Silvia Schanely de Suárez,
19/12/2011
Ante
la noticia de la muerte de Vaclav Havel, siento un deber escribir sobre la
persona que tanto admiré en mis estudios sobre los cambios producidos en Europa
del Este en 1989. El hombre que en un abrir y cerrar de ojos, estando preso por
sus convicciones - un preso político del régimen socialista soviético, pasa a
liderar una Revolución, denominada la Revolución
de Terciopelo -junto al héroe trágico de la Primavera de Praga Alexander
Dubcek, a la Presidencia de la entonces República checoslovaca.
Admiración
por sus primeros discursos pronunciados cuando asume la presidencia que
denotarían a un hombre profundo en sus convicciones, cristiano, inquebrantable
en la defensa y promoción de la naturaleza y el espíritu del hombre. A su vez,
un hombre que amaba a Europa y su autenticidad regional. Y, un hombre
universal, quien creía poder aupar la universalización de los valores éticos
del hombre a través de la Organización de Naciones Unidas.
Extraigo
de su primer discurso como presidente checoslovaco ante el Congreso de los
Estados Unidos en marzo de 1990 algunas de sus reflexiones: -la primera,
habiendo conocido solo el mundo de confrontación bipolar: la una defensora de
la libertad, y la otra una especie de pesadilla –señala él, se hacía necesario
crear sus propias banderas regionales de democracia e independencia, en una
comunidad -tomando prestado de lo expresado por el Presidente Abraham Lincon,
en una comunidad de “familia de
hombres”. -Lo segundo: se hacía necesario combatir los rastros dejados por el
sistema totalitario comunista: un espectro de sufrimiento humano, de profundo
declive económico y sobre todo de una humillación humana. –Lo tercero: la
afirmación de que la Conciencia precede al Ser Humano y no lo contrario, tal
como los comunistas quisieron clamar y por ello -según él, la salvación del
mundo humano descansa en el corazón del hombre, en el poder del ser humano de
poder reflexionar en el quehacer diario y su responsabilidad humana ante la
historia. Terminaba señalando que “sin una revolución global en la esfera de la
conciencia humana nada cambiaría para bien en la esfera de nuestra vivencia”,
de un mundo que estaría encaminándose de lo contrario a una catástrofe ecológica,
social y demográfica.
En
su discurso en Ginebra, en ocasión de los 50 años de la declaración de los
Derechos Humanos en 1998, señalaba que no bastaba en seguir repitiendo
mecánicamente los esfuerzos instituidos por el hombre para garantizar los
derechos del mismo, sino el ir al fondo de su dimensión espiritual por medio
del cual fueron instituidos y guardados sus valores por la Organización de
Naciones Unidas. El mayor problema para él -ante un mundo multipolar que se
levantaba en medio de centenares de intereses nacionalistas, residía no en el
mal mismo, sino la tolerancia del mal, dando por ejemplo cuánto tiempo tardó
Europa para detener la guerra en Bosnia-Hertzegovina. Aportaba una última idea
en ese discurso señalando la necesidad de concienciar a los ciudadanos de ver a
la Comunidad de Naciones Unidas no sólo como un simple Club de Gobiernos, pero
como un Centro de encuentro sincero entre los Hombres.
Para mí su mayor aporte fue
decirle al mundo: No a la mentira comunista y No a la tolerancia del mal de las
Naciones.
¡PAZ A SU ESPÍRITU!
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