ELÍAS PINO ITURRIETA EL UNIVERSAL
domingo 13 de noviembre de 2011
Al hablar de apátridas Chávez intenta la misma operación de extrañamiento de ciudadanos
David Miller, un especialista en el tema del nacionalismo y de las manipulaciones que engendra, dice lo siguiente sobre las naciones: "son comunidades que hacen cosas juntas, toman decisiones y logran resultados, sin fin". Como se trata de un propósito de altos vuelos, agrega, la autoridad constituida trata de que se marche en términos integrales en el logro de objetivos fundamentales, o aún de metas como las que aparecen todos los días, para evitar fisuras que irían contra el espíritu de lo que se considera como nación. Cuando puede, la autoridad constituida promueve movilizaciones que recuerdan a los ciudadanos su común nacionalidad, no en balde se trata de una vivencia sobre la cual hay que machacar para evitar su languidecimiento en siestas sentimentales. Es evidente que el mayor incentivo de las movilizaciones adquiere relevancia cuando aparece un enemigo de la patria. Entonces se editan panfletos, se pronuncian ardientes discursos en el Parlamento y se grita en las plazas para conjurar una amenaza que incumbe a la totalidad de la sociedad. En general hablan aquí los estudiosos de enemigos externos, de gente torva que viene de otras latitudes y contra la cual se deben unir esfuerzos sin vacilación. Se promueve entonces una lucha entre lo propio y lo ajeno, en la cual no queda más remedio que echar el resto. Puede ocurrir, sin embargo, el descubrimiento de un enemigo interno contra el cual arremete la autoridad constituida, o un sector de peso en la colectividad, generalmente en tiempos de guerra o de turbulencia política.
En tales casos la autoridad constituida, o una parte influyente de la sociedad, se apropian de la nación para oponerse al supuesto enemigo interno. Llevan a cabo una maniobra de reubicación patriótica partiendo de la cual proponen una batalla entre el bien y el mal, entre lo moral y lo inmoral, animada por la cabeza del poder, o por el líder de una facción importante, pero orientada como si se tratara de un combate contra potencias procedentes del exterior. Ahora la determinación de lo propio y lo ajeno no depende de la procedencia foránea del rival, sino de una proposición, generalmente falaz y exagerada en términos groseros, que atribuye al enemigo interno un conjunto de macabros propósitos cuya meta es la aniquilación de los valores de la nacionalidad y de los hombres buenos y santos que los respaldan. Es la cruzada de la nación contra una legión de monstruos, la pugna del patriotismo contra una caterva de traidores. Este tipo de conflictos habitualmente se expresa en proclamas encendidas, pero después en leyes draconianas y en órdenes de prisión y exterminio. Contra personas nacidas en el mismo suelo, tan normales como cualquier individuo del contorno; gentes que van al cine o al estadio o al café sin ninguna manifestación capaz de encender las alarmas, pero a quienes se califica de enemigo interno porque viven en una región determinada, porque hablan una lengua peculiar, porque son dueños de un conjunto de propiedades o simplemente porque piensan distinto, por ejemplo. Dejan de formar parte de la patria, se vuelven ajenos y peligrosos debido a la determinación de una retórica turbia.
Uno de los casos más escandalosos en este sentido fue llevado a cabo por Franco y por sus publicistas, durante la guerra civil española. El "Caudillo" y sus tropas justificaron el alzamiento contra la república en la existencia de un tipo de españoles, que había perdido sus nexos con la tradición y con las esencias de la hispanidad debido a sus vínculos de dependencia con un poder extranjero. Había un tipo de españoles coligados sin condiciones con una fuerza externa y extraña que controlaba el poder, dijeron en miles de pasquines y discursos. Los republicanos habían dejado de ser españoles por su connivencia servil con la Unión Soviética, formaban parte de un universo peligrosamente exótico, según repitieron hasta la fatiga con el objeto de justificar, no solo su rebeldía contra el establecimiento legalmente constituido, sino también la aniquilación de una muchedumbre de seres humanos. Llamándose "nacionales", los fascistas hicieron una pavorosa operación de extrañamiento de ciudadanos en su propia nación, que condujo a mecanismos de estigmatización, a muertes masivas y suplicios inenarrables.
Al hablar de apátridas el presidente Chávez intenta la misma operación de extrañamiento de ciudadanos en su propia nación. Es la cabeza del poder constituido, pero no quiere una comunidad que haga cosas junta. No estamos en guerra contra un enemigo extranjero, pero anuncia la madre de todas las batallas contra el más grande de los poderes foráneos para fabricar un enemigo interno. Venezuela es una sola, pero él se apropia de la parte que juzga como positiva en términos exclusivos y excluyentes para condenar a la otra parte, a la cual presenta como cómplice de un terrible dragón imperial que debe ser expulsada del seno de la nación y remitida hacia el ostracismo. El fundamento de la "reubicación patriótica" se encuentra en los estereotipos de un discurso cuya únicas articulaciones son la mentira, la falta de pensamiento y la necesidad de crear turbulencias para beneficio de una decadente hegemonía. De allí que todo termine en un insulto escandaloso e inmerecido, en una afrenta que solo puede encontrar asidero, aunque débil y remoto, en la pasividad de la abrumadora porción de ciudadanos que la recibe sin siquiera parpadear.
eliaspinoitu@hotmail.com
Tomado de: http://www.eluniversal.com/opinion/111113/sobre-nosotros-los-apatridas
domingo 13 de noviembre de 2011
Al hablar de apátridas Chávez intenta la misma operación de extrañamiento de ciudadanos
David Miller, un especialista en el tema del nacionalismo y de las manipulaciones que engendra, dice lo siguiente sobre las naciones: "son comunidades que hacen cosas juntas, toman decisiones y logran resultados, sin fin". Como se trata de un propósito de altos vuelos, agrega, la autoridad constituida trata de que se marche en términos integrales en el logro de objetivos fundamentales, o aún de metas como las que aparecen todos los días, para evitar fisuras que irían contra el espíritu de lo que se considera como nación. Cuando puede, la autoridad constituida promueve movilizaciones que recuerdan a los ciudadanos su común nacionalidad, no en balde se trata de una vivencia sobre la cual hay que machacar para evitar su languidecimiento en siestas sentimentales. Es evidente que el mayor incentivo de las movilizaciones adquiere relevancia cuando aparece un enemigo de la patria. Entonces se editan panfletos, se pronuncian ardientes discursos en el Parlamento y se grita en las plazas para conjurar una amenaza que incumbe a la totalidad de la sociedad. En general hablan aquí los estudiosos de enemigos externos, de gente torva que viene de otras latitudes y contra la cual se deben unir esfuerzos sin vacilación. Se promueve entonces una lucha entre lo propio y lo ajeno, en la cual no queda más remedio que echar el resto. Puede ocurrir, sin embargo, el descubrimiento de un enemigo interno contra el cual arremete la autoridad constituida, o un sector de peso en la colectividad, generalmente en tiempos de guerra o de turbulencia política.
En tales casos la autoridad constituida, o una parte influyente de la sociedad, se apropian de la nación para oponerse al supuesto enemigo interno. Llevan a cabo una maniobra de reubicación patriótica partiendo de la cual proponen una batalla entre el bien y el mal, entre lo moral y lo inmoral, animada por la cabeza del poder, o por el líder de una facción importante, pero orientada como si se tratara de un combate contra potencias procedentes del exterior. Ahora la determinación de lo propio y lo ajeno no depende de la procedencia foránea del rival, sino de una proposición, generalmente falaz y exagerada en términos groseros, que atribuye al enemigo interno un conjunto de macabros propósitos cuya meta es la aniquilación de los valores de la nacionalidad y de los hombres buenos y santos que los respaldan. Es la cruzada de la nación contra una legión de monstruos, la pugna del patriotismo contra una caterva de traidores. Este tipo de conflictos habitualmente se expresa en proclamas encendidas, pero después en leyes draconianas y en órdenes de prisión y exterminio. Contra personas nacidas en el mismo suelo, tan normales como cualquier individuo del contorno; gentes que van al cine o al estadio o al café sin ninguna manifestación capaz de encender las alarmas, pero a quienes se califica de enemigo interno porque viven en una región determinada, porque hablan una lengua peculiar, porque son dueños de un conjunto de propiedades o simplemente porque piensan distinto, por ejemplo. Dejan de formar parte de la patria, se vuelven ajenos y peligrosos debido a la determinación de una retórica turbia.
Uno de los casos más escandalosos en este sentido fue llevado a cabo por Franco y por sus publicistas, durante la guerra civil española. El "Caudillo" y sus tropas justificaron el alzamiento contra la república en la existencia de un tipo de españoles, que había perdido sus nexos con la tradición y con las esencias de la hispanidad debido a sus vínculos de dependencia con un poder extranjero. Había un tipo de españoles coligados sin condiciones con una fuerza externa y extraña que controlaba el poder, dijeron en miles de pasquines y discursos. Los republicanos habían dejado de ser españoles por su connivencia servil con la Unión Soviética, formaban parte de un universo peligrosamente exótico, según repitieron hasta la fatiga con el objeto de justificar, no solo su rebeldía contra el establecimiento legalmente constituido, sino también la aniquilación de una muchedumbre de seres humanos. Llamándose "nacionales", los fascistas hicieron una pavorosa operación de extrañamiento de ciudadanos en su propia nación, que condujo a mecanismos de estigmatización, a muertes masivas y suplicios inenarrables.
Al hablar de apátridas el presidente Chávez intenta la misma operación de extrañamiento de ciudadanos en su propia nación. Es la cabeza del poder constituido, pero no quiere una comunidad que haga cosas junta. No estamos en guerra contra un enemigo extranjero, pero anuncia la madre de todas las batallas contra el más grande de los poderes foráneos para fabricar un enemigo interno. Venezuela es una sola, pero él se apropia de la parte que juzga como positiva en términos exclusivos y excluyentes para condenar a la otra parte, a la cual presenta como cómplice de un terrible dragón imperial que debe ser expulsada del seno de la nación y remitida hacia el ostracismo. El fundamento de la "reubicación patriótica" se encuentra en los estereotipos de un discurso cuya únicas articulaciones son la mentira, la falta de pensamiento y la necesidad de crear turbulencias para beneficio de una decadente hegemonía. De allí que todo termine en un insulto escandaloso e inmerecido, en una afrenta que solo puede encontrar asidero, aunque débil y remoto, en la pasividad de la abrumadora porción de ciudadanos que la recibe sin siquiera parpadear.
eliaspinoitu@hotmail.com
Tomado de: http://www.eluniversal.com/opinion/111113/sobre-nosotros-los-apatridas
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