Francisco Fernández-Carvajal 30 de abril de 2024
@hablarcondios
— El
trabajo, un don de Dios.
—
Sentido humano y sobrenatural del trabajo.
— Amar
el propio quehacer profesional.
I. Comerás
el fruto de tu trabajo...1.
La Iglesia, al presentarnos hoy a San José como modelo, no se limita a valorar una forma de trabajo, sino la dignidad y el valor de todo trabajo humano honrado. En la Primera lectura de la Misa2 leemos la narración del Génesis en la que se muestra al hombre como partícipe de la Creación. También nos dice la Sagrada Escritura que puso Dios al hombre en el jardín del Edén para que lo cultivara y guardase3. El trabajo, desde el principio, es para el hombre un mandato, una exigencia de su condición de criatura y expresión de su dignidad. Es la forma en la que colabora con la Providencia divina sobre el mundo. Con el pecado original, la forma de esa colaboración, el cómo, sufrió una alteración: Maldita sea la tierra por tu causa -leemos también en el Génesis4-; con fatiga te alimentarás de ella todos los días de tu vida... Con el sudor de tu frente comerás el pan...
Lo que
habría de realizarse de un modo apacible y placentero, después de la caída
original se volvió dificultoso, y muchas veces agotador. Con todo, permanece
inalterado el hecho de que la propia labor está relacionada con el Creador y
colabora en el plan de redención de los hombres. Las condiciones que rodean al
trabajo han hecho que algunos lo consideren como un castigo, o que se
convierta, por la malicia del corazón humano cuando se aleja de Dios, en una
mera mercancía o en «instrumento de opresión», de tal manera que en ocasiones
se hace difícil comprender su grandeza y su dignidad. Otras veces, el trabajo
se considera como un medio exclusivo de ganar dinero, que se presenta como fin
único, o como manifestación de vanidad, de propia autoafirmación, de
egoísmo..., olvidando el trabajo en sí mismo, como obra divina,
porque es colaboración con Dios y ofrenda a Él, donde se ejercen las virtudes
humanas y las sobrenaturales.
Durante
mucho tiempo se despreció el trabajo material como medio de ganarse la vida,
considerándolo como algo sin valor o envilecedor. Y con frecuencia observamos
cómo la sociedad materialista de hoy divide a los hombres «por lo que ganan»,
por su capacidad de obtener un mayor nivel de bienestar económico, muchas veces
desorbitado. «Es hora de que los cristianos digamos muy alto que el trabajo es
un don de Dios, y que no tiene ningún sentido dividir a los hombres en diversas
categorías según los tipos de trabajo, considerando unas tareas más nobles que
otras. El trabajo, todo trabajo, es testimonio de la dignidad del hombre, de su
dominio sobre la creación. Es ocasión de desarrollo de la propia personalidad.
Es vínculo de unión con los demás seres, fuente de recursos para sostener a la
propia familia; medio de contribuir a la mejora de la sociedad, en la que se
vive, y al progreso de toda la Humanidad»5.
Esto es lo que nos recuerda la fiesta de hoy6,
al proponernos como modelo y patrono a San José, un hombre que vivió de su
oficio, al que debemos recurrir con frecuencia para que no se degrade ni se
desdibuje la tarea que tenemos entre manos, pues no raras veces, cuando se
olvida a Dios, «la materia sale del taller ennoblecida, mientras que los
hombres se envilecen»7.
Nuestro trabajo, con ayuda de San José, debe salir de nuestras manos como una
ofrenda gratísima al Señor, convertido en oración.
II. El
Evangelio de la Misa8 nos
muestra, una vez más, cómo a Jesús le conocen en Nazareth por su trabajo.
Cuando vuelve Jesús a su tierra, sus vecinos decían: ¿No es este el
hijo del carpintero? ¿No es su madre María?... En otro lugar se dice
que Jesús siguió el oficio del que le hizo las veces de padre aquí en la
tierra, como ocurre en tantas ocasiones: ¿No es este el carpintero,
hijo de María?...9.
El trabajo quedó santificado al ser asumido por el Hijo de Dios y, desde
entonces, puede convertirse en tarea redentora, al unirlo a Cristo Redentor del
mundo. La fatiga, el esfuerzo, las condiciones duras y difíciles, consecuencia
del pecado original, se convierten con Cristo en valor sobrenatural inmenso para
uno mismo y para toda la humanidad. Sabemos que el hombre ha sido asociado a la
obra redentora de Jesucristo, «que ha dado una dignidad eminente al trabajo
ejecutándolo con sus propias manos en Nazareth»10.
Cualquier
trabajo noble puede llegar a ser tarea que perfecciona a quien lo realiza, a la
sociedad entera, y puede convertirse, con todas sus incidencias, en medio para
ayudar a otros a través de la comunión que existe entre todos los miembros del
Cuerpo Místico de Cristo, que es la Iglesia. Pero para esto es necesario no
olvidar el fin sobrenatural, además del humano, que deben tener todos los actos
de la vida, incluso los que se presentan como más duros y difíciles: «el
condenado a galeras bien sabe que rema con el fin de mover un barco, pero para
reconocer que esto da sentido a su existencia, tendría que profundizar en el
significado que el dolor y el castigo tiene para un cristiano; es decir,
tendría que ver su situación como una posibilidad de identificarse con Cristo.
Ahora bien, si por ignorancia o por desprecio no lo logra, llegará a odiar su
“trabajo”. Un efecto similar puede darse cuando el fruto o el resultado del
trabajo (no su retribución económica, sino lo que se ha “trabajado”,
“elaborado” o “hecho”) se pierde en una lejanía de la que casi no se tiene
noticia»11. ¡Cuántos cada mañana, por desgracia, se dirigen a su
«trabajo» como si fueran a galeras! A remar para un barco que no saben a dónde
va, ni siquiera les importa. Solo esperan el fin de semana y la paga mensual.
