San Josemaría 13 de abril de 2024
@sJosemaria
Señales
inequívocas de la verdadera Cruz de Cristo: la serenidad, un hondo sentimiento
de paz, un amor dispuesto a cualquier sacrificio, una eficacia grande que
dimana del mismo Costado de Jesús, y siempre —de modo evidente— la alegría: una
alegría que procede de saber que, quien se entrega de veras, está junto a la
Cruz y, por consiguiente, junto a Nuestro Señor. (Forja, 772)
Si queréis aprender de la experiencia de un pobre sacerdote que no pretende hablar más que de Dios, os aconsejaré que cuando la carne intente recobrar sus fueros perdidos o la soberbia -que es peor- se rebele y se encabrite, os precipitéis a cobijaros en esas divinas hendiduras que, en el Cuerpo de Cristo, abrieron los clavos que le sujetaron a la Cruz, y la lanza que atravesó su pecho. Id como más os conmueva: descargad en las Llagas del Señor todo ese amor humano... y ese amor divino. Que esto es apetecer la unión, sentirse hermano de Cristo, consanguíneo suyo, hijo de la misma Madre, porque es Ella la que nos ha llevado hasta Jesús.
Afán
de adoración, ansias de desagravio con sosegada suavidad y con sufrimiento. Se
hará vida en vuestra vida la afirmación de Jesús: el que no toma su
cruz, y me sigue, no es digno de mí. Y el Señor se nos manifiesta cada vez
más exigente, nos pide reparación y penitencia, hasta empujarnos a experimentar
el ferviente anhelo de querer vivir para Dios, clavado en la cruz
juntamente con Cristo. Pero este tesoro lo guardamos en vasos de
barro frágil y quebradizo, para que se reconozca que la
grandeza del poder que se advierte en nosotros es de Dios y no nuestra.
Nos
descubrimos acosados de toda suerte de tribulaciones, y no por eso perdemos el
ánimo; nos hallamos en grandes apuros, no desesperados o
sin recursos; somos perseguidos, no desamparados; abatidos, pero no
enteramente perdidos: traemos siempre representada en nuestro cuerpo por todas
partes la mortificación de Jesús.
Imaginamos
que el Señor, además, no nos escucha, que andamos engañados, que sólo se oye el
monólogo de nuestra voz. Como sin apoyo sobre la tierra y abandonados del
cielo, nos encontramos. Sin embargo, es verdadero y práctico nuestro horror al
pecado, aunque sea venial. Con la tozudez de la Cananea, nos postramos
rendidamente como ella, que le adoró, implorando: Señor, socórreme.
Desaparecerá la oscuridad, superada por la luz del Amor. (Amigos de
Dios, nn. 303-304)
Tomado
de: https://opusdei.org/es/dailytext/senor-socorreme/
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