ELÍAS PINO ITURRIETA 08 de abril de 2024
@eliaspino
«Las
simpatías con el franquismo de la posguerra civil de España y el apoyo de
Hitler en la guerra mundial fueron anomalías que se apagaron mientras el
gomecismo languidecía»
El vocablo fascismo es uno de los más utilizados en la jerga política de la historia contemporánea. Como refiere a una monstruosidad del siglo XX, a una aberración harto conocida por la humanidad y capaz de conmover a la mayoría de los seres humanos, se convierte en un arma de habitual utilización en el terreno de los negocios públicos. Y como todavía cuenta con partidarios a escala universal, pese a sus pavorosos contenidos, es o puede ser un problema de actualidad. De allí que, aunque pocos manejen con seguridad su definición, forme parte de las polémicas habituales. O pueda ser objeto de medidas orientadas a su persecución, porque cualquiera imagina sin dificultad ni reflexión que de donde menos se espera salta la tenebrosa liebre.
Pero,
¿en Venezuela existe el fascismo, hasta el punto de convertirse en una amenaza
o en una posibilidad de riesgo que debe cercenarse hasta sus raíces? A menos
que se mire hacia muy arriba, la realidad no ofrece evidencias consistentes de
que esté paseando en nuestros parajes con sus afiladas garras y sus jetas
nauseabundas.
No hay
evidencias concretas de que esté agazapado en un rincón, pendiente de
asaltar los fortines de la democracia y las almenas de la libertad. En especial
por el hecho de que esos fortines y esas almenas fueron domeñados por el
autoritarismo chavista, hace ya más de dos décadas.
Ni
siquiera tenemos a la vista partidos que estén imitando las conductas de una
bandería como la española Vox de la actualidad, de sensibilidad oculta en
retóricas que anuncian un apocalipsis que solo una cruzada nacionalista puede
evitar.
Nadie
maneja evidencias de que haya resucitado una pretensión autoritaria, tipo
itálico o germano de gavillas fulminantes y consignas estentóreas, que pueda
conducir a una preocupación fundada en las señales del entorno.
Las
simpatías con el franquismo de la posguerra civil de España y el apoyo de
Hitler en la guerra mundial fueron anomalías que se apagaron mientras el
gomecismo languidecía, si nos atenemos a la letra de las hemerotecas. Se
redujeron a pulsiones individuales, o a manifestaciones de grupúsculos que
murieron lentamente con pocos deudos. Si es así, ¿cómo pudo renacer
el fascismo que ahora preocupa a la dictadura «revolucionaria»?
Antes
de caer en respuestas apresuradas debe saber el lector que la traducción
italiana de Cesarismo democrático fue presentada por Mussolini
en Roma con el mayor de los entusiasmos cuando inauguró la estatua del
Libertador; y que los teóricos de la Falange Española, del «Glorioso
Movimiento», afirmaron que Bolívar fue un antecedente histórico de la privanza
de El Caudillo. No se deduce de tales hechos que el doctor Vallenilla
Lanz soñara con las tiranías europeas de su tiempo cuando se
encargó de pulir las polainas del Benemérito, ni que en la trayectoria del
padre de la patria hubiera abono para el oscuro dominio de Franco.
Se
trata de interpretaciones posteriores, de propaganda interesada que
pudo encontrar asiento en autoritarismos que se creían permanentes
e indiscutibles para escribir la historia a su manera, y para manejar a los
pueblos de acuerdo con su beneficio político. Por allí van los tiros del
antifascismo «bolivariano», dedicado a fabricar riesgos o a magnificarlos
según su conveniencia. O según los decibeles de su adoración a las
supuestas emanaciones de un suelo sagrado e inviolable, al cual
amenazan unos villanos de mil rostros que tienen la ocurrencia de pensar a su
manera sin atenerse a las instrucciones de un manual.
La
falta de definiciones, labrada muchas veces a propósito, favorece la
operación. Como varían los análisis sobre los rasgos del fascismo y sobre los
elementos que realmente lo componen; como se trata de una preocupación expuesta
a las carencias de ilustración de los pueblos y al capricho de los
mandones, cualquiera de nosotros puede ser procesado o encarcelado por
formar parte del fascismo, o por llevarlo en el corazón. O hasta ser enjaulado
sin atenciones judiciales, porque la seguridad de la patria lo demanda y sus
centinelas la celarán, con uniforme o sin uniforme. Tipo Mussolini o tipo
Hitler o Franco, si permiten una analogía de enormidad con lo
fascismos que son modélicos y celebérrimos.
Sin
embargo, para no caer de lleno en disparates, conviene recordar, con toda la
preocupación del mundo, que esos antiguos bichos tuvieron vocación de
continuidad y ubicuidad, es decir, que pueden florecer hasta en los
trópicos de ultramar. En consecuencia, hablamos ahora, en el caso venezolano de
nuestros días, de bastardos disimulados de sus padres y de criaturas
peligrosamente cercanas.
De lo
cual se desprende, a vuelo de pájaro, que en Venezuela todos podemos ser
fascistas. Menos los descendientes de los fascistas que están legislando sobre
el asunto.
ELÍAS
PINO ITURRIETA
@eliaspino
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