Ricardo Combellas 28 de agosto de 2023
“La libertad consiste en convertir al Estado, de
órgano que está por encima de la sociedad, en un órgano completamente
subordinado a ella”.
Karl Marx, Crítica del Programa de Gotha.
Esta
frase puesta adrede en el encabezamiento de estas notas, revela las
contradicciones y confusiones sobre la concepción y las actitudes sobre
el Estado del pensamiento socialista, y sobre todo de su práctica, desde sus
orígenes en el primer tercio del siglo XIX hasta hoy. Valga un breve repaso:
los primeros socialistas, los llamados por Marx socialistas utópicos (el caso
de Saint Simon, Fourier, Owen, Proudhon, entre otros) abjuraron del Estado y
abogaron por su desaparición. Privilegiaron la sociedad sobre el Estado, que
debería desaparecer, siendo sus funciones absorbidas por la sociedad, ahora
como actividades de pura administración y no de uso arbitrario de la
coerción del poder. Marx, aunque escribió poco sobre la teoría del Estado,
manifestó claramente en sus escritos la necesidad de la desaparición del
Estado, proceso que comenzaría ya desde la fase de transición de la destrucción
del capitalismo hacia la aurora del socialismo. La II Internacional Socialista
(1889-1914) fue escenario de fuertes enfrentamientos entre los partidarios del
reformismo y los partidarios de la revolución. Los primeros plantearon la toma
pacífica del Estado a través de la metodología democrática, y a partir de ello
asumir las necesarias reformas sociales; y los segundos la toma violenta a
través de la revolución, apoderarse del Estado y sentar las bases de una
transformación profunda de la sociedad. Los primeros dieron origen a la
socialdemocracia moderna, y los segundos al movimiento comunista bajo la
inspiración de las ideas de Lenin y la conducción de la Unión Soviética.
En ambos casos, el Estado tiene un singular papel. La socialdemocracia apuesta
por un Estado social, aunque reconciliado con las libertades modernas que trajo
al mundo el liberalismo; mientras el comunismo termina construyendo la
aberración totalitaria y su correlato, la represión absoluta de las libertades
humanas.
Ambas
concepciones del Estado están en la actualidad agotadas, aunque sus
motivaciones y sus consecuencias sean radicalmente diferentes. Mientras el
comunismo fracasó totalmente, dejando tras de sí solo mucha sangre, dolor
humano y violencia, por lo cual su reconstrucción desde sus cimientos tiene que
ser total, la socialdemocracia debe pensar seriamente si quiere sobrevivir, en
un diseño distinto del Estado en sus relaciones con la sociedad. Debe romper
con la dinámica intervencionista y abrirse a una relación de cooperación sin
complejos con las organizaciones de la sociedad civil. Lo público no puede
seguir entendiéndose como lo exclusivamente estatal, sino como la conjunción de
una relación estrecha entre el Estado y el nuevo protagonismo de la sociedad
civil. Norberto Bobbio apreció con lucidez la realidad de un Estado que hoy
luce agotado, y que exige un reacomodo que impida los excesos de la nueva
derecha neoliberal, a lo que se suma para enturbiar el ambiente la antipolítica
y el populismo, al señalar que la democratización del Estado aparejó su
burocratización, convirtiéndose así en un instrumento al servicio de una nueva
clase dominante alimentada por el Estado.
Paradojas
de la historia. El socialismo debe regresar a sus orígenes si todavía tiene
algún chance de sobrevivir. Volver a una visión donde la sociedad, la
comunidad, el humanismo social, eran la tarea a desarrollar para enfrentar el
individualismo liberal, y no el estatismo en lo que terminó convirtiéndose,
para mal de sus ideales pretendidamente liberadores.
Ricardo
Combellas
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