Humberto García Larralde 08 de agosto de 2023
A raíz
de la presentación por parte de María Corina Machado de aspectos de su programa
económico a finales de junio, se ha venido discutiendo públicamente la
conveniencia o no de privatizar a Petróleos de Venezuela S.A. (Pdvsa), la
empresa estatal a la que se reserva, constitucionalmente, la explotación de
nuestros hidrocarburos (artículos 302 y 303 de la CRBV). Las posturas van desde
la convicción plena de su conveniencia, hasta aquellos quienes, rasgándose las
vestiduras, lo conciben como un crimen de lesa patria. En la discusión se
cuela, inevitablemente, su relación con la soberanía nacional. Detengámonos un
momento a examinar este concepto.
El
término soberanía se refiere al poder político sobre la toma de decisiones
fundamentales para la nación. En democracia, como es (en teoría) el caso
venezolano, reside en el pueblo,
“…quien la ejerce directamente en la forma prevista en esta Constitución y en la ley, e indirectamente, mediante el sufragio, por los órganos que ejercen el Poder Público.” (art. 5 CRBV)
Se
intuye, por tanto, que el manejo de la industria petrolera representa un asunto
de importancia central al ejercicio del poder político por parte de los
venezolanos. ¿Por intermedio de quiénes? y ¿Para qué?
Conocemos
la respuesta a la primera pregunta. Basándose en el Decreto de Minas del
Libertador de 1829, firmado en Quito, se asumió que las minas debían ser
propiedad del Estado. Pero, en realidad, lo que dice el mencionado decreto es
que “…corresponden a la República, cuyo gobierno las concede en propiedad y
posesión a los ciudadanos que las pidan bajo las condiciones expresadas en las
leyes…” El control soberano sobre la industria petrolera no podía culminar,
por tanto, sino en su estatización, incluyendo la de tres pequeñas empresas
pertenecientes a venezolanos. Ello abrió necesariamente la rendija a la
consideración de aspectos políticos en la conducción de Pdvsa pues, si no,
¿cómo se ejerce tal soberanía? Si bien desde los comienzos se quiso blindar el
manejo de la empresa del juego político, confiando su gestión en Rafael Alfonzo
Ravard y un equipo de calificados gerentes venezolanos con amplia experiencia
con las compañías transnacionales del petróleo, con la crisis de los ochenta
(“década perdida”) los planes de inversión de Pdvsa –exploración, producción,
profundización del patrón de refinación– tuvieron que aguardar, primero, a los
requerimientos de ingreso del fisco. Bajo el gobierno de CAP II en los noventa,
el Congreso aprobó la estrategia de apertura petrolera a la inversión
extranjera. Se permitió a Pdvsa, además, quedarse con recursos para recuperar
el terreno perdido. Dio lugar, como se recordará, a las denuncias de sectores
de izquierda de que se sacrificaban ingresos fiscales, es decir, ingresos
destinados al pueblo venezolano, para sostener planes de expansión ambiciosos
de una empresa que operaba como un “Estado dentro del Estado”. Había que
ponerle la mano a Pdvsa.
Sabemos
lo que vino después. Con base en esta prédica, Chávez hizo de Pdvsa el eje de
su socialismo de reparto, obligándola a subsidiar “misiones”, a asumir tareas
que nada tenían que ver con su misión corporativa y a comprar alianzas
internacionales con diferimientos, rebajas y/o exenciones al cobro de la factura
petrolera. Destruyó a la empresa, como evidencian la caída continuada de su
capacidad de producción, su enorme endeudamiento, el deterioro de las
refinerías y la progresiva “chatarrización” de sus instalaciones. ¿Se expresó,
así, el control soberano de los venezolanos sobre la empresa? Persiste la idea,
sin embargo, de que, al desplazar a las actuales mafias del poder, se
recuperaría esta soberanía.
¿Qué
significa? Viene a la mente el caso de las monarquías del Reino Unido y de
España. Consumen una cantidad enorme de recursos y puede argumentarse su
inutilidad. Mantenerlas implica un costo formidable para sus respectivas
naciones, sacrificando recursos que pudieran asignarse a necesidades más
perentorias de su población. En el caso británico, en todo caso, puede
señalarse que sus actos representan un atractivo turístico central, por lo que
un análisis costo beneficio pudiera concluir que la mantención de la casa real
se justifica. En el caso español, tal aseveración es dudosa. Pero el asunto no
es ese. Muchos españoles sentirán una gratificación particular por contar con
la monarquía, una identificación de su lugar en el mundo, de su pasado
histórico, costumbres y valores. Es un símbolo. A los políticos y economistas
corresponde hacer explícito el costo de mantener este símbolo en una era en la
que, felizmente, sus acciones no infringen el ejercicio de los derechos
ciudadanos. A los republicanos, argumentar que, en términos de los recursos y
las soluciones sacrificadas a diferentes problemas, no se justifica. Pero es un
asunto –el costo de sostener los privilegios de la monarquía– que debe quedar a
la libre decisión (soberana) de españoles (o de británicos).
Pues
las razones para justificar la posesión estatal de Pdvsa, se resumen, en última
instancia, en su valoración como símbolo de soberanía. Entiendo, claro está,
que su privatización abriría una discusión sobre la necesaria reforma de la
Constitución que distrae la atención a problemas mucho más acuciosos referentes
a cómo ejercer esta soberanía. Aun así, ¿cuánto están los venezolanos
dispuestos a sacrificar, en el marco de la actual devastación económica, en
sostener una empresa quebrada, endeudada, con su capacidad productiva en el
piso, como símbolo de soberanía?
El
verdadero problema es otro. Venezuela es, hoy, un país fallido, incapaz,
mientras se mantenga su control chavista, de responder a los requerimientos de
vida digna para su población. Sin cambio, no habrá salida. Tan sencillo como
eso. La recuperación sólo será posible con una sustancial inyección de recursos
externos y éstos sólo vendrán si el país retorna al imperio de la ley de
nuestro ordenamiento constitucional, que consagra las garantías, deberes y
derechos de la población, y se acometen reformas importantes en la conducción
del Estado para recuperar los servicios públicos, la infraestructura, la
seguridad, el ambiente, etc. Pero ¿a cuenta de qué los multilaterales nos van a
prestar esos recursos? ¿Acaso somos el único país necesitado o más “chéveres”
que los demás?
El
gran aval para recibir esos préstamos es nuestra capacidad para generar
significativos ingresos por exportación petrolera. Supondría, desde luego, el
levantamiento de sanciones al regresar el país a un régimen democrático, de
garantías. Y solo será posible si logra atraer ingentes inversiones de empresas
transnacionales del ramo. Pero habrá de ocurrir, además, en un contexto mundial
en el que se han venido instrumentando, sobre todo en los países más avanzados,
medidas para disminuir el uso de los combustibles fósiles causantes del llamado
“efecto invernadero”, para detener el cambio climático. Algunos analistas
sitúan el punto de inflexión a partir del cual comienza a caer la demanda por
petróleo –peak demand– para finales de esta década. Mientras, la oferta
está aumentando rápidamente en Guyana –producirá más que Venezuela dentro de
pocos años–, Brasil, produce hoy más de 3,2 MM de b/d y se anuncian ambiciosos
planes de expansión en Irak, Kazajistán y Nigeria. Asimismo, los gigantes,
Estados Unidos, Arabia Saudí y Rusia seguirán produciendo, cada uno, por encima
de 10 MM de b/d.
La
competencia de estos productores por atraer inversiones para un mercado que
comenzará a decrecer pronto dependerá, entre otras cosas, de sus acciones para
contener el cambio climático. También el Banco Mundial anuncia que este
criterio será cada vez más importante para otorgar créditos a los países que lo
solicitan. ¿Acaso la Pdvsa quebrada, “doja, dojita”, podrá competir en este
plano?
Nuestra
soberanía sobre el petróleo debe tener como norte la maximización de los
beneficios que genera, en el tiempo, a su población. Serán escasos si sigue
monopolizado por una empresa estatal convertida en instrumento político. Solo
abriendo el sector a la inversión privada, con un paquete atractivo de
incentivos y un plan creíble para la transición energética, se evitará que
Venezuela termine como país fallido, en el sótano de América Latina y el
Caribe, al lado de Haití. El pecho henchido de nacionalismo porque Pdvsa no se
privatice, solo se entiende en aquella exigua minoría chavo-madurista que sigue
creyendo el mito de que representan, de manera excluyente, al Pueblo (con
mayúscula).
Humberto
García Larralde
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