Guillermo Pérez 02 de agosto de 2023
El
discurso de Lula sobre la relatividad del concepto de democracia provocó un
intenso debate en las redes sociales y en los medios de comunicación. Las
posiciones fueron variadas y se mezclaron todo tipo de argumentos para defender
o atacar una idea universal de democracia.
Desde
una perspectiva filosófica, la discusión es interminable. En última instancia,
estamos hablando de conceptos y no de objetos, por lo que es imposible llegar a
una conclusión definitiva e inapelable. Pero desde el punto de vista de las
ciencias sociales y políticas, existe un consenso establecido sobre lo que
significa la democracia y su universalidad.
La
ciencia política, a través de autores como Robert Dahl, Norberto Bobbio, Adam
Przeworski y otros, coincide en un punto básico: la democracia es un régimen
político en el que la oposición tiene la posibilidad de ganar las elecciones.
En el plano político, las Naciones Unidas han contribuido a difundir una noción universal de democracia, consolidada a través de protocolos y pactos que protegen derechos también considerados universales. Es el caso del Protocolo sobre Derechos Civiles y Políticos, del que son signatarios tanto Brasil como Venezuela.
La
Comisión de Derechos Humanos, en 2002, en su resolución 46, declaró que los
elementos básicos de la democracia incluyen: a. Elecciones periódicas libres y
justas, b. Existencia de medios de comunicación libres, independientes y
pluralistas, c. Respeto de los derechos humanos fundamentales y de las
libertades fundamentales, entre otros. Ninguno de estos principios puede
verificarse hoy en Venezuela.
Cuando
analizamos las elecciones venezolanas, sí, han sido numerosas, pero con cada
elección las irregularidades han aumentado. Tanto Chávez como Maduro
corrompieron los procesos electorales antes, durante y después.
Antes
de las elecciones, el gobierno abusa de los recursos del Estado, utiliza
milicianos para impedir que la oposición haga campaña en los barrios populares,
inhabilita a candidatos y partidos políticos, y amenaza o coacciona a los
equipos logísticos de los candidatos. El mes pasado vimos cómo golpeaban a
Henrique Capriles (centro-izquierda) cuando visitaba una barriada del interior
del país y cómo la policía detenía a la persona que alquiló el equipo de sonido
para que María Corina Machado (centro-derecha) hablara en un mitin. Estos no
son los primeros casos.
El
gobierno utiliza las inhabilitaciones políticas para impedir que la población
pueda elegir a los candidatos de su preferencia, pero esto no sólo le ocurre a
la oposición política tradicional. En las elecciones a gobernador y alcalde de
2021, el Partido Comunista de Venezuela, aliado del gobierno desde hace mucho
tiempo, sufrió 14 inhabilitaciones de este tipo para impedirle presentarse por
separado en algunos municipios y fragmentar la estrecha base electoral del
gobierno.
Durante
las elecciones, el gobierno amenaza a los votantes con excluirlos de las
políticas sociales y utiliza a activistas y milicianos para controlar el voto
de la gente y asegurar de que voten «correctamente».
Y
después de las elecciones, incluso cuando gana la oposición, el gobierno, a
través de los tribunales o de la Fiscalía General, inhabilita a los ganadores,
impidiéndoles tomar posesión de sus cargos, como ocurrió en 2016 con tres
diputados indígenas o en 2021 con el ganador de las elecciones a gobernador en
el estado de Barinas (suroeste de Venezuela). A veces, el gobierno simplemente
le quita recursos y competencias a los gobernadores opositores, como en el caso
de Zulia (noroeste del país). Todo ello cuando los votos no son inventados,
como ocurrió en 2017, según denunció Smartmatic, la empresa responsable del
software y las máquinas de votación en el país.
Si nos
fijamos en la situación de los medios de comunicación en Venezuela, el panorama
no es menos desalentador. Los periódicos y canales privados apenas pueden
sobrevivir bajo una gran presión económica y siempre que eviten la crítica
política. El año pasado se cerraron 78 emisoras de radio sin
que nadie supiera por qué. Los observadores de la Unión Europea que
supervisaron las elecciones de 2021 señalaron que «algunos medios de
comunicación optan por no facilitar información para evitar problemas
políticos».
Los
interlocutores de la Las Misiones de Observación Electoral de la UE informaron
de autocensura en 21 estados y del cambio de línea editorial de algunos medios
como consecuencia de presiones políticas en 13 estados.
La
situación de otros derechos humanos es aún más dramática. El gobierno
venezolano es el primer país de América Latina con una investigación abierta en
la Corte Penal Internacional por haber cometido crímenes de lesa humanidad, es
decir, torturas, asesinatos y violaciones, entre otros.
Los
casos de tortura han sido documentados por Amnistía Internacional, Human
Rights Watch y organismos de la ONU como la Oficina del Alto
Comisionado para los Derechos Humanos. A día de hoy, según la ONG venezolana
Foro Penal, sigue habiendo más de 200 presos políticos en el país. La
arbitrariedad llega a niveles tan absurdos que, aunque un tribunal dicte una
sentencia de excarcelación, la persona puede seguir encarcelada por decisión
del director de la prisión.
La
violación sistemática de los derechos humanos no sólo afecta a quienes se
organizan políticamente. El derecho de huelga está eliminado de facto y muchos
dirigentes sindicales son encarcelados o asesinados. Las poblaciones indígenas
sufren la destrucción de su territorio por la minería patrocinada por el
gobierno, así como amenazas y acoso si protestan públicamente.
No es
casualidad que los más importantes indicadores internacionales de democracia,
como V-Dem, Freedom House y The Economist
Index, coincidan en calificar a Venezuela de régimen autoritario. En otras
palabras, una dictadura.
El
hecho de que Venezuela sea una dictadura es un consenso coherente con el
concepto de democracia adoptado por la mayoría de las naciones defensoras de
los derechos humanos e investigadores. Y este consenso no es una cuestión
puramente técnica, sino también histórica.
Una de
las mayores tragedias del siglo pasado fue que los líderes e intelectuales que
cuestionaron la legitimidad de la democracia «liberal» fueron encarcelados o
asesinados por las democracias «populares», «radicales» o «obreras» que
ayudaron a construir.
Las
lecciones del siglo XX y el valor universal de los derechos no deben caer en el
olvido.
Guillermo
Pérez
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