Ese trabajo, evidentemente, no dignifica, no santifica, difícilmente servirá
para desarrollar la propia personalidad y ser un bien para la sociedad.
Pensemos
hoy, junto a San José, en el amor y aprecio que tenemos a nuestra tarea, el
cuidado que ponemos en acabarla con perfección, la puntualidad, el prestigio
profesional, el sosiego –no reñido con la urgencia– con que lo llevamos a cabo,
la consideración y el respeto que tenemos por todo trabajo, la laboriosidad...
Si nuestro quehacer está humanamente bien hecho, podremos decir con la liturgia
de la Misa de hoy: Señor, Dios nuestro, fuente de misericordia, acepta
nuestra ofrenda en la fiesta de San José obrero, y haz que estos dones se
transformen en fuente de gracia para los que te invocan12.
III. La
obra bien hecha es la que se lleva a cabo con amor. Apreciar la propia
profesión, el oficio al que nos dedicamos es, quizá, el primer paso para
dignificarlo y para elevarlo al plano sobrenatural. Debemos poner el corazón en
lo que tenemos entre manos, y no hacerlo «porque no hay más remedio». «Aquel
hombre, hijo mío, que vino a verme esta mañana –¿sabes?, el de la cazadora
color de tierra– no es un hombre honesto (...). Este hombre ejerce la profesión
de caricaturista en un periódico ilustrado. Esto le da de qué vivir; esto le
ocupa las horas de la jornada. Y, sin embargo, él habla siempre con asco de su
oficio, y me dice: “¡Si yo pudiera ser pintor! Pero me es indispensable dibujar
esas tonterías para comer. ¡No mires los muñecos, chico, no los mires! Comercio
puro...”. Quiere decir que él cumple únicamente por la ganancia. Y que ha
dejado que su espíritu se vaya lejos de la labor que le ocupa las manos. Porque
él tiene su labor por muy vil. Pero dígote, hijo, que si la faena de mi amigo
es tan vil, si sus dibujos pueden ser llamados tonterías, la razón está
justamente en que él no metió allí su espíritu. Cuando el espíritu en ella
reside, no hay faena que no se vuelva noble y santa. Lo es la del
caricaturista, como la del carpintero y la del que recoge las basuras (...).
Hay una manera de dibujar caricaturas, de trabajar la madera (...), que revela
que en la actividad se ha puesto amor, cuidado de perfección y armonía, y una
pequeña chispa de fuego personal: eso que los artistas llaman estilo propio, y
que no hay obra ni obrilla humana en que no pueda florecer. Manera de trabajar
que es la buena. La otra, la de menospreciar el oficio, teniéndolo por vil, en
lugar de redimirlo y secretamente transformarlo, es mala e inmoral. El visitante
de la cazadora color de tierra es, pues, un hombre inmoral, porque no ama su
oficio»13.
San
José nos enseña a amar el oficio en el que empleamos tantas horas: el hogar, el
laboratorio, el arado o el ordenador, el traer y llevar paquetes o el cuidar de
la portería de aquel gran edificio... La categoría de un trabajo reside en su
capacidad de perfeccionarnos humana y sobrenaturalmente, en las posibilidades
que nos ofrece de sacar la familia adelante y de colaborar en obras buenas en
favor de los hombres, en la ayuda que a través de él prestamos a la sociedad...
San
José tuvo delante a Jesús mientras trabajaba. A veces le pedía que le
sostuviera una madera mientras aserraba y, otras, le enseñaba a manejar el
formón o la garlopa... Cuando estaba cansado miraba a su hijo, que era el Hijo
de Dios, y aquella tarea adquiría un nuevo vigor porque sabía que con su
trabajo estaba colaborando en los planes misteriosos, pero reales, de la
salvación. Pidámosle hoy que nos enseñe a tener esa presencia de Dios que él
tuvo mientras ejercía su oficio. No olvidemos a Santa María, a la que vamos a
dedicar, con mucho amor, este mes de mayo que hoy comenzamos. No olvidemos
ofrecer cada día alguna hora de trabajo o de estudio, más intensa, mejor
acabada, en su honor.
*Desde
1955 se celebra litúrgicamente la Memoria de San José Obrero. La Iglesia
recuerda así -«a ejemplo de San José y con su patrocinio»- el valor humano y
sobrenatural del trabajo. Todo trabajo humano es colaboración en la obra de
Dios, Creador, y por Jesucristo se convierte -según el amor a Dios y la caridad
con los demás- en verdadera oración y en apostolado.
1 Cfr. Antífona
de entrada. Sal 127, 1-2. —
2 Gen 1,
26; 2, 3. —
3 Gen 2,
15. —
4 Gen 3,
17-19. —
5 San
Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 47. —
6 Juan
Pablo II, Exhor. Apost. Redemptoris custos, 15-VIII-1989,
22. —
7 Pío
XI, Enc. Quadragesimo anno, 15-V-1931. —
8 Mt 13,
54-58. —
9 Mc 6,
3. —
10 Conc.
Vat. II, Const. Gaudium et spes, 67. —
11 P.
Berglar, Opus Dei, Rialp, Madrid 1987, p. 309. —
12 Misal
Romano, Oración sobre las ofrendas. —
13 E.
D’Ors, Aprendizaje y heroísmo; grandeza y servidumbre de la
inteligencia, EUNSA, Pamplona 1973, pp. 19-20.
Tomado
de: https://www.hablarcondios.org/meditaciondiaria.aspx
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico