Los espacios verdes refrescan considerablemente nuestras ciudades, cada vez más calurosas. Una nueva investigación sugiere que más árboles reducirían hasta en dos tercios las visitas a las salas de urgencias relacionadas con el calor en Los Ángeles.
El humilde árbol lleva mucho tiempo protegiendo a los humanos de la enfermedad e incluso de la muerte, y en las ciudades modernas sigue haciéndolo. A medida que aumenta la temperatura global, también se incrementa el “efecto isla de calor”, es decir, la tendencia de las ciudades a absorber y retener la energía del sol, lo que constituye una creciente crisis de salud pública en todo el mundo. A pequeña escala, la sombra de un solo árbol es un refugio inestimable en un día de calor abrasador. A mayor escala, los vecindarios con mayor cobertura de árboles son mucho más frescos.
Ahora las investigaciones demuestran el impacto que esto supone para la salud de las personas. Un nuevo estudio revela que, en Los Ángeles (EE UU), plantar más árboles y utilizar superficies más reflectantes, algo tan sencillo como pintar los techos de color blanco, reduciría las temperaturas de forma tan drástica que el número de visitas a las salas de urgencias relacionadas con el calor disminuiría hasta un 66%. Esta conclusión sigue a un estudio previo de los mismos científicos, según el cual la pérdida de una de cada cuatro vidas durante las olas de calor se evitaría con las mismas técnicas.
El calor extremo es como una enfermedad para las ciudades
El "efecto isla de calor urbano" crea temperaturas excesivamente altas. Pero las ciudades pueden prescribir tratamientos potentes para este mal, como espacios verdes y tejados reflectantes.
La importancia de los árboles en las ciudades
Conforme aumentan las poblaciones urbanas en todo el mundo, también lo hacen las temperaturas, lo que somete a más personas a ambientes cada vez más calurosos. “En este momento somos principalmente habitantes urbanos”, señala Edith de Guzman, investigadora medioambiental de la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA), coautora de ambos estudios y cofundadora y directora de Los Angeles Urban Cooling Collaborative. “Sabemos que eso es problemático, porque en esos espacios se amplifica el calor, debido a la preponderancia de superficies que lo retienen y después lo liberan por la noche, cuando el cuerpo busca refrescarse”.
Si una ola de calor se prolonga día tras día, el estrés fisiológico se acumula más y más en los residentes. Los adultos mayores y los jóvenes corren un riesgo particular, ya que sus cuerpos no logran enfriarse con la misma eficacia. El calor extremo también provoca la formación de ozono, que agrava el asma.
Para el nuevo estudio, publicado en la revista International Journal of Biometeorology, el equipo de De Guzman analizó cuatro olas de calor diferentes de Los Ángeles entre 2006 y 2010, las mismas a las que también se refería la investigación anterior sobre mortalidad. Estas olas de calor diferían en duración, temperaturas y humedad; cuanto mayor es la humedad, más difícil le resulta al cuerpo humano enfriarse sudando. A continuación, el equipo combinó estos datos con otros relativos al uso del suelo, que mostraban en qué zonas del condado de Los Ángeles existe una buena cobertura de árboles, que reflejan el calor, y en qué zonas hay superficies impermeables, como el pavimento, que lo absorben. Y por último, obtuvieron información sobre las visitas a las salas de urgencias provocadas por el calor en esas localidades.
Introdujeron todos esos datos en un algoritmo que modelizaba escenarios en los que la modificación del entorno urbano, con superficies más reflectantes y más árboles, conseguiría disminuir las temperaturas y evitaría esas visitas a urgencias relacionadas con el calor. Con un 25% más de cobertura de árboles, las visitas descenderían entre un 7 y un 45%. Aumentando la cobertura hasta el 50%, las visitas se reducirían entre un 19 y un 58%. Y si Los Ángeles alcanzara el máximo de cobertura de árboles permitida, un 40% de su superficie total, las visitas bajarían entre un 24 y un 66%.
“Somos capaces de cuantificar cómo habrían sido de distintos los resultados en sucesos reales”, comenta De Guzman. “Sé que las proyecciones apuntan a un mayor número de días de calor extremo en cada una de estas comunidades”.
Dicho de otro modo: el momento de actuar es ahora. Los árboles altos dan sombra, por un lado, pero las plantas en general liberan vapor de agua al realizar la fotosíntesis, básicamente “sudando”. En consecuencia, un vecindario de ingresos altos con muchos parques y zonas verdes quizá esté ocho grados centígrados más fresco que una zona de bajos ingresos y más industrializada; como tantas otras amenazas para la salud, el calor afecta de manera desproporcionada a los más desfavorecidos. El efecto isla de calor varía no solo de un vecindario a otro, sino también de una manzana a otra e incluso de una casa a otra. Los distintos materiales de construcción, como la madera y el ladrillo, absorben y retienen la energía del sol de distintas maneras.
Por tanto, la utilidad de este tipo de investigación consiste, en primer lugar, en encontrar vecindarios enteros a los que dar prioridad para su reverdecimiento, pero también en seleccionar lugares concretos para colocar árboles individuales. “En las zonas urbanas no plantamos necesariamente bosques enteros, sino árboles individuales cada vez”, indica Vivek Shandas, científico de adaptación climática de la Universidad Estatal de Portland, quien estudia el efecto isla de calor pero no participó en la nueva investigación. “Si dispones de una cantidad limitada de fondos, y sabes dónde tendrá mayor impacto su implementación, es una obviedad identificar esos lugares”.
