Trino Márquez 15 de agosto de 2019
@trinomarquezc
Nicolás
Maduro dice haber decidido pararse de la mesa de negociaciones en Barbados
debido al apoyo que Juan Guaidó les dio a las más recientes sanciones aplicadas
por Donald Trump contra el régimen. Consideró que tal respaldo era un irrespeto
y una traición a los venezolanos y al diálogo entablado entre el gobierno y la
oposición. La verdad debe de ser muy distinta.
Maduro
tendría que saber que aplicarle sanciones fue la opción escogida por Trump y
sus aliados en América Latina, para no verse obligados a recurrir a una
invasión militar, cuyo costo político resultaría muy elevado. El mandatario
norteamericano parece estar convencido de que el gobernante venezolano, además
de autoritario, facilita el narcotráfico, está asociado con el ELN y otros
grupos narcoguerrilleros colombianos, al igual que con sectores extremistas del
Medio Oriente, y es el principal soporte financiero de la dictadura cubana,
enemiga histórica del ala más conservadora de la política norteamericana, de la
cual Trump es un representante destacado.
Las
sanciones no se levantarán hasta que Maduro salga del horizonte. Guaidó haría
un papelón si las condenase. Su obligación se reduce a comprenderlas y
explicarlas. Las sanciones son lamentables por el costo tan elevado que
implican; pero, resultan inevitables porque el régimen no ofrece opciones -ni
en el plano internacional, ni en el nacional- que ataquen las causas que las
provocan.
Apoya
al ELN, que además opera en Venezuela; celebra encuentros amistosos con grupos
palestinos antinorteamericanos y con sectores vinculados a Hezbolá; le da la
bienvenida al país a Jesús Santrich, exguerrillero de las Farc y prófugo de la
justicia colombiana; mantiene el contubernio con la tiranía cubana; permite que
Venezuela se haya convertido en una de las plataformas más importantes del continente
para el tráfico de drogas; convoca en Caracas al Foro de Sao Paulo, un hatajo
de nostálgicos antinorteamericanos que apoyan a los Castro en Cuba y a un
despojo humano como Daniel Ortega. ¡En qué planeta vive! No se da cuenta de que
si quiere evitar las sanciones tiene que estar más atento y en sintonía con el
entorno internacional. Su miopía ideológica y la estrechez de sus asesores
cubanos lo han enceguecido. En el mundo globalizado, los gobiernos
latinoamericanos pueden subsistir sin plegarse a los Estados Unidos, pero
difícilmente pueden sobrevivir en rivalidad permanente con la primera potencia
mundial.
En el
plano interno ocurre algo similar. Si a Maduro el pueblo le preocupa tanto,
podría emprender dos iniciativas: cambiar las políticas económicas y sociales
que durante veinte años han arruinado a la nación; y aceptar que se convoquen
nuevas elecciones presidenciales, como ocurre en países donde se desatan
tormentas políticas, sean de esquemas parlamentarios o presidencialistas. Todas
las encuestas importantes revelan que Nicolás Maduro es el centro de la
conmoción nacional y que su rechazo es superior a 80%. Mantiene el mismo modelo
socioeconómico aplicado a lo largo de dos décadas, y se niega a abrir el compás
para que en un plazo prudencial el país vaya a unos nuevos comicios
presidenciales. Aquí reside la verdadera razón de su levantamiento intempestivo
y abrupto de la ronda de Barbados: sabe que ese ciclo tendría que cerrarse
pronto con un acuerdo para convocar la elección del futuro Presidente.
Maduro,
con el diálogo, no ha ganado tiempo para mantenerse en Miraflores. En realidad
las conversaciones fueron tejiendo una red de compromisos que terminarían por
comprometer al mandatario con una fecha y unas condiciones electorales. De
nuevo, la miopía obnubiló a Maduro: optó por la ruptura, convencido de que el
apoyo de la FAN y el aparato represivo montado por los cubanos serán
suficientes para mantenerlo en el poder. Para que nadie pensara que estaba
bromeando, sacó el látigo con el que castigó a los diputados a quienes les
levantó la inmunidad parlamentaria y amenazó con convocar las elecciones
adelantadas para la Asamblea Nacional. De paso, un tribunal militar dictó una
sentencia contra el dirigente sindical Rubén González. El ‘presidente obrero’
se ensañó contra un líder de su propia clase social. Así es el autoritarismo.
Solo hay que preguntarle a Lech Walesa para que nos refresque la memoria.
Ningún
gobierno se sostiene solo a partir de la represión. También necesita persuadir.
Con mostrar el rostro de Diosdado no es suficiente. La heroica lucha que
mantienen los estudiantes y el pueblo de Hong Kong nos ilustra, de nuevo, cómo
las conversaciones entre el gobierno y la oposición resultan más animadas y
productivas, cuando la gente se moviliza para defender sus intereses.
Padrino
López acaba de pedirle a Maduro que reinicie el diálogo. No quiere más
conflictos, ni más violencia, ni más sanciones. Esperemos que lo oiga.
Trino
Márquez
@trinomarquezc
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