Ismael Pérez Vigil 07 de marzo de 2020
A
veces es necesario hacer un paréntesis en los temas políticos cotidianos para
tratar otros, igualmente políticos, pero seguramente menos polémicos; como por
ejemplo este: las formas que adopta la discusión política en Venezuela.
En
la oposición venezolana, acoto el lindero, en estos 20 años de resistencia y
lucha contra un régimen “autoritario” –y no pienso entrar en la farragosa
discusión de la caracterización del régimen– hemos aprendido algo que me parece
importante destacar del momento que vive el país: la forma en que se lleva a
cabo la discusión política. Hoy, en ciertos sectores de la llamada sociedad
civil, cada día más amplios, aunque todavía no suficientemente generalizado, ni
masivo, la discusión es pública y abierta, acerca de todos los temas que están
o deben estar en la discusión política, en la negociación, con el perdón de la
palabra.
Esta
es una nueva práctica, una nueva característica de la política venezolana que
ha llegado, espero que para quedarse, por la que nos debemos felicitar todos
los venezolanos y a la que nos debemos habituar. Se trata de terminar la época
de la discusión en cenáculos, en cúpulas cerradas. Donde solo cuentan los votos
y las influencias, para buscar que cuenten más los argumentos.
Aunque
ya hay cierto temor o precaución, todavía es común ver que en cualquier parte
se discuta abiertamente y a viva voz: En reuniones sociales, fiestas, en la
calle, en restaurantes, en asambleas de ciudadanos, reuniones partidistas, por
la prensa escrita, en grupos y foros de redes sociales, discusión en Internet,
en los escasos programas de radio, verdaderamente libres, que van quedando,
etcétera.
En
algunos círculos o grupos –reitero, hoy un tanto más precavidos por la
creciente represión– se habla con toda franqueza de los temas más delicados del
acontecer político nacional. La discusión, o diatriba, es intensa y se ventilan
sin ambages todas las posiciones, desde las más radicales, hasta las que se
consideran más anodinas. Todo es un hervidero y no hay tema ni ángulo que
escape a la opinión de cualquiera. Es algo extraño, no ortodoxo, para lo que
era la forma habitual de hacer discusión política y de contribuir al proceso de
toma de decisiones, pero representa un signo importante de los tiempos que
vivimos —el de la incursión activa de la sociedad civil en política— y de lo
único que debemos tener cuidado es que la falta de temor y “respeto” al Gobierno,
no nos haga caer ingenuamente en alguna trampa, o que nos distraigan en
escaramuzas y que dejemos de lado los aspectos relevantes.
Creo
que a nadie se le ocurre pensar que la decisión final será tomada en esas
discusiones, como si se tratara de una asamblea permanente y abierta, la mítica
“calle” tomando decisiones políticas. Creo que a la mayoría de los ciudadanos
no les importa eso, no les importa si están en el momento o lugar en donde se
toma la decisión, lo que les importa es que están discutiendo, y que se
consideren esas opiniones como un aporte sustantivo para quienes deban tomar la
decisión. Que estos lo hagan en la tranquilidad que les permita considerar
todas las opciones y sopesar la que tiene mayor consenso.
Lo
que importa es que nadie se sustraiga de este ambiente de reflexión y que nadie
pueda dejar de “registrar”, de tomar en cuenta, cual es el consenso que se va
imponiendo y que va susurrando o gritando su sabiduría a los actores políticos;
porque si no es así, si no se toma en cuenta, o se hace a espaldas de la gente,
la opción que se adopte será abortada irremediablemente, silenciosamente,
considerada sin consenso, rechazada y la “mítica calle” seguramente buscara
otra vía para expresarse e imponer su razón.
Por
lo tanto, es de esperar que el saldo de la discusión política que se está
llevando adelante en amplios sectores opositores del país, acerca de cual debe
ser la estrategia en torno al tema electoral, concluya en una mejor y más
contundente unidad de los sectores opositores al régimen.
Y
esto es importante resaltarlo, porque la participación electoral no es el eje
de la estrategia que está planteada, es apenas un medio, una forma de lucha. El
eje de la estrategia es la unidad, al punto que si la decisión unitaria es que
se participe o no se participe en el venidero proceso electoral, el
parlamentario que esta planteado, todos debemos aceptar y defender
políticamente esa posición.
La
unidad es una idea poderosa, una estrategia poderosa, de hecho, el régimen le
teme como la única estrategia de oposición que siempre lo ha derrotado; por eso
la combate con todas las armas que puede desplegar, entre las cuales la “guerra
sucia”, la intimidación y la violencia, juegan un papel importante.
El
régimen sabe que esa estrategia de la unidad es frágil en un mundo democrático
y diverso como el opositor, que presenta tantas versiones y fisuras. Se
requiere de hábiles “tejedores”, que no abundan, pues es una verdadera tarea de
filigrana armar la unidad opositora, sobre todo en torno a un tema electoral,
tan espinoso como el que está planteado, después de que se ha predicado por
años la existencia de fraudes y la política de la abstención, basados en que
las actuales condiciones no garantizan una elección libre, justa, imparcial,
competitiva, como todos la deseamos.
Por
eso debo lamentar como negativo que el Comité Preliminar de diputados, que
seleccionó a los “integrantes de la sociedad civil” para completar el Comité de
Postulaciones que habría —o habrá— de evaluar y seleccionar candidatos para
designar el CNE —a juzgar por el resultado— haya sido integrado por ex
participantes de partidos políticos o muy cercanos a ellos, pudiendo haber
seleccionado representantes más independientes, no ligados ni vinculados a ellos.
Esto se podría ver como una pésima señal, demostrativa de la falta de
renovación interna en los partidos, de su falta de confianza en el desarrollo y
madurez de la sociedad civil. El saldo, en pérdida de confianza de la sociedad
civil hacia todo el proceso, podría ser superior al supuesto beneficio que
obtendrán los partidos con esa forma de selección de integrantes del mencionado
comité y es además una estrategia algo absurda, de cada partido individualmente
considerado, pensar que tener una mínima cuota de poder en ese organismo le va
a garantizar algún tipo de influencia; lo que muchos pensamos es que ese tipo
de acciones lo único que pueden garantizar es alguna capacidad de componenda,
para formar mayoría con alguna otra agrupación, incluidas las que apoyan a la
dictadura.
Cerrando
este paréntesis, regresaremos la próxima semana al fragor de la discusión en el
terreno político, cotidiano, que siempre nos ocupa.
Ismael
Pérez Vigil
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