este año: muy pocos tienen demasiado y demasiados tienen demasiado poco. Nada nuevo, pero ahora las cifras de las disparidades de ingresos están en la mente de todos. Y, tal y como nos lo recordó Mohamed Buazizi, el joven vendedor de frutas que se inmoló en un pequeño pueblo en Túnez, la nueva intolerancia no se dirige solo hacia la disparidad económica. También apunta a la injusticia y al trato indigno. Millones de personas en el mundo árabe salieron a la calle —y derrocaron dictadores— cuando mataron la idea de que su futuro estaba destinado a ser como su pasado. La desigualdad y la injustica no van a desaparecer. Pero en 2011 se hizo mucho más difícil defenderlas.
Segunda: el respeto a los que mandan, saben o tienen. Este año fue malo para la reputación de políticos, economistas y ricos. Descubrimos que muchos gobernantes no tienen el poder —o la capacidad— de tomar decisiones fundamentales, que cada premio Nobel en economía tiene una explicación y una solución distinta para la crisis y que los ricos (tanto empresas como individuos) que contribuyeron a la debacle económica cargan muy poco con las consecuencias de sus actos. En 2011, la legitimidad de gobernantes, expertos y líderes empresariales quedó muy dañada. No les creemos, ni confiamos en ellos. Y para tener autoridad hay que tener legitimidad y credibilidad.
Tercera: la globalización de la intransigencia política. La incapacidad de republicanos y demócratas en Estados Unidos para ponerse de acuerdo sobre temas críticos es quizás el ejemplo más notorio. Pero la crisis europea también se agudizó por la obcecación de partidos y líderes políticos. El paralizante enfrentamiento entre el Gobierno y la oposición en Italia, España o Bélgica no tiene nada que envidiarle al que tiene postrada a la superpotencia. Y es un fenómeno global. De Tailandia a Japón, de Rusia a India y de Suráfrica a México, la polarización política se transformó en parálisis. A la idea de que hay intereses nacionales que deben estar por encima de las ambiciones electorales hace tiempo que no le va bien. En 2011 le siguió yendo mal.
Cuarta: el medio ambiente está en emergencia. La idea de que hay que actuar ahora y con firmeza para evitar que el planeta siga calentándose hasta hacerse invivible desapareció de la agenda. No pudo competir con los aprietos económicos, el crash financiero, el desempleo, los repetidos fracasos para resolver la crisis, el asesinato de Bin Laden, la primavera árabe y la hegemonía mediática de Justin Bieber. Pero aunque no esté en la agenda de prioridades, la salud del mundo sigue su desastroso curso: los datos más recientes, precisos e incuestionables demuestran que la temperatura promedio de la superficie del planeta ha aumentado en un grado centígrado tan solo en los últimos 50 años. Este aumento es más veloz y grave de lo que los científicos suponían hasta ahora. Pero la idea de que hay que hacer algo al respecto perdió popularidad este año.
» Quinta: es mejor no tener bombas atómicas. En 2011, los tiranos del mundo tomaron nota de la suerte de Muamar el Gadafi y de la sobrevivencia de su equivalente asiático, el norcoreano Kim Jong-Il. El primero renunció a la idea de tener un arsenal nuclear y el segundo no abandona sus bombas atómicas, aunque su población esté muriendo de hambre. Si antes tenían dudas, las desventuras de Gadafi confirmaron a los dictadores que su sobrevivencia en el poder depende de contar con bombas atómicas que los protejan de la intervención internacional y de un ejército de mercenarios que los proteja de su pueblo.
Esta es una lista muy personal y obviamente incompleta. A las ideas propugnadas por Al Qaeda de Bin Laden y el Socialismo del Siglo XXI de Hugo Chávez y sus satélites tampoco les fue bien este año. La idea de que la manera de luchar contra el consumo de drogas es a través de su total prohibición o las propuestas del Tea Party en EE UU también terminan mal el año. Y hay muchas más. Los invito a proponerlas y debatirlas en Twitter @moisesnaim.
Les deseo un muy feliz 2012. Regreso en enero.
Tomado de: http://e-lecciones.net/opinion/?numero=870&p=d&show=1
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