Los primeros resultados de las elecciones generales en España confirman lo que se esperaba: una victoria del Partido Popular, con Mariano Rajoy como candidato, con un 45 por ciento de los votos y una mayoría absoluta en el parlamento; mientras el Partido Socialista Obrero Español, con Alfredo Pérez Rubalcaba como candidato, en un lejano 30 por ciento de las preferencias. La abstención podría alcanzar más del 60 por ciento de los 35.7 millones de españoles que forman la lista electoral.
Se trata del tercer gobierno europeo que es derribado por los efectos de la crisis económica que se desató en 2008 y ha puesto al proyecto del mercado común europeo en una situación muy delicada. A diferencia de la caída del gobierno de Papandreu en Grecia y del inefable Silvio Berlusconi en Italia (la tercera economía más fuerte de la zona euro), la derrota del PSOE y de José Luis Rodríguez Zapatero se dio por la vía de las urnas.
Mucho antes de estas elecciones que le dieron la victoria al PP, en España también surgió la movilización social de descontento más importante de los últimos años. Los Indignados de la Plaza del Sol, de Madrid, contagiaron con su descontento a todas las otras grandes ciudades españolas desde mayo de 2011 cuando era claro que Rodríguez Zapatero engañó deliberadamente a una sociedad que creyó en las cuentas de vidrio de una economía sostenida por alfileres.
Desgraciadamente, nadie sabe para quién se moviliza. Los Indignados, inspirados en las revueltas de Túnez y Egipto que derribaron viejas y anquilosadas dictaduras, fueron el detonante de esta debacle del PSOE. No son simpatizantes del PP y mantienen una distancia clara frente a Izquierda Unida y otras agrupaciones políticas. No son una movilización partidista ni de clase, sino un movimiento generacional cuya mayor aportación ha sido la globalización del descontento en Grecia, Italia, Francia y, por supuesto, en Estados Unidos.
La Spanish Revolution no ha podido cambiar la correlación de fuerzas en la élite política que ha definido las medidas restrictivas que se han acordado en Europa. Sin embargo, lograron un protagonismo mediático y en la opinión pública que nadie se esperaba ni pronosticaba en este año.
La indignación ahora ya no se expresa solamente a través del sufragio, pero cómo influye como una presión para que los gobiernos no vuelvan a aplicar los discursos al estilo calderonista en México de que “vamos bien, aunque nos sintamos tan mal”.
El PP tendrá ahora un gran desafío frente a los Indignados. Ya no tiene la coartada del “terrorismo vasco”, protagonizado por la agónica ETA, para defender su plataforma conservadora y antinacionalista. Ahora tendrán un movimiento cívico, muy desigual y desorganizado, pero vital y europeizado.
Ese mismo desafío se cierne como sombra para el proyecto de la zona Euro que como bien definió la alemana Angela Merkel pasa por su peor situación en muchas décadas.
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