Laureano Márquez 06 de septiembre de 2022
Como
dirían Willy Colón y Héctor Lavoe: «Todo tiene su final, nada dura para
siempre». Las letras «ch» y «ll» han pasado a mejor vida. La Real Academia
Española (RAE), que «limpia, fija y da esplendor» a la lengua de Cervantes,
acaba de decretar la exclusión definitiva de los mencionados símbolos de
nuestro abecedario, porque en realidad, según la institución, no son letras
sino dígrafos. Según la propia RAE los dígrafos son conjuntos de letras o
grafemas que representan un solo fonema. Es decir, que tanto la «ch» como la
«ll» –esta que los hispanoamericanos pronunciamos como /y/– constituyen un solo
ruido, aunque necesitemos de dos letras para representarlo. La decisión de
excluir a estas difuntas letras es de vieja data (1994), pero, como todo, tardó
en implementarse porque ambas eran letras enchufadas y llamativas.
Salvo en España, donde se lucha a brazo partido por su extinción, el español es una lengua floreciente en el resto del mundo. En los Estados Unidos, por ejemplo, es la lengua extranjera más estudiada (dentro de algunos años lo será el inglés) y la hablan 543 millones de personas en el mundo, siendo el cuarto idioma después del hindi, le sigue el inglés.
Es la
lengua del reino de Castilla, por eso se le denomina también «castellano». Con
el advenimiento de Isabel la Católica –según el historiador Menéndez y Pidal,
la mejor gobernante que ha tenido España– se unifica políticamente la nación
española, esa misma que trata de desunificarse actualmente. La lengua de
Castilla se convirtió, entonces, en la lengua de España y de todos los
territorios americanos que esta descubría y conquistaba.
Pero
volviendo a los dígrafos que nos ocupan, no deja de ser curioso que la h, que
es muda, quizá por eso tanta gente calla a la hora de defender los derechos
humanos, haga tanto escandalo cuando se coloca después de la c. En cuanto a la
ll, pronunciarla correctamente es supremamente complicado, como dirían en
Colombia (el mejor lugar donde se habla el español según algunos), porque
requiere llevar la punta de la lengua (en este caso el órgano muscular) al
cielo de la boca por el lado del naciente.
Para
no alargar excesivamente esta llamativa chachara, solo recordar que la finada
ch goza de la predilección del humor, quizá porque la forma expresiva de este
es el chiste. Chespirito (Roberto Gómez Bolaños), por ejemplo, colocaba a todos
sus personajes un nombre que iniciaba por ch: desde El chavo, hasta el
Chapulín, pasando por el Chómpiras, el doctor Chapatín y Chaparrón Bonaparte,
entre otros. Chaplin, es el genio del humorismo universal y el programa cómico
por excelencia de la televisión venezolana fue Radio Rochela.
Para
finalizar y para que no «panda el cúnico», solo agregar que la desaparición de
la ch y la ll como letras del alfabeto no supone en modo alguno su desaparición
del sistema gráfico español, lo cual tiene mucha lógica.
Y es
que, de lo contrario, los venezolanos tendríamos que llamar al proceso político
que vivimos, desde hace poco más de dos décadas, «Avismo», una palabra que
fonéticamente suena igual a aquella que designa a un lugar de gran profundidad
en el cual no se alcanza a ver el fondo.
En
fin, creo que, llegados a este punto, lo mejor es decir chao.
Laureano
Márquez
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