Hugo Prieto 26 de agosto de 2024
A
partir de las lecturas de la obra del filósofo italiano, Giorgio Agamben, María
Eugenia Cisneros* presentó una tesis para optar al título de doctor en
Filosofía. Las preguntas que se hizo son una indagación de nuestro presente
existencial, la diferencia entre lo humano y lo animal. Y cómo el lenguaje y la
política le da y le quita a los individuos derechos y opciones de vivir una
existencia en democracia o en autoritarismo.
Estamos
viviendo tiempos turbulentos, no sólo en Venezuela sino en el mundo. Ese es el
contexto donde tenemos que ubicarnos. No es casual entonces, que aparezca en el
horizonte el umbral entre lo animal y lo humano. Situación que nos propone una
decisión personal inapelable. ¿Queremos ser libres o serviles?
De
esto trata las líneas que siguen abajo.
¿Por qué elegiste la obra de Giorgio Agamben como hilo conductor, como eje fundamental, de tu tesis para optar al doctorado de Filosofía en la Universidad Simón Bolívar?
A mí
me interesó un libro de Agamben que se titula “El hombre y lo abierto”. Allí
este filosofo italiano planteaba el problema de lo humano y lo animal. Me
atrapó ese asunto, porque a medida que iba leyendo ése y otros libros de
Agamben, me hice varias preguntas. La primera de ellas fue ¿Qué nos hace
humanos? La segunda ¿Qué es lo humano, además? Y la tercera, ¿Qué diferencia lo
humano de lo animal? Traté de ubicarme en el contexto venezolano, en el caso de
Franklin Brito, por ejemplo, en cuyo desarrollo vimos cómo se fue deteriorando
por una huelga de hambre, cómo llegó a un estado biológico deplorable. Me
pregunté entonces: ¿En medio de una situación como la de Franklin Brito cómo
analizo yo lo animal y lo humano? ¿Qué hace humano a Franklin Brito y dónde
está lo animal? Ahí me vino