Pero no es tan sencillo como plantar un puñado de árboles y ya. Los Ángeles se embarcó en el proyecto multianual llamado “Urban Forest Management Plan” (que se traduciría al español como “Plan de Gestión de los Bosques Urbanos”) para aumentar su cobertura de árboles, sobre todo en los vecindarios más vulnerables. Así, tiene que determinar cuidadosamente los lugares donde añadir las plantas, pero también colaborar con los residentes de esos lugares, por ejemplo, mediante reuniones para recabar la opinión de la comunidad. Es posible que algunas personas no quieran árboles fuera de su casa, ya sea porque quizá una rama cayó una vez sobre su auto, o tal vez su acera se agrietó por las raíces que había debajo, afectando la movilidad de un abuelo en silla de ruedas.
Así que conseguir más árboles en el paisaje urbano también tiene que ver con la colaboración y la educación, haciendo que la gente comprenda las ventajas significativas del enfriamiento que bien podrían salvarles la vida y, como mínimo, reducir sus facturas de aire acondicionado. “Si tienes una experiencia negativa con los árboles, tenemos que impartir formación sobre cómo vamos a hacerlo mejor en el futuro”, menciona Rachel Malarich, responsable de los bosques de la ciudad de Los Ángeles. “Lo que hemos aprendido como industria es a ser más selectivos sobre lo que plantamos en cada sitio, y hacerlo adecuado al lugar, o cambiarlo para colocar algo más grande”. Por ejemplo, si un determinado terreno es muy pequeño para que quepa una especie de árbol lo bastante grande como para proporcionar una buena sombra, tal vez la ciudad podría modificar las aceras para acomodarlo, mejorando así la movilidad y reduciendo al mismo tiempo las temperaturas locales.
Las altas temperaturas se mantendrán a nivel global. Existe un 66% de probabilidades de que 2024 sea el año más caluroso registrado hasta ahora.
La ardua tarea de reverdecer las ciudades
En Los Ángeles y otros lugares, los científicos se apresuran a encontrar especies de árboles capaces de soportar temperaturas dentro de 10, 15 o 20 años: no querrás plantar un árbol para descubrir que no sobrevivirá en el nuevo clima. El cambio climático también contribuye a la propagación de plagas y enfermedades de los árboles, añadiendo aún más incertidumbre a la vegetación urbana: Una comunidad determinada quizá esté dispuesta a plantar más especies de árboles típicas de su vecindario, como magnolias u otra variedad, pero tal vez no logren resistir la hostilidad del clima futuro.
Un árbol también necesita más mantenimiento y agua en sus vulnerables primeros años, un recurso que posiblemente escasee cada vez más a medida que se calienta el sur de California. Así que, además de incrementar su cubierta de árboles, Los Ángeles está intentando hacerse más esponjosa: muchos más espacios verdes en general que permitan que el agua de lluvia empape el manto acuífero subterráneo o las cisternas para su posterior extracción. En febrero, esta infraestructura esponjosa ayudó a la ciudad a captar unos 32,500 millones de litros de agua de lluvia en solo tres días.
Al ser un ambiente urbano con peatones, automóviles y edificios bajo los árboles, la ciudad tiene que asegurarse de que a las plantas no se les caigan las ramas. Eso implica inspecciones y trabajo sobre el terreno: a diferencia de un bosque propiamente dicho, el bosque urbano necesita atención constante. “En un entorno urbano tenemos que gestionar con un poco más de cuidado, porque existen estos factores de riesgo”, dice Malarich. “Queremos plantar, mantener y luego conservar. Preservar los árboles maduros existentes es en realidad fundamental para expandir las copas [de los árboles]”.
Y un vecindario no tiene por qué limitarse a plantar más árboles para mitigar el efecto isla de calor. Los científicos están investigando formas de cultivar en los techos, a la sombra de los paneles solares, lo que genera tanto alimentos como electricidad gratuita, además de refrescar el último piso de un edificio. Y puntos extra si se trata de azoteas verdes que captan y almacenan el agua de lluvia, que facilita que los residentes la utilicen para regar las plantas y tirar de la cadena de los baños.
Los científicos también están experimentando con “pavimentos fríos”, que devuelven más luz solar al espacio en lugar de absorberla. Los revestimientos reflectantes hacen lo mismo en los costados y techos de los edificios. Pintar más superficies de blanco ayuda a enfriar una zona, pero los diseñadores urbanos tienen que tener cuidado de no hacer rebotar involuntariamente esa radiación solar hacia las personas. “Soy un gran fan de las pinturas blancas en las alturas”, opina Shandas. “Eso es lo que hacen las nubes de forma natural: en un día nublado, gran parte de esa luz solar ya se refleja al espacio. Y así, si conseguimos que todos los techos tengan de algún modo un color más claro, empezaremos a movernos en esa dirección”.
No se trata de si Los Ángeles o cualquier otra ciudad será más verde o más reflectante en los próximos años, sino de cuánto más puede llegar a serlo. Y, en consecuencia, cuántas vidas salvará mientras el mundo se calienta. “Aunque en general se trata de un tipo de inversión para que las ciudades tengan la sensación de sentirse bien, tenemos que vincular esas inversiones a los resultados en materia de salud pública”, destaca De Guzmán, “porque las mejoras que logren conseguirse son verdaderamente significativas”.
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