El gallego que contaba y cantaba goles con Di Stefano, Kubala y Jairzinho fue la voz del fútbol venezolano. Nació en A Coruña en 1931. Narró diez Mundiales, parió el premio al mejor futbolista de América y cautivó multitudes con un estilo único. Esta es una parte de su historia.
“Qué nervios, qué angustia, qué desesperación… va a cobrar Roberto Baggio, va a cobrar Roberto Baggio…”. Es la final de 1994 en Estados Unidos y la voz de Lázaro Candal se desgañita: “Ganó Brasil, Brasiiiil, Brasiiiil, América ganó, los hijos de la calle, los hijos del hambre, los hijos de la favela, esos son los hijos de América, que sigue viva…”. Baggio lanzó la pelota sobre el larguero y Candal reventó, como si estuviera narrando su propia vida: la de un crío con una pelota de trapo por las calles de su A Coruña natal.
Era su sexta final mundialista frente a las cámaras. Había chupado mucho fútbol, como jugador amateur y profesional, como periodista y narrador de la liga venezolana, de Copa Libertadores, de Juegos Panamericanos y Olímpicos, y en ese caluroso junio de 1994 estaba en el apogeo de su carrera. Al fútbol “no pude quitarle millones de euros, le quité millones de amigos y enseñanzas”, asegura. Entre ellos, Alfredo Di Stéfano, su compañero de transmisiones en los Mundiales de 1978 y1982, Pelé y Maradona.
Disputado a muerte por los dos canales de mayor tradición en Venezuela, Venevisión y Radio Caracas Televisión, con los que tuvo alegrías y desavenencias infinitas, en Candal se funden fútbol y periodismo. En los Panamericanos de 1991, en La Habana, se le metió bajo las barbas al propio Fidel con el guiño del origen gallego compartido; en los Juegos de 1992, en Barcelona, saltó sobre asientos y espectadores para arrancarle unas frases al Rey Juan Carlos y en 1994 dio la primicia para Venezuela de la suspensión por dopaje de Maradona, una hora antes del fatídico anuncio de la FIFA. “Al día siguiente lo vi terriblemente solo y nos fundimos en un abrazo. ¡Cuánta necesidad de abrazar tenía ese hombre!”.
Antes de codearse con la flor y nata del fútbol mundial, las pasó canutas. Hijo de Antonio Candal García -“el último tranviario de A Coruña”- y de Jesusa Bravo González, que pagó cárcel por ayudar a unos vecinos republicanos, Candal guarda especial recuerdo de la rúa de Orzán y la Plaza de María Pita de la ciudad herculina, donde alimentó su amor por el fútbol pateando esféricos, entre otros, con Luis Suárez, el único Balón de Oro español de la historia. “La calle de Orzán fue la más hermosa de todas, tenía 16 años y la viví hasta los 23. Había muchos bares de prostitutas, muy buenas amigas, porque nos regalaban pesetas por hacerles recados”, cuenta con picardía.
También se sintetizan en él ciudad y pueblo. En la aldea de Villajuan -12 casas íngrimas, unas cuantas vacas y ovejas, el perro Cubano– pasaba las vacaciones y saciaba dudas preguntando al abuelo materno, -“que lo sabía todo”- y como buen gallego adivinaba la hora viendo el cielo: “as cinco e media”, decía. “Me di cuenta de dónde venía, incluso hablando un gallego que no se hablaba en la ciudad, tan lleno de imperfecciones”.
Era y soñaba con ser futbolista. Jugó en el Torre, el Imperator, el Orzán, fue campeón aficionado de A Coruña y rechazó ofertas del Lugo para estar cerca de Purita, Purificación Malvis, que empezaba a ser su compañera de vida. Entre patada y patada, afloró el interés por el periodismo. “Me leía de cabo a rabo los diarios, hasta los anuncios”. De la mano de Orestes Vara y Vicente Leirachá entró en La Voz de Galicia: era el chico de los recados e iba escribiendo “notitas llenas de comas y puntos, pero notitas”. Y comenzó a cambiar su destino porque allí trabó amistad con Jesús María Penabad, Zoquiñas, quien lo convenció de emigrar a Costa Rica.
El 11 de abril de 1956 se embarcaron en el Reina del Pacífico. Y vaya que cambió su destino. Se alojaron en la pensión Nicaragua y al día siguiente un catalán les dio empleo porque eran españoles y gallegos: 300 colones de sueldo, para alojamiento y comida. Viéndose un día a los ojos él y Zoquiñas se notaron amarillos. “Es que comíamos arroz y huevos en el almuerzo y huevos y arroz en la cena”, recuerda entre risas. Zoquiñas se hizo referencia en el periodismo y la política; Candal siguió escribiendo y, en paralelo, jugó en la Gimnástica Española y el Club Sport La Libertad.
