WALTER MOLINA GALDI 12 de abril de 2024
@WalterVMG
No hay
paz autoritaria. No existe. Lo que sí podemos lograr es una transición a la
democracia y ello no se logrará agachando la cabeza sino levantando la voz ante
la barbarie.
Recientemente,
en medio del caos que asola a Venezuela, ha surgido una propuesta tan absurda
como peligrosa: la «paz autoritaria». Esta frase, disfrazada de solución
política, no solo revela que hay un grupo que, disfrazado de oposición (sin
serlo), están buscando el mantenimiento del statu quo (es decir, el régimen
tiránico de Nicolás Maduro) pero en una jaula más grande, tal vez.
El oxímoron inherente en la expresión es solo el comienzo del problema. La idea misma de una «paz autoritaria» es una contradicción flagrante, ya que la paz y el autoritarismo son conceptos diametralmente opuestos. Esta propuesta, lejos de buscar una verdadera reconciliación o estabilidad, en el fondo busca que los crímenes de lesa humanidad, hoy investigados en La Haya, se olviden
.Hay un
grupo que, actuando bajo los designios del poder, busca vender la normalización
de la barbarie, la aceptación de la miseria, la desesperanza como modo de vida
de la golpeada sociedad, el silencio como método de «protección».
Es el
mismo grupo encargado de equiparar a víctimas y victimarios, sugiriendo que el
preso político torturado «algo hizo», que la represión desmedida es
responsabilidad de los protestantes, que la arbitrariedad del Consejo Nacional
Electoral chavista no es relevante. ¿Presionar por condiciones electorales,
para qué?
Este
grupo, cuyas narrativas ya son conocidas por todos, es el que inventa falsas
disputas entre los venezolanos que hemos emigrado y los que siguen en el país,
porque la división de un país que en su 90% desea el cambio, es fundamental
para el sistema autoritario. También se han dedicado a hablar sobre un llamado
a la abstención que nadie ha sugerido. De hecho, que la oposición (la que se
opone) siga en la ruta electoral es la razón por la cual el régimen avanza con
la represión.
Desde
luego, es el mismo grupo que usa la palabra «radical» para referirse a quienes
buscamos lograr la democracia y no a quienes la cercenan. Son agentes de la
posverdad chavista. Y están retratados como tal.
Pero
el daño está allí. Aunque los venezolanos estén claros de la situación (y por
ello el liderazgo lo tiene quien se opone de verdad y las candidaturas
impuestas por el poder ni han calado ni calarán), este grupo, pequeño pero
ruidoso, es dañino para una sociedad que solo desea vivir en la normalidad que
solo es posible en democracia.
El
daño causado por este grupo no puede ser subestimado. Su narrativa alimenta el
aparato represivo del Estado, fomenta la desesperanza en la población y
proyecta una imagen distorsionada de Venezuela en el ámbito internacional,
cerrando así las puertas a aquellos que huyen del régimen en busca de refugio.
La
periodista e historiadora estadounidense Anne Applebaum desarrolla en su libro
«El ocaso de la democracia», que como en aquella Europa del siglo XX, el
ascenso actual de líderes autoritarios en numerosos países del mundo y su
eventual permanencia en el poder, puede entenderse, en parte, por las alianzas
del poder con grupos intelectuales y de influencia.
«Ningún
autoritario contemporáneo puede triunfar sin el equivalente moderno (de los
clercs descritos por el francés Julien Benda): los escritores, intelectuales,
panfletistas, blogueros, asesores de comunicación política, productores de
programas de televisión y creadores de memes capaces de vender su imagen a la
opinión pública. Los autoritarios necesitan a gente que promueva los disturbios
o desencadene el golpe de Estado. Pero también necesitan a personas que sepan
utilizar un sofisticado lenguaje jurídico, que sepan argumentar que violar la
Constitución o distorsionar la ley es lo correcto»,
sentencia Applebaum.
Y esta
realidad es más que palpable en Venezuela. Lamentablemente muchos de aquellos
que, en algún momento denunciaron las atrocidades de un régimen que acabó con
el país, hoy no solo callan sino que justifican. Algunos, incluso, han pasado
la barrera de la propaganda y han decidido ser parte del aparato represivo.
Frente
a esta narrativa distorsionada, es crucial hablar con la verdad. Es
desgastante, pues la realidad debería ser suficiente pero no lo es. Hay que
contarla, hay que gritarla si es necesario. Ante la propuesta de la sumisión
disfrazada de paz, hay que exigir libertad y democracia. Ante la sugerencia del
olvido, sembremos memoria: no podemos
olvidar.
Ni la
tortura (en El Helicoide, en La Tumba y en muchos centros clandestinos), ni la
desaparición forzada, ni la persecución, ni los asesinatos, ni la crisis
diseñada desde el poder, ni las familias separadas. Nada de eso podemos
olvidarlo porque lo estamos viviendo ahora mismo. No pasó. No “fue”. No es “lo
que ocurrió”. Es el ahora. Y no va a dejar de ser así hasta que haya democracia
y exigirlo es el deber de todos los venezolanos que anhelamos la libertad.
No se
trata de revanchismos sino la petición de nunca olvidar lo vivido, de nunca
apartar de nuestra memoria colectiva lo que ha sido y lo que es el chavismo –y
los suyos. Porque no ha sido “un mal gobierno”, ha sido una tiranía que condenó
a millones de venezolanos.
No hay
paz autoritaria. No existe. Lo que sí podemos lograr es una transición a la
democracia y ello no se logrará agachando la cabeza sino levantando la voz ante
la barbarie.
WALTER
MOLINA GALDI
@WalterVMG
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