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miércoles, 14 de diciembre de 2011

La guerra contra el narcotráfico



UN CAMINO A LA VICTORIA

Escrito por MARY ANASTASIA O'GRADY el Dec 2nd, 2011

El argumento clásico a favor de la legalización de la marihuana se fundamenta en la libertad personal. ¿Por qué, preguntan sus defensores, debería el gobierno federal decirles a los ciudadanos qué pueden consumir? También es un motivo por el que muchos conservadores le temen. Les preocupa que la legalización genere más consumidores de marihuana, un aumento del consumo de drogas duras, y una disminución en la calidad de vida de los sobrios y la sociedad en general.

El ex presidente brasileño Fernando Henrique Cardoso cree que sucedería lo opuesto. En una entrevista aquí la semana pasada me dijo que su apoyo a la despenalización global de marihuana apunta a reducir el uso de todas las drogas, disminuir la violencia y minimizar lo que considera una amenaza seria y creciente a la democracia en América Latina.

Cardoso se ha marginado de la política contingente desde 2003, cuando terminó su segundo período de cuatro años como uno de los presidentes más exitosos de Brasil. Ahora es un defensor internacional de alto perfil para terminar la guerra contra el narcotráfico. Pero antes tenía la opinión opuesta.

Explica que, como presidente, usó métodos tradicionales de “represión y prevención” para combatir el problema de las drogas. Pero no demora en agregar que ninguno de los dos funcionó. “La erradicación fue un fracaso”, sostiene. Aunque se destruyeron plantas de marihuana —con orgullo el gobierno tomó fotos de su trabajo— “luego, otra vez, los cultivos estaban allí”. En tanto, el Estado realizó un esfuerzo insuficiente en materia de prevención, en parte debido a que el problema de drogas de Brasil “no era tan grave en ese momento”.

Cardoso afirma que luego de dejar la presidencia y comenzar a pasar tiempo en países en la región, en especial Colombia y México, reconoció la profundidad y dimensión del problema. “Me di cuenta, Dios mío, de que lo que está en juego ahora es mucho más que sólo la criminalidad. (Son) las instituciones, la democracia, que están en peligro por los carteles e incluso por la represión (en) la forma en que se están violando los derechos humanos”.

Por supuesto, la violación de libertades civiles por parte del Estado en la “guerra contra el narcotráfico” era predecible, ya que el negocio de los narcóticos involucra transacciones privadas entre partes voluntarias. Controlar ese tipo de transacciones requiere de informantes, y necesariamente implica una ampliación de los poderes estatales más allá de lo que la mayoría de las democracias liberales consideran legítimo.

Pero los carteles, que se han enriquecido y vuelto más poderosos bajo prohibiciones y una sólida demanda, también amenazan a la democracia. Cardoso afirma que “corrompen las instituciones con dinero”, pero también usurpan la autoridad del gobierno elegido sobre lo que consideran su territorio.

Esto es lo que sucedió en Colombia, sostiene, donde el gobierno debió “combatir carteles y guerrillas a la vez, más los paramilitares y las milicias”. Ahora lo mismo ocurre en Rio de Janeiro, donde grupos armados “tienen relaciones corruptas con la policía y los políticos” y necesitan “ocupar zonas (para) producir… y distribuir drogas”. En estas áreas, la población pierde sus derechos democráticos. “Mientras los (traficantes) estén ocupando un área, el Estado no está presente en esa zona. Tienen sus propias reglas, su propia ley, y muy a menudo es muy dura”. Cuando el gobierno cumple con su deber de reafirmar su autoridad sobre estas áreas, aumenta la violencia.

Cardoso dice que la evidencia abrumadora proveniente de los estudios sobre el abuso de drogas muestra que una “guerra” como la que imagina EE.UU., “que apunta a cero consumo y ninguna producción de drogas”, es la estrategia equivocada. Sin embargo es el status quo global “puesto en práctica por todos los países porque la ONU hoy asume que es la forma de lidiar con las drogas“.

Cardoso indica que es hora de cambiar. Señala la experiencia exitosa de algunos países europeos donde la marihuana ha sido despenalizada para que su uso recreativo esté permitido y los adictos reciban tratamiento.

Portugal es un ejemplo, señala. Allí, las crecientes tasas de consumo de marihuana previas a la despenalización se han revertido. Sus propias entrevistas —y los datos en general— muestran que una combinación de educación, tratamiento y despenalización, por la cual la marihuana ya no es una tentación prohibida entre los jóvenes, explica por qué el uso dejó de aumentar.

Hay otros beneficios ligados a la despenalización. Al eliminar la necesidad de perseguir a los consumidores de marihuana, dice Cardoso, el Estado se puede concentrar en combatir el crimen organizado. Y es probable que esos mafiosos tengan menos clientes.

Tal y como están las cosas en la actualidad, “los jóvenes deben entrar en contacto con traficantes de droga para comprar marihuana y los traficantes inducirán a los jóvenes a pasar de la marihuana a las drogas duras porque son más rentables. Así que hay que romper el contacto”, sostiene. También está el problema de que las prisiones brasileñas están llenas de presos que cumplen condenas por narcotráfico porque fueron atrapados con cantidades de marihuana por encima del límite legal. La despenalización reduciría las tasas de encarcelamiento y la gran cantidad de vidas arruinadas por los sistemas penitenciarios que le enseñan a la gente a convertirse en criminales.

Cardoso acepta que se trata de un “tema político”. Pero no prevé que políticos en Washington o Brasilia den la respuesta. “En mi opinión lo que importa es que la sociedad civil esté involucrada en la discusión. No creo que el Estado sea capaz de cambiar sin una fuerte presión de la sociedad civil”.

Fuente: http://online.wsj.com/

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