Por Yoani Sánchez,
15/12/2011
La
nada, la abulia, el muro de la esquina para sentarse por siempre a perder el
tiempo. El protagonista del filme “Juan de los muertos” ya se comportaba como
un cadáver antes de que los zombis invadieran La Habana, una ciudad de por sí
amortajada y difunta. Este antihéroe de ficción apela a la creatividad y al
ingenio -en medio del caos- para fundar un negocio espeluznante. “Matamos a sus
seres queridos” reza el slogan de la empresa creada junto a otros compinches
tan disfuncionales como él y cuyo nicho de mercado es cazar a los muertos
vivientes. Se disfruta así de un simpático guión que mezcla el humor y lo
fantástico, los efectos especiales y la realidad sin retoques. Del lado de acá
de la pantalla, los espectadores quedan atrapados entre el terror y la burla,
ante la imagen del capitolio destruido por un helicóptero y del emblemático
edificio Focsa reducido a escombros. Se ríen y se estremecen al mismo tiempo.
Dirigido
por Alejandro Brugués, “Juan de los muertos” está causando furor en la capital
cubana. Ha provocado larguísimas filas en las afueras de los cines, algunas de
las cuales terminaron con la policía golpeando y los sprays irritantes cayendo
sobre decenas de ojos. Pero la curiosidad ha sido en este caso mayor que la
cautela. Más que asomarse a una historia de entes sacados de nuestras peores
pesadillas, el público quiere descifrar las segundas lecturas que el filme
encierra. Especialmente en esas escenas de cientos de desesperados saltando el
muro del Malecón –hacia el mar- para escapar de un país donde lo putrefacto va
ganando espacio.
Algo
del automatismo de la tropa de choque y de la turba preparada para atacar al
diferente exhiben también esas criaturas de miedo que el protagonista enfrenta
y a las que sólo se les puede vencer “destruyéndoles el cerebro”. Y mucho de
personaje irreverente tiene Juan, quien –según sus propias palabras– ha
sobrevivido “al Mariel, a la guerra de Angola, al Período especial y a la cosa
esta que vino después”. De tal manera que, entre risas y sustos, la metáfora se
va desmenuzando, se hace más directa. Y termina por lanzarles a quienes miran
desde las butacas de un cine la burlona y clara interrogante: ¿no serán ustedes
también como cadáveres de ojos extraviados que se mueven; como zombis sin
proyecto de futuro que caminan por La Rampa?
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