Un Cuento de Navidad escrito por Paulo Coelho.
En Nochebuena, el rey invitó al primer ministro a
unirse a él en su habitual paseo juntos. Disfrutaba viendo las decoraciones de
las calles, pero como no quería que sus súbditos gastaran demasiado dinero en
ellas sólo para complacerle, los dos hombres siempre se disfrazaban de
mercaderes provenientes de algún lugar remoto.
Caminaron a través del centro de la ciudad,
admirando las luces, los árboles de Navidad, las velas ardiendo en los portales
de las casas, los estantes vendiendo regalos, y los hombres, mujeres y niños
apresurándose para celebrar una Navidad alrededor de una mesa bien dispuesta de
comida.
Mientras volvían pasaron por un barrio más pobre, en
el que la atmósfera era bien distinta. No había luces, ni velas, ni deliciosos
aromas de comida a punto de ser servida. Apenas había un alma en las calles y,
como hacía cada año, el rey señaló al primer ministro que de verdad tenía que
prestarle más atención a los pobres de su reino. El primer ministro asintió, a
sabiendas de que el asunto sería pronto olvidado de nuevo, enterrado bajo la
burocracia diaria de presupuestos que aprobar y discusiones con dignatarios
extranjeros.
De repente, escucharon música proveniente de una de
las casa más pobres. La choza era tan endeble y las planchas de madera podrida
tenían tantas grietas que pudieron espiar lo que estaba ocurriendo en su
interior. Y lo que vieron era complemente absurdo: un anciano en una silla de ruedas
llorando al parecer, una muchacha con la cabeza rapada bailando, y un joven de
ojos tristes golpeando una pandereta y cantando una canción popular.
‘Voy a enterarme de lo que ocurre.’ – dijo el rey.
Llamó a la puerta. La música paró, y el joven abrió.
‘Somos mercaderes buscando un lugar donde dormir.
Escuchamos la música, vimos que seguíais despiertos, y nos preguntamos si
podríamos pasar la noche aquí.’
‘Podéis alojaros en un hotel de la ciudad. Nosotros,
desgraciadamente, no podemos ayudaros. A pesar de la música, esta casa está
llena de tristeza y sufrimiento.’
‘¿Podemos saber porqué?
‘Es todo por mi culpa’ – habló el anciano en la
silla de ruedas. ‘He pasado toda mi vida enseñando caligrafía, para que un día
pudiera conseguir trabajo como escriba de palacio, Pero los años han pasado y
ningún puesto ha salido a concurso. Y entonces, anoche, tuve un sueño estúpido:
un ángel se me apareció y me encargó comprar un cáliz de plata porque, dijo el
ángel, el rey vendría a visitarme. Bebería del cáliz y le daría un trabajo a mi
hijo.’
‘El ángel era tan persuasivo que decidí hacer lo que
me pedía. Dado que no tenemos dinero, mi nuera fue al mercado esta mañana para
vender su pelo y que pudiéramos comprar ese cáliz. Los dos están haciendo lo
que pueden para contagiarme el espíritu de la Navidad cantando y bailando, pero
no hay nada que hacer.’
El rey vio el cáliz de plata, pidió un poco de agua
para saciar su sed y, antes de partir, dijo a la familia:
‘Sabéis, estuvimos hablando con el primer ministro hoy,
y nos dijo que la semana que viene se anunciaría una vacante para escriba de
palacio.’
El anciano asintió, sin creer demasiado en lo que
oía, y se despidió de los extranjeros. A la mañana siguiente, sin embargo, un
proclama real fue leída en todas las calles del país; se necesitaba un nuevo
escriba en la corte. El día señalado, la sala de audiencias del palacio estaba
a rebosar de gente ansiosa por competir por ese puesto tan codiciado. El primer
ministro entró y pidió a todos que preparasen su papel y lápiz:
‘Aquí está el tema de la disertación: ¿Porqué un
anciano llora, una joven con la cabeza rapada danza y un joven triste canta?’
Un murmullo de incredulidad atravesó la habitación.
Nadia sabía cómo contar una historia así, excepto el joven vestido de forma
andrajosa sentado en una esquina, que sonrió ampliamente y empezó a escribir.
Esto nos enseña la humildad que debemos siempre llevar.
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