Francisco Fernández-Carvajal 28 de marzo de
2020
@hablarcondios
— Anhelo de justicia y
de mayor paz en el mundo. Vivir las exigencias de la justicia en nuestra vida
personal y en el ámbito donde se desarrolla nuestra vida.
— Cumplimiento de los
deberes profesionales y sociales.
— Santificar la
sociedad desde dentro. Virtudes que amplían y perfeccionan el campo de la
justicia.
I. Hazme
justicia, oh Dios, defiende mi causa... Tú eres mi Dios y protector1,
rezamos en la Antífona de entrada de la Misa.
En gran parte de la humanidad se oye un fuerte clamor
por una mayor justicia, por «una paz mejor asegurada en un ambiente de respeto
mutuo entre los hombres y entre los pueblos»2.
Este deseo de construir un mundo más justo en el que se respete más al hombre,
que fue creado por Dios a su imagen y semejanza, es parte muy fundamental
del hambre y sed de justicia3 que
debe existir en el corazón cristiano.
Toda la predicación de Jesús es una llamada a la
justicia (en su plenitud, sin reduccionismos) y a la misericordia. El mismo
Señor condena a los fariseos que devoran las casas de las viudas
mientras fingen largas oraciones4.
Y es el Apóstol Santiago quien dirige este severo reproche a quienes se
enriquecen mediante el fraude y la injusticia: vuestra riqueza está
podrida (...). El jornal de los obreros que han segado vuestros campos,
defraudado por vosotros, clama, y los gritos de los segadores han llegado a
oídos del Señor de los ejércitos5.
La Iglesia, fiel a la enseñanza de la Sagrada
Escritura, nos urge a que nos unamos a este clamor del mundo y lo convirtamos
en una oración que llegue hasta nuestro Padre Dios. A la vez, nos impulsa y nos
urge a vivir las exigencias de la justicia en nuestra vida personal,
profesional y social, y a salir en defensa de quienes –por ser más débiles– no
pueden hacer valer sus derechos. No son propias del cristiano las lamentaciones
estériles. El Señor, en lugar de quejas inútiles, quiere que desagraviemos por
las injusticias que cada día se cometen en el mundo, y que tratemos de remediar
todas las que podamos, empezando por las que están a nuestro alcance, en el
ámbito en el que se desarrolla nuestra vida: la madre de familia, en su hogar y
con quienes se relaciona; el empresario, en la empresa; el catedrático, en la
Universidad...
La solución última para instaurar y promover la
justicia a todos los niveles está en el corazón de cada hombre, donde se
fraguan todas las injusticias existentes, y donde está la posibilidad de volver
rectas todas las relaciones humanas. «El hombre, negando e intentando negar a
Dios, su Principio y Fin, altera profundamente su orden y equilibrio interior,
el de la sociedad y también el de la creación visible.
»La Escritura considera en conexión con el pecado el
conjunto de calamidades que oprimen al hombre en su ser individual y social»6.
Por eso no podemos olvidar los cristianos que cuando, mediante nuestro
apostolado personal, acercamos a los hombres a Dios, estamos haciendo un mundo
más humano y más justo. Además, nuestra fe nos urge a no eludir jamás el
compromiso personal en defensa de la justicia, de modo particular en aquellas
manifestaciones más relacionadas con los derechos fundamentales de la persona:
el derecho a la vida, al trabajo, a la educación, a la buena fama... «Hemos de
sostener el derecho de todos los hombres a vivir, a poseer lo necesario para
llevar una existencia digna, a trabajar y a descansar, a elegir estado, a
formar un hogar, a traer hijos al mundo dentro del matrimonio y poder
educarlos, a pasar serenamente el tiempo de la enfermedad o de la vejez, a
acceder a la cultura, a asociarse con los demás ciudadanos para alcanzar fines
lícitos, y, en primer término, a conocer y amar a Dios con plena libertad»7.
En nuestro ámbito personal, debemos preguntarnos si
hacemos con perfección el trabajo por el que cobramos, si pagamos lo debido a
las personas que nos prestan un servicio, si ejercitamos responsablemente los
derechos y deberes que pueden influir en el modo de configurarse las
instituciones en las que nos encontramos, si trabajamos aprovechando el tiempo,
si defendemos la buena fama de los demás, si salimos en justa defensa de los
más débiles, si acallamos las críticas difamatorias que pueden surgir a nuestro
alrededor... Así amamos la justicia.
II. Los deberes
profesionales son un lugar excepcional para vivir la virtud de la justicia. El
dar a cada uno lo suyo, propio de esta virtud, significa en este caso cumplir
lo estipulado. El patrono, el ama de casa con el servicio, el jefe, se obligan
a dar la justa retribución a las personas que trabajan a sus órdenes de acuerdo
con las leyes civiles justas y con lo que dicta la recta conciencia, que irá en
ocasiones más allá de las propias leyes. Por otra parte, los obreros y
empleados tienen el deber grave de trabajar responsablemente, con
profesionalidad, aprovechando el tiempo. La laboriosidad se presenta así como
una manifestación práctica de la justicia. «No creo en la justicia de los
holgazanes –decía San Josemaría Escrivá–, porque (...) faltan, y a veces de
modo grave, al más fundamental de los principios de la equidad: el del trabajo»8.
El mismo principio se puede aplicar a los estudiantes.
Tienen un deber grave de estudiar –es su trabajo– y han contraído una
obligación de justicia con la familia y con la sociedad, que les sostiene
económicamente, para que se preparen y puedan rendir unos servicios eficaces.
Los deberes profesionales son, por otra parte, el
cauce más oportuno con el que ordinariamente contamos para colaborar en la
resolución de los problemas sociales y para intervenir en la construcción de un
mundo más justo.
El cristiano, en su anhelo de construir este mundo, ha
de ser ejemplar en el cumplimiento de las legítimas leyes civiles, porque si
son justas son queridas por Dios y constituyen el fundamento de la misma
convivencia humana. Como ciudadanos corrientes que son, han de ser ejemplares
en el pago de los impuestos justos, necesarios para que la sociedad pueda
llegar a donde el individuo personalmente sería ineficaz.
Dad a cada uno lo debido: a quien tributo, tributo; a
quien impuestos, impuestos; a quien respeto, respeto; a quien honor, honor9. Y
lo hacen –dice el mismo Apóstol–, no solo por temor, sino
también a causa de la conciencia10.
Así vivieron los cristianos desde el comienzo sus obligaciones sociales, aun en
medio de las persecuciones y del paganismo de los poderes públicos. «Como hemos
aprendido de Él (Cristo) –escribía San Justino Mártir, a mediados del
siglo ii–, nosotros procuramos pagar los tributos y contribuciones,
íntegros y con rapidez, a vuestros encargados»11.
Entre los deberes sociales del cristiano, el Concilio
Vaticano II recuerda «el derecho y al mismo tiempo el deber (...) de votar para
promover el bien común»12.
Desentenderse de manifestar la propia opinión en los distintos niveles en los
que debemos ejercer estos derechos sociales y cívicos sería una falta contra la
justicia, en algunas ocasiones grave, si ese abstencionismo favoreciera
candidaturas (ya sea en la configuración de los parlamentos, en la junta de
padres de un colegio, en la directiva de un colegio profesional, en los
representantes de la empresa...) cuyo ideario es opuesto a los principios de la
doctrina cristiana. Con mayor razón, sería una irresponsabilidad, y quizá una
grave falta contra la justicia, apoyar organizaciones o personas –del modo que
sea– que no respeten en su actuación los fundamentos de la ley natural y de la
dignidad humana (aborto, divorcio, libertad de enseñanza, respeto a la
familia...).
III. «El
cristiano que quiere vivir su fe en una acción política concebida como
servicio, no puede adherirse, sin contradecirse a sí mismo, a sistemas
ideológicos que se oponen –radicalmente o en puntos sustanciales– a su fe y a
su concepción del hombre. No es lícito, por tanto, favorecer a la ideología
marxista, a su materialismo ateo, a su dialéctica de violencia y a la manera
como esa ideología entiende la libertad individual de la colectividad, negando
al mismo tiempo toda trascendencia al hombre y a su historia personal y
colectiva. Tampoco apoya el cristiano la ideología liberal, que cree exaltar la
libertad individual sustrayéndola a toda limitación, estimulándola con la
búsqueda exclusiva del interés y del poder, y considerando las solidaridades
sociales como consecuencias más o menos automáticas de iniciativas
individuales, y no ya como fin y motivo primario del valor de la organización
social»13.
Hoy nos unimos a ese deseo de una mayor justicia, que
es una de las principales características de nuestro tiempo14.
Pedimos al Señor una mayor justicia y una mayor paz, pedimos por los
gobernantes, como siempre se hizo en la Iglesia15,
para que sean promotores de justicia, de paz, de un mayor respeto por la
dignidad de la persona. Nosotros, en lo que está de nuestra parte, hacemos el
propósito de llevar las exigencias del Evangelio a nuestra propia vida
personal, a la familia, al mundo en el que cada día nos movemos y del que
participamos.
Junto a lo que pertenece en sentido estricto a la
virtud de la justicia, cuidaremos aquellas otras manifestaciones de virtudes
naturales y sobrenaturales que la complementan y la enriquecen: la lealtad, la
afabilidad, la alegría... Y, sobre todo, la fe, que nos da a conocer el
verdadero valor de la persona, y la caridad, que nos lleva a comportarnos con
los demás más allá de lo que pediría la estricta justicia, porque vemos en los
demás hijos de Dios, al mismo Cristo que nos dice: lo que hicisteis por
uno de estos mis hermanos más pequeños, por mí lo hicisteis16.
1 Sal 42,
1. —
2 Pablo
VI, Carta Apost. Octogesima Adveniens, 14-V-1971. —
3 Cfr. Mt 5,
6. —
4 Mc 12,
40. —
5 Sant 5,
2-4. —
6 S.
C. para la Doctrina de la Fe, Instr. Sobre libertad cristiana y
liberación, 22-III-1986, n. 38. —
7 San
Josemaría Escrivá, Amigos de Dios, 171. —
8 Ibídem,
169. —
9 Rom 13,
7. —
10 Cfr. Rom 13,
5. —
11 San
Justino, Apología, 1, 7. —
12 Conc.
Vat. II, Const. Gaudium et spes, 75. —
13 Pablo VI,
Carta Apost. Octogesima adveniens, 14-V-1971. — 14 Cfr. S.
C. para la Doctrina de la Fe, loc. cit., 1. —
15 Cfr. 1
Tim 2, 1-2. —
16 Cfr. Mt 25,
40.
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