Por Piero Trepiccione
Nos ha sorprendido la
pandemia del coronavirus así como las consecuencias del cambio climático en
muchos rincones del planeta. La descoordinación entre los Estados ha sido
frecuente en esta lucha mundial contra la expansión de este flagelo y el
debilitamiento atmosférico causado por las variaciones climáticas. Una vez más,
pareciera que la política no está a la altura de las circunstancias. Las
poblaciones se resienten y la desconexión de liderazgo se hace más palpable.
La expansión acelerada del
coronavirus demuestra la falta de evolución de nuestras instituciones,
paradójicamente en una época cuya característica fundamental ha sido el
desarrollo tecnológico. El poder sigue disputándose de una manera muy parecida
a la descrita por Maquiavelo y otros autores medievales. Zancadillas, mafias,
nepotismo, aferramiento, entre otras yerbas aromáticas que pululan por esos
rincones y que se convierten en serios obstáculos para responder adecuadamente
a los elementos del entorno dinámico y extremadamente cambiante que
vivimos.
No tenemos evolución en las
instituciones porque el poder sigue concentrado en intereses minúsculos. Los
debates políticos cada día se banalizan más, desconectándose con las duras
realidades que atraviesan sociedades enteras. Las consecuencias no se han hecho
esperar: más caos, más indolencia, más dispersión de esfuerzos, más divisiones
institucionales que restan calidad y eficiencia a las políticas públicas.
El coronavirus ha desnudado
esta realidad innegable. Por más desarrollo que hayan alcanzado determinados
países, frente a esta coyuntura demuestran que no están preparados; y más grave
aún, se han negado en principio a tomar las debidas medidas para detener lo que
ya es una pandemia. El gobierno chino, que
ahora pretende ser el héroe de la película, actuó irresponsablemente durante los
días iniciales del brote del virus.
Cálculos irresponsables
Europa en general, se sumó a
ese estadio de irresponsabilidad tomando medidas muy laxas y apostando
geopolíticamente en perjudicar a los chinos. De igual manera, Japón, Corea del
Sur, Vietnam, Indonesia y otros Estados del pacífico, competidores directos de
la economía de China vieron la oportunidad de ganar “espacios geopolíticos,
geoestratégicos y comerciales”. Ni qué decir del Reino Unido y Estados Unidos,
que apostaron primeramente por mantener el estatus de la economía y no
“atender” adecuadamente el problema.
Latinoamérica, África y el
resto del mundo también han actuado más con cálculos políticos y económicos que
sociales. Los casos de México y Brasil son emblemáticos. Pero también las condiciones
paupérrimas de los sistemas de salud públicos son
verdaderamente desastrosas en países donde las prioridades son otras,
justamente por la desconexión de los intereses del liderazgo con los de la
sociedad en general.
Las cifras hasta ahora son
alarmantes. Y seguramente van a serlo aún más. Solo esperemos que una prueba
mundial de esta naturaleza permita ejecutar los cambios necesarios que hagan
evolucionar el ejercicio del poder hacia estadios de mayor humanidad. Ya basta
de Maquiavelo, ahora se necesita más conciencia y menos ambiciones particulares
al mando de las instituciones.
22-03-20
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico