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martes, 27 de agosto de 2024

María Eugenia Cisneros: La pregunta es: ¿La sociedad quiere ser libre?, por Hugo Prieto


Hugo Prieto 26 de agosto de 2024

A partir de las lecturas de la obra del filósofo italiano, Giorgio Agamben, María Eugenia Cisneros* presentó una tesis para optar al título de doctor en Filosofía. Las preguntas que se hizo son una indagación de nuestro presente existencial, la diferencia entre lo humano y lo animal. Y cómo el lenguaje y la política le da y le quita a los individuos derechos y opciones de vivir una existencia en democracia o en autoritarismo.

Estamos viviendo tiempos turbulentos, no sólo en Venezuela sino en el mundo. Ese es el contexto donde tenemos que ubicarnos. No es casual entonces, que aparezca en el horizonte el umbral entre lo animal y lo humano. Situación que nos propone una decisión personal inapelable. ¿Queremos ser libres o serviles?

De esto trata las líneas que siguen abajo.

¿Por qué elegiste la obra de Giorgio Agamben como hilo conductor, como eje fundamental, de tu tesis para optar al doctorado de Filosofía en la Universidad Simón Bolívar?

A mí me interesó un libro de Agamben que se titula “El hombre y lo abierto”. Allí este filosofo italiano planteaba el problema de lo humano y lo animal. Me atrapó ese asunto, porque a medida que iba leyendo ése y otros libros de Agamben, me hice varias preguntas. La primera de ellas fue ¿Qué nos hace humanos? La segunda ¿Qué es lo humano, además? Y la tercera, ¿Qué diferencia lo humano de lo animal? Traté de ubicarme en el contexto venezolano, en el caso de Franklin Brito, por ejemplo, en cuyo desarrollo vimos cómo se fue deteriorando por una huelga de hambre, cómo llegó a un estado biológico deplorable. Me pregunté entonces: ¿En medio de una situación como la de Franklin Brito cómo analizo yo lo animal y lo humano? ¿Qué hace humano a Franklin Brito y dónde está lo animal? Ahí me vino otra pregunta: ¿Qué le da y que le quita la política al ser humano?

Siempre he creído que la condición humana no está dada, sino que hay que ganársela. En realidad, somos animales cubiertos por una epidermis muy delgada de humanidad. Somos ira, odio, tristeza, rabia… el amor es la banalización de todo eso. Tienes que recorrer un camino lleno de espinas para que tengas, realmente, una condición humana. Agamben habla del umbral entre lo humano y lo animal. Ahí, en ese momento, en esa situación, ¿Qué ves tú? ¿Qué puedes discernir cuando llegas a ese umbral?

Lo primero que quiero señalar es que nosotros somos seres duales. Lo somos porque tenemos una biología -el cuerpo, los órganos, sus funciones-, pero tenemos algo más, una parte existencial que no es meramente biológica. ¿Cómo se ha traducido eso a lo largo de la historia? ¡Ah! Cuerpo y alma. Animal y hombre, dependiendo del autor que leas. No estamos reducidos a la biología, sino que somos algo más. Podríamos decir que somos seres de sueños, de imaginación, de creación, de pensamiento. Y eso va mucho más allá, que la mera biología. Tenemos que tener claridad sobre eso. Somos seres duales y como tales llegamos al mundo. A un contexto que ya está establecido, y ahí juega un papel importante la política, entre otras cosas, porque la política tiene que ver cómo incorpora en su ámbito esa dualidad.

A estas alturas, la política es un término que ha perdido significado. Ha sido tan manoseado, tan deliberadamente degradado, que nos dice poco o nada. Pero rescatemos su valía. ¿La política puede ser orientada tanto para fortalecer lo humano como lo animal?

Sí. La respuesta es afirmativa. El verdadero sentido de la política es fortalecer y desarrollar el sentido humano en el hombre. ¿Cómo? Desarrollando sus capacidades reflexivas, de pensamiento, de ejercer su libertad, sus valores y muchas otras cosas. Pero la política pierde toda su cualidad, todo su sentido, cuando busca reducir lo humano a lo meramente biológico; cuando busca reducir la existencia humana a la mera sobrevivencia, a la satisfacción de sus necesidades elementales (alimentación y vestido), cuando trata de encerrar la vida dentro de un marco biológico y, por tanto, te animaliza. Ahí vemos, claramente, la diferencia entre las sociedades abiertas y las sociedades cerradas. Que podríamos plantear como un antagonismo en el terreno de la política. Democracias versus autoritarismos. Además, tenemos que tener en cuenta algo muy importante. La biología no nos determina, nos condiciona.

Hay un planteamiento en Agamben que resulta dilemático y a la vez paradójico. Es en plena modernidad, en el siglo XX, donde el hombre se deshumaniza. Eso ocurre en Europa, particularmente en Alemania. El país de los poetas y los filósofos, pero es también el país del nazismo, de la guerra de exterminio y de los campos de concentración. El Holocausto, precisamente, objeto de estudio de Agamben.

Sí, la deshumanización absoluta. Pero ahí, en ese momento, en medio de esas circunstancias, es cuando interviene la voluntad humana. Hubo judíos que no pudieron superar el horror, pero otros sí pudieron. Entonces, hay una responsabilidad que nos corresponde como individuos. ¿Cómo vamos a responder ante situaciones hostiles? Y allí también se manifiesta la dualidad de la que hemos hablado. En realidad, es una ambivalencia. Ahí tenemos que tomar una decisión. O apostamos por la libertad o apostamos por ser serviles y esclavos. Y la pregunta es esta: ¿La sociedad quiere ser libre o prefiere ser servil?

¿Qué hay de humano en la estructura criminal de los nazis, cuando asesina a seis millones de judíos en los campos de concentración, cuando esclaviza a los pueblos de Europa Oriental?

Lo interesante es que en medio del horror vemos resquicios de humanidad. Por ejemplo, de ahí surgieron teorías psicológicas importantes y toda la literatura de Primo Levi, quien sentía la necesidad y la urgencia de dejar testimonio de lo ocurrido. El que Hannah Arendt no se suicidara y se convenciera de que tenía que dar cuenta de ese horror. Es en esos resquicios, donde se manifiesta la condición humana.

Lo que caracteriza la historia de Venezuela es la violencia política, en distintos periodos, con diferencias de intensidad, sí, pero violencia al fin. No hizo falta que nos adentráramos en la modernidad para percatarnos de esa característica, de esa especificidad. ¿Qué manifestaciones ha tenido esa ambivalencia, esa dualidad, en Venezuela?

¿Dónde se hace visible esa dualidad? En el desencuentro de una sociedad que ha vivido largos años de autoritarismo y que le ha costado mucho construir civilidad. Un país que nació producto de la guerra, pero que en algún momento la civilidad surgió. Más recientemente, hemos debatido entre el autoritarismo y la democracia. Y esa dualidad siempre ha estado en el imaginario del venezolano. En pleno siglo XXI, regresa esa dualidad. Hemos retrocedido en civilidad, mientras el autoritarismo ha crecido. Por decirlo a grandes rasgos. En todos los ámbitos del Estado y la sociedad, tanto en lo civil como en lo militar, está presente esa dualidad que, además, se manifiesta cuando vivimos tiempos turbulentos.

El desencuentro entre lo civil y lo militar alcanza, en estos momentos, quizás el punto más elevado en nuestra historia reciente. Si nos atenemos a los hechos, ya sabemos cuál ha sido el resultado.

Los tiempos turbulentos no sólo se viven en Venezuela, sino en todo el mundo. Y una vez más, a los seres humanos, a cada uno de nosotros, le corresponde decidir hacia dónde quiere ir. El rescate de la política incorpora el sentido de la civilidad, el sentido de lo militar (definido en la Constitución), el sentido del estado de Derecho. Allí hay muchas cosas que están en juego y que además están vinculadas. Pero sí. Vivimos tiempos turbulentos y, además, los acontecimientos están en pleno desarrollo.

Otro de los asuntos que aborda Agamben es el estado de excepción. Es algo muy llamativo. Después del siglo de las luces, de la construcción de los estados modernos, de una sólida institucionalidad, la política, como herramienta de los arreglos sociales, empieza a enfriar, a detener ese proceso. Entonces, el poder y sus estructuras se refugian en el estado de excepción. Los hechos se confunden con el derecho y aumenta el autoritarismo como forma de gobierno.

Creo que es necesario aclarar, primero, ¿Qué es el estado de excepción? Es una figura política que estable la Constitución. Solamente en situaciones muy específicas se declara el estado de excepción. Una de sus principales consecuencias es que los derechos fundamentales quedan suspendidos. En ese momento, la persona que ejerce el poder real es la que toma las decisiones, mediante un decreto. El problema se presenta cuando el estado de excepción pasa a ser la regla. Y la pregunta es: ¿Cuáles son las consecuencias políticas cuando dependemos de la persona que detenta el poder? En la Alemania nazi, por ejemplo, una de las consecuencias fue que esa persona, toda poderosa, decide quién vive y quien muere. Es una vinculación muy peligrosa, entre otras cosas, porque (el estado de excepción) establece una conexión entre el poder y la vida del ser humano, porque tiene el poder de desaparecer físicamente a las personas. Es lo que hoy conocemos como una de las formas de la biopolítica. Es decir, el uso del poder para matar al ser humano.

En Venezuela no se ha decretado el estado de excepción, pero de alguna manera, sin menoscabo a la verdad, lo estamos viviendo después del 28-J. Y lo que se ha profundizado, a pasos agigantados, es el autoritarismo. No hay un ejercicio de la biopolítica como en la Alemania nazi. Tengamos eso en cuenta. Pero hay un informe de la Misión de Determinación de Hechos de las Naciones Unidas. Hay una demanda que estudia la Corte Penal Internacional de Justicia.

Lo que ocurre es que los mecanismos de la biopolítica se han venido desarrollando con el paso del tiempo. Actualmente, hay otros elementos, desconocidos en el siglo XX -la robótica, las redes sociales, la Inteligencia Artificial, entre otros-, que nos ubican en un mundo distinto, en el cual los mecanismos y elementos de la biopolítica para intervenir la vida del ser humano también están mucho más perfeccionados, que los que había en el siglo XX. Entonces, ya no se hace falta asesinar a millones de personas, como ocurrió en la Alemania nazi, sino que le impongo a un ser particular un castigo ejemplarizante, como un elemento disuasivo para el resto de la sociedad. Se trata de una operación selectiva que encuentra en el secuestro y en la desaparición forzosa de las personas, por ejemplo, mecanismos que refuerzan la disuasión.

La desaparición de millones de personas se ha dado en Estados totalitarios, en la Alemania nazi, en la Rusia Soviética, en la China de Mao Zedong. El daño antropológico, en toda su extensión, se ha producido en la Cuba castrista, que también es un Estado totalitario. Yo no diría que Venezuela ha llegado hasta allí. ¿Qué tanto recorrido nos falta? No lo sé.

El neototalitarismo, a diferencia del totalitarismo clásico, tiene unas características específicas. Y se ha dado en varios países de América Latina: Cuba, Nicaragua, Venezuela, en donde se utilizaron los mecanismos propios de la democracia, como una máscara, para esconder un ejercicio del poder autoritario. Entonces, me disfrazo de demócrata, pero soy autoritario. En el totalitarismo clásico, no tenía ninguna importancia la opinión del resto del mundo sobre las consecuencias de provocar una hambruna como lo hizo Stalin en Ucrania y Mao Zedong en China. En cambio, en el neototalitarismo, la opinión de la comunidad internacional, quizás por la relevancia que ha cobrado la geopolítica, sí importa. Entonces, dar la cara de lo que ocurre, así tenga que maquillar cifras, cuando lo que hay, internamente, es una situación no democrática.

En Venezuela todo el mundo se viste igual, todos somos centristas, con el mismo talante, con apenas diferencias en matices, por eso rechazamos el ejercicio de la crítica. Lo que de alguna manera deteriora, erosiona, la verdad. Hemos pagado ese precio.

Es cierto. Hasta el punto de que los no democráticos se disfrazaron de demócratas, para luego quitarse el disfraz. Algo de eso ocurrió en la política, la cultura, la intelectualidad, así como en el mundo empresarial. Es decir, en todas las esferas de la sociedad.

Podemos indagar en la economía. En la poca capacidad productiva, en la falta de competitividad, en la dependencia del petróleo, que se ha traducido en una mentalidad rentista y depredadora del bien común.

En la novela El Forastero, de Rómulo Gallegos, hay un episodio muy interesante. Una bala daña un reloj y a ninguno de los habitantes de ese lugar se les ocurría averiguar qué pasó con ese reloj. Resulta que a ese pueblo llega un norteamericano y pregunta ¿Por qué el reloj no funciona? Indaga, saca la bala y empieza a funcionar el reloj. ¿Qué nos dice esa metáfora en este momento? Probablemente, que quienes están sacando la bala son chinos, rusos e iraníes, cuando antes eran norteamericanos e ingleses.

¿Ves alguna salida?

Sí. Pero tenemos que ver el contexto y tomar en cuenta que estamos viviendo tiempos turbulentos. Hay dos preguntas importantes que nos tenemos que hacer. ¿El cambio es intrasistema? ¿O el cambio es del sistema? Si el cambio es intrasistema, el mismo sistema se autocorrige y proporciona la solución. Si el cambio es del sistema, vamos a un escenario del cual sólo me atrevo a decir que será diferente.

Tomado de: https://prodavinci.com/maria-eugenia-cisneros-la-pregunta-es-la-sociedad-quiere-ser-libre/


  

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