San Josemaría 28 de marzo de 2020
@sJosemaria
No
necesito milagros: me sobra con los que hay en la Escritura. –En cambio, me
hace falta tu cumplimiento del deber, tu correspondencia a la gracia. (Camino,
362)
Repitamos,
con la palabra y con las obras: Señor, confío en Ti, me basta tu providencia
ordinaria, tu ayuda de cada día. No tenemos por qué pedir a Dios grandes
milagros. Hemos de suplicar, en cambio, que aumente nuestra fe, que ilumine
nuestra inteligencia, que fortalezca nuestra voluntad. Jesús permanece siempre
junto a nosotros, y se comporta siempre como quien es.
Desde
el comienzo de mi predicación, os he prevenido contra un falso endiosamiento.
No te turbe conocerte como eres: así, de barro. No te preocupe. Porque tú y yo
somos hijos de Dios ‑y
éste es endiosamiento bueno‑,
escogidos por llamada divina desde toda la eternidad: nos eligió el Padre, por
Jesucristo, antes de la creación del mundo para que seamos santos en su
presencia. Nosotros que somos especialmente de Dios, instrumentos suyos a pesar
de nuestra pobre miseria personal, seremos eficaces si no perdemos el
conocimiento de nuestra flaqueza. Las tentaciones nos dan la dimensión de
nuestra propia debilidad.
Si
sentís decaimiento, al experimentar ‑quizá de un modo particularmente vivo‑ la
propia mezquindad, es el momento de abandonarse por completo, con docilidad en
las manos de Dios. Cuentan que un día salió al encuentro de Alejandro Magno un
pordiosero, pidiendo una limosna. Alejandro se detuvo y mandó que le hicieran
señor de cinco ciudades. El pobre, confuso y aturdido, exclamó: ¡yo no pedía
tanto! Y Alejandro repuso: tú has pedido como quien eres; yo te doy como quien
soy. (Es Cristo que pasa, 160)
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