En su debut, con un par de asistencias quebró el invicto del clásico Herediano. “Viví unos días como si tuviera zapatos nuevos. Mis fotos en la prensa, la radio, la locura, pero yo, tranquilo, sabía hasta dónde podía llegar”. Y a donde llegó fue a Venezuela, en 1958, donde Purita, ya su esposa para todos sus días, tenía dos hermanos. Fueron unas cortas pero definitivas vacaciones. La nación sudamericana, que se abría a la democracia, empezaba a ser una pujante economía petrolera. “Quedamos enamorados del país, me divertí mucho, ¡qué bien se vivía!”, y Candal, ahora retirado en A Coruña, vibra al evocar aquellos días, como si estuviera frente al micrófono. Al año siguiente se instaló en Caracas, con contrato para jugar en La Salle y, a la vez, conectado con el periodismo.
El fútbol era muy rudimentario, solo había cuatro equipos profesionales. La primera preferencia de los venezolanos era el béisbol, deporte en que el país conquistó títulos mundiales. Candal ayudaría a abrirle un hueco al fútbol, más que con patadas -“ya me provocaba irme a las duchas”- con las manos. Con tesón encomiable empezó a escribir dos páginas diarias para los periódicos El Mundo y Últimas Noticias.
Hizo radio, fue corresponsal de Marca y se juntó con las organizaciones que impulsarían el fútbol menor. “El profesional estaba lleno de importados: los criollos eran extranjeros en su propio país”, cuenta. Candal estaba convencido de que al venezolano le gustaba el fútbol, el buen fútbol. “Es que había unos llenazos en el Estadio Olímpico durante la Pequeña Copa del Mundo”, un torneo que desde 1952 se celebraba en Caracas con la participación de los mejores equipos del planeta, embrión del actual Mundial de Clubes.
A fines de agosto de 1963, Candal se preparó para una cobertura que lo emocionó y, al mismo tiempo, le deparó horas de profunda angustia. El sábado 24 de agosto de 1963, dos hombres que se hicieron pasar por policías irrumpieron en la habitación 214 del hotel Potomac, en la caraqueña zona de San Bernardino. Eran las 5 de la mañana y Alfredo Di Stéfano estaba en pie aunque en pijama: la noche anterior no había jugado en el debut del Real Madrid en el torneo por sentirse mal. En el aturdimiento mañanero se sobresaltó ante la orden de acompañar a aquellos hombres para aclarar unas denuncias sobre tráfico de drogas. Le urgieron que se vistiera, lo bajaron al lobby, lo montaron en un auto sin identificación, le vendaron los ojos y, tras unas vueltas por la ciudad aún adormecida, lo encerraron en un apartamento donde pasaría 72 horas.
En el salón de belleza del Potomac trabajaba Purita, quien le acabaría dando pistas a Candal sobre el jefe del comando secuestrador. En Caracas los secretos son a voces y Joaquín, el hermano de Purita, estaba al tanto de las inclinaciones revolucionarias del hijo del dueño de la pastelería donde trabaja y tan pronto supo del plan se lo comentó a su hermana. El joven Paúl del Río, que solía compartir con ellos cervezas en los sofocantes atardeceres de los viernes, era el Comandante Máximo Canales, segundo a bordo en el secuestro de Di Stéfano.
“Madre mía”, soltó Candal cuando Purita le abrió los ojos. “Nunca sospeché que aquel muchacho de buenos modales, que pasaba de la política, estuviera al frente de tamaña operación”. Ese círculo de casualidades se cerró, 15 años después, cuando compartió con Di Stéfano la narración del Mundial de 1978.
El comandante Canales, que se hizo pintor de cierto culto en los círculos afines a aquella gesta “revolucionaria”, envió por intermedio de Candal un par de sus pinturas para el otrora futbolista.”Quedó impresionado de la calidad de las obras y de inmediato las colgó en una de las paredes de su casa”. Eran las obras de su secuestrador.
Y aparece “Papaíto”
Desde el vespertino El Mundo, Candal se las ingenió para elegir entre 1971 y 1992 al Mejor Futbolista de América. Diseñó una encuesta que, con la colaboración de periodistas en los principales diarios del continente, permitió reconocer por 22 años a las grandes figuras del momento. “Como la que hacía France Football en Europa, ni más ni menos”, presume. Maradona lo ganó seis veces; Zico y el chileno Figueroa, tres; y también Cubillas, Valderrama, Romerito, Batistuta, Kempes, Tostao. Y Pelé, que ya estaba de retiro, cuando superó los 1000goles.Era un arduo esfuerzo individual. “Demasiado para mí, así que me rendí”, confiesa. El diario El País, de Montevideo, continuó la iniciativa, con algunos retoques.
Su definitivo encuentro con la fama y el cariño popular se inició a principios de 1973 cuando lo buscó Venevisión -propiedad del magnate Gustavo Cisneros-, para transmitir el Mundial de Alemania 74. A pesar de sus horas de vuelo en la narración radial, Candal marchaba a la cita con su futuro tan emocionado como preocupado. “Fue un drama para mí”, admite. Y es que el mandamás de la programación deportiva, un cubano de padres gallegos, le dijo: “Lázaro, ¿no crees que se te nota demasiado el acento gallego al hablar?”. Y él se quedó helado. “A mí me delata mi herencia genética”, revela, “y me mandaban tremendos viajes [críticas] por mis errores: fúbol, amigu, punteru, todu y otras palabras que se descorchaban gratuitamente”. Pero salió con un contrato y el compromiso de estudiar dicción y oratoria. “Aprendí a puro huevo y por necesidad”, dice.
Y se hizo, al fin, narrador profesional. “Pero mamaíta querida, qué trabajo me costaba, sobre todo cuando los nombres eran en inglés, ruso, checoslovaco, búlgaro, francés o alemán. Llevo el gallego metido en las entrañas”. La transmisión, hecha desde Caracas, fue un éxito y Venevisión se apresuró en comprar los derechos para 1978 y le anunció a Candal que tendría como compañero a Di Stéfano. Radio Caracas Televisión, el otro gran canal venezolano, se sumaba a la fiesta del Mundial con otra contratación por todo lo alto: Edson Arantes do Nascimento, Pelé.
“Tremendo alboroto, los dos futbolistas más famosos del mundo contratados en Venezuela, el país menos futbolístico de Sudamérica. Impresionante”. Para 1982, el Mundial de España, Venevisión repetiría su equipo de narradores y comentaristas y ficharía a Ladislao Kubala, figura en el Barcelona en oposición precisamente a Di Stéfano desde finales de los 50. RCTV llevaría a otro gran personaje del mundillo futbolístico: Helenio Herrera, El Mago, entrenador argentino de larguísima trayectoria en el fútbol europeo. Pero sobre tantagloria deportiva y sapiencia, se impuso la intuición del gallego Candal con una fraseque lo atornilló en el sentir popular.
Lo recuerda como si fuera hoy: 14 de junio de1982, chocaban Brasil y la Unión Soviética en Sevilla. Comenzaron ganando los rusos, pero la canarinha volteó el marcador en el minuto 87, tras el empate de Sócrates en el 71. Expiraba el partido cuando Leandro, lateral derecho, intentó un caño al astro Oleg Blokhin, que le arrebató el balón y avanzó solo hacia la portería. “Desesperado, le lancé un grito a Leandro: ‘Qué hiciste, papaíto’. Alfredo miró para mí, un poco raro, temí haber cometido una indiscreción”.
Luego del juego, vino la noche y durmió como un lirón, pero antes se acordó otra vez de la frase que en Venezuela se dice a los hijos, con cariño, “pero no a un tipo como ese, piernas peludas…”. En los días siguientes, la frase espontánea de Candal se convirtió en la comidilla de los venezolanos ante el menor incidente en la calle, el trabajo, la casa. Desde Caracas, le animaron a que la repitiera con la primera jugada sorprendente. Y así lo hizo, una y otra vez. En un instante, la competencia televisiva con Radio Caracas Televisión quedó resuelta, y ese canal después contrató a Candal por los siguientes Mundiales haciendo pareja en alguna ocasión con Jairzinho, el 7 que se encumbró en México 70 y que jugó en Venezuela a mediados de esa década, o con el fabulador barranquillero Andrés Salcedo, hombre de radio y televisión en España y Alemania.
Y Candal se convirtió para siempre en “Papaíto”, voz singular y única del fútbol, saludado en las calles y coreado en bares y restaurantes de Venezuela. “Siempre creí, y así lo admití, que soy diferente, que fui diferente. Y con eso disfruté”. Y con el poeta Antonio Machado, a quien cita, comparte: “Solo recuerdo la emoción de las cosas y se me olvida el resto”.
PD: Conocí personalmente a Lázaro en abril o mayo de 1985. Yo aspiraba a la secretaría general del Sindicato de la Prensa y visité la Cadena Capriles y me acerqué a su puesto, lo saludé, me presenté y le dije que tenía una razón para que él votara por mí que no tenía ningún otro candidato. ¿Cuál?, me preguntó. “Soy gallego”. Nos dimos un abrazo aunque no creo que votara por mí. Pero ahí comenzó una amistad que esta madrugada española me hizo recordar a Lázaro en todo su esplendor. Llevaba a Venezuela tan hondo como sus raíces gallegas. Un abrazo a su familia y numerosos amigos.
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