Santiago Boccanegra 17 de marzo de 2020
Nicolás
Maduro ha decretado el estado de alarma nacional. Lo ha hecho en vista de la
emergencia sanitaria que representa la pandemia del coronavirus, y haciendo uso
del recurso legal que como Poder Ejecutivo en funciones le da la constitución.
Recordemos
que el gobernante asegura ser presidente constitucional de la república, afirma
e insiste que él está sentado en Miraflores porque ganó unas elecciones y
porque todo ha sido legal legalito. Pues si él cree eso, entonces debe actuar
en consecuencia.
Cierto
es que la Constitución establece en su artículo 338 que «podrá decretarse el
estado de alarma cuando se produzcan catástrofes, calamidades públicas u otros
acontecimientos similares que pongan seriamente en peligro la seguridad de la
Nación o de sus ciudadanos y ciudadanas. Dicho estado de excepción durará hasta
treinta días, siendo prorrogable hasta por treinta días más».
Pero
también es cierto que la constitución, como todo instrumento legal, debe ser
leído y entendido en su conjunto y no sacando con pinzas los artículos, o parte
de ellos.
Por
eso es importante apuntar que ese mismo artículo 338 afirma: «Una ley orgánica
regulará los estados de excepción y determinará las medidas que pueden
adoptarse con base en los mismos».
Además,
el artículo siguiente, el 339, establece: «El Decreto que declare el estado de
excepción, en el cual se regulará el ejercicio del derecho cuya garantía se
restringe, será presentado, dentro de los ocho días siguientes de haberse
dictado, a la Asamblea Nacional, o a la Comisión Delegada, para su
consideración y aprobación, y a la Sala Constitucional del Tribunal Supremo de
Justicia, para que se pronuncie sobre su constitucionalidad».
Si
nos metemos más allá en lo jurídico, debemos ir a la Ley Orgánica sobre los
Estados de Excepción, que en su artículo 9 dicta que «el decreto que declare el
estado de alarma establecerá el ámbito territorial y su vigencia, la cual no
podrá exceder de treinta días, pudiendo ser prorrogado hasta por treinta días
más a la fecha de su promulgación».
Pero
Nicolás Maduro no ha anunciado por cuánto tiempo decretó el estado de alarma.
Por
otra parte, la misma Ley presenta en su artículo 26 la disposición de que «el
decreto que declare el estado de excepción será remitido por el Presidente de la
República a la Asamblea Nacional, dentro de los ocho días continuos siguientes
a aquel en que haya sido dictado, para su consideración y aprobación». Y en sus
artículos 27 y 30 deja claro cómo el parlamento debe aprobarlo y su potestad
incluso de hacerle modificaciones.
Por
tanto, no se trata de que quien se sienta en Miraflores ordena un estado de
alarma, con cuarentenas y limitaciones a derechos constitucionales, sin nadie
que pueda hacer cierto control.
Una
emergencia sanitaria nacional como la que se presenta este 2020, una situación
inédita, pone a prueba justamente el aparato institucional de un país. Y no
estamos siendo ingenuos, pues sabemos que en Venezuela aquello está desbaratado
e irrespetado. Pero no deja de ser cierto que la ciudadanía debe saber que un
estado de sitio es el sueño de todo dictador, de todo autócrata sediento de
poder y de control.
Nicolás
Maduro, que se asume presidente legítimo, debería entonces actuar como tal y
cumplir los extremos legales. No se trata de «estamos en emergencia y no hay
tiempo para leguleyerías», sino que justamente pretender relajar reglas
democráticas por una emergencia que está establecida en las mismas reglas
democráticas atenta contra la propia institucionalidad.
Por
eso causa cierta extrañeza que incluso miembros de partidos políticos, como una
dirigente del partido Cambiemos de Timoteo Zambrano, digan cosas como «La vida,
es una prioridad de todos, la democracia solo es de algunos de nosotros. ¡Es
cuestión de prioridades!».
¿Por
qué debería ser excluyente el respeto a las reglas constitucionales y el
resguardo de la vida? ¿Por qué no pensar que lo segundo se puede fortalecer más
justamente si se cumple lo primero?
El
control social, el «enciérrense en sus casas», es el sueño húmero de más de un
gobernante totalitario. Habrá que hacerlo por recomendaciones sanitarias en el
marco de esta pandemia global, pero también estar atentos a cuando ya no sea
por ciencia sino por capricho del poder; y mientras tanto no dejar que borren
por completo la noción de que este país tiene una constitución cuyo
cumplimiento no es opcional.
Santiago
Boccanegra
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