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martes, 17 de marzo de 2020

Si no fuera por la solidaridad por @luisaconpaz



Por Luisa Pernalete


La otra tarde pasó por uno de mis lugares de trabajo un joven de unos 15 años ofreciendo panes de coco. Lo conocen desde hace varios años. Edison, como se llama, se las arregla haciendo y vendiendo sus panecitos. Yolanda, una compañera, dijo a los demás: “Vamos a comprarle, hay que ayudar…”. Y agregó, “si no fuera por la solidaridad…”. Acto seguido, casi todos compramos y no por la merienda sino por solidaridad. Yolanda tiene razón.

El bus venía repleto y entró una señora joven con su hijo en los brazos. Inmediatamente una señora de pelo plateado -como el mío-, se paró para cederle el asiento. La joven madre agradeció y al momento un señor se levantó y cedió el puesto a la señora que había sido solidaria… la solidaridad puede ser contagiosa.

Paso por una esquina en donde unos jóvenes recuperan cartón y envases plásticos de la basura. Veo que una señora pasa y entrega unos cambures y unos envases a los muchachos. Estos agradecieron ambos gestos… “Sé tú el cambio que quieres ve en el mundo”, dijo Gandhi.

En la parroquia donde voy a misa en Barquisimeto todos los fines de semana ponen una cesta y el aviso Un kilo de amor. La gente se acerca y pone algún alimento que luego servirá para la olla solidaria voluntaria para cooperar con lo necesario para preparar la sopa… “Si ayudo a una sola persona para tener esperanza, no habré vivido en vano”, dijo Martín Luther King.

Belkis, directora de una escuela de Fe y Alegría en Caracas, me cuenta que desde hace unos meses el consejo comunal le está donando unas bolsas del CLAP. “Antes nos las vendían, pero ellos ven la necesidad que estamos pasando. No tenemos recursos para dar de comer a los niños. Entonces nosotros con lo que donan hacemos los desayunos que podemos y damos a niños que no traigan de sus casas nada. Pero también los niños hacen lo suyo. Se organizan en círculos para desayunar, y ven los que no traen nada y comparten su desayuno y avisan a las maestras. Y entre todos, solidariamente, van resolviendo”.

Pero ahí no termina la historia de solidaridad en el colegio. “El señor de la cantina, que es un decir porque es apenas un puestecito, trabaja un huerto en un pedazo de terreno de la escuela. Cosecha, entre otras cosas, auyama. Comparte con los maestros los frutos de su huerto y de ahí la escuela saca para otras acciones. Como el sábado pasado, cuando unos vecinos se ofrecieron a arreglar el alumbrado de la entrada del plantel. Yo les pagué con una auyama”. Escuela y comunidad de manos extendidas.


Del municipio San Francisco, sur de Maracaibo, me cuentan que en una escuela los estudiantes y representantes recolectan zapatos y ropa para los más necesitados y ellos se encargan de asignarlos. En ese mismo colegio, los docentes que tienen carro, establecen una especie de ruta y van recogiendo en el camino a los compañeros que no tienen vehículo. Además, en la escuela todos están pendientes de los que no tienen para los pasajes de regreso, alumnos y trabajadores, y hacen colecta para completar los montos… Todos cuidando de todos.

De Bogotá me comenta una señora, que se fue con sus dos hijas, sin pasaporte, cansada de tanta necesidad y penurias -y apagones maracuchos, y falta de agua y todos esos etcéteras- y estando allá, a su hija mayor le detectaron unos quistes que requieren tratamiento. Ella no tiene dinero, y ya consiguió la mitad del monto con gente solidaria de Colombia que ayuda a venezolanos.

Tal vez al leer estos relatos, algunos lloren de indignación al ver hasta dónde hemos llegado en esta emergencia humanitaria compleja, y hay razones para indignarse, pero hay otra lectura: ¡Cuánta solidaridad callada, generosa, desinteresada!

Ni usted ni yo tenemos poder de decisión para cambiar la situación del país, pero, decía la madre Teresa de Calcuta que “por cada gota de dulzura que alguien da, hay una gota menos de amargura en el mundo”.

Uno conoce la magnitud de la tragedia venezolana. Por dar algunos datos, según una oficina de la ONU, 2.3 millones de personas están afectadas por la inseguridad alimentaria severa y 7 millones están dentro de lo que se conoce como inseguridad alimentaria moderada… Este drama requiere de acciones grandes, de ayuda humanitaria de grandes proporciones, pero usted y yo podemos poner gotas de dulzura en medio de la amargura. Usted y yo podemos con acciones pequeñas decirle al otro que él vale. Una mandarina puede cambiar el rostro de un niño o de un adulto que hurga en la basura.

En este tiempo de cuaresma hay que recordar que el ayuno que satisface a Dios es el que nos hace “dar de comer al hambriento”… El padre Ugalde, en reciente artículo, lo subraya, y nos dice que “medio país está ayunando por necesidad”, y ese no es el ayuno que Dios quiere. En cambio, encontrarse con el hermano necesitado, no dar la espalda al hermano (Isaías 58) ese sí es el ayuno que agrada a Dios.

“Si no fuera por la solidaridad…”, dijo Yolanda cuando nos invitó a cooperar con Edison, y tenía razón. Hay que trabajar por las grandes soluciones pero si usted no está a esos niveles, extienda su mano y genere gotas de dulzura.

“No soy un optimista, sino un creyente de la esperanza”, decía Mandela. Lo suscribo.

14-03-20




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