Américo Martín 30 de marzo de 2020
A
mis nobles y templados amigos Héctor Pérez Marcano, Caracciolo Betancourt,
Etanislao González y Macario González
Algunas
opiniones se han vertido pidiendo una negociación entre Maduro y Guaidó para
concretar el otorgamiento de la ayuda del FMI y la colaboración de la FAN en el
sentido reclamado por Guaidó. Si ese punto formara parte de las dos agendas,
sería menester resolver temas legales correlacionados, entre otros, el “desacato”
y el reconocimiento legal correspondiente de las facultades de la Asamblea
Nacional.
Para
descongestionar el clima de pugnacidad sería importante liberar a los presos
políticos civiles y militares y centrar una mayor atención a las cárceles
venezolanas que son peligrosos focos de propagación de la enfermedad.
Por
extraño que parezca, esa opinión suscitó una polémica, a ratos colérica, en el
seno de la oposición que se extendió a la valoración negativa de cualquier
diálogo que pudiera suscitarse entre las dos partes del poder dual instalado
como llamativa novedad en la arena política venezolana.
Respetados
amigos sugirieron que la condición para una iniciativa como ésa debería ser la
libertad de los presos políticos y otros requisitos dirigidos a devolver la
plenitud de poderes que se la ha arrebatado a la Asamblea Nacional conducida
por Juan Guaidó.
Basta
fijarse en las palabras transcritas arriba para descubrir que no han leído o no
han entendido mis opiniones que, precisamente, resaltan las exigencias de mis
gratuitos críticos. Lo que dije expresamente es lo que ex post me piden que
diga.
Hay
materia de diálogo, sin duda. Cuerpos de seguridad del Estado no permiten que
se distribuya en el país la importante recaudación de alimentos y productos
farmaceúticos recaudada por los equipos de Guaidó, mientras que Maduro parece
haber sido arponeado por el FMI, institución que le negó la solicitud de una
facilidad de financiamiento rápido por USD 5.000 millones, con un argumento
perfectamente coherente, para el Fondo y otros entes análogos el presidente es
Guaidó y no Maduro.
Si todavía aspira a recibir esa urgente ayuda en
tiempos de exacerbación del covid-19, le convendría negociar. Repito, materia
para diálogo hay. El problema es que Miraflores está envuelto en una madeja de
contradicciones, quisiera el dinero pero debería reconocer la plenitud de
funciones de la AN y, tal como decimos Giuseppe Giannetto -ex-Rector de la UCV-
y quien esto escribe, poner en libertad a los presos políticos civiles y
militares que abundan en las cárceles del país. Es decir, Giannetto cree
deslizar críticas en mi contra porque no leyó lo que escribí sino lo que él
imagina que escribí.
Es sumamente grave que muchos no entiendan que los
diálogos son armas de los demócratas y no de los autócratas. Ungen, por eso,
con los óleos de la democracia a Stalin, Mao, Kim Il Sung, Pinochet y
considerarían pecaminoso el abrazo de Bolívar y Morillo para derogar la feroz
Guerra a Muerte.
En otro sentido, las negociaciones se han bruñido de
un moralismo a ratos infantil. Los ejemplos de diálogos bien armados y bien resueltos
son abrumadores a escala mundial. El desarrollado, en medio de peripecias
sorprendentes, por Kissinger y Nixon, de una parte, y Mao y Chou En Lai de la
otra, restablecieron relaciones amistosas entre dos naciones enemigas cuyo odio
se realimentaba cada día. El de Roosevelt y Churchill con la Rusia soviética de
Stalin aceleró la caída del eje nazi-fascita en la II Guerra Mundial. Le Duc
Tho y de nuevo Kissinger, establecieron la paz en medio de un intercambio de
misiles y sangre derramada que parecía insaciable e interminable. Augusto
Pinochet y los líderes de la Concertación chilena demostraron que una
negociación urdida con inteligencia, podía conseguir resultados increíbles.
Sólo aquí se cree que dialogar es ponerse al servicio
de dictadores y enemigos, esa falsa percepción le arrebata a la democracia una
de sus armas más importantes, bajo la absurda falacia de que con dictadores no
se negocia. Se negocia, señores, con quienes resulte necesario hacerlo.
Una dirección política diestra y democráticamente
responsable no debe temerle al diálogo con el adversario o el enemigo, mucho
menos si transcurre en medio de la vigilancia comprometida de la poderosa
comunidad internacional.
Ciertos amigos piensan que me apasionan las
discusiones al punto de provocarlas cuando reina el silencio. Es verdad, pero
solo en parte. Creo que la democracia se fortalece en los debates sin
concesiones, incluso entre los amantes de la libertad, pero sacarlos de un
estrellado sombrero de mago de feria por la sola pasión del intercambio de
argumentos, es más un vicio que una virtud.
A los que han impulsado la vehemente oleada crítica
contra las opiniones que cinco amigos hemos sustentado, tienen todo el derecho
de salir al ring de boxeo, pero si por carecer de verdadera sustancia se
refugian en gratuitos infundios o descalificaciones no pueden aspirar a otra
cosa que el K.O.
Sé que la mayoría lo hace de buena fe. Sé que mi
amistad con ellos seguirá siendo invariable y sobre todo sé que no traicionaré
mis convicciones ni mi voluntad de preservar el respeto que siempre he tenido y
la consideración por los políticos que, como en los años 20 del siglo
pasado dijera Ortega y Gasset, no merecen la mala prensa que
generalmente los acompaña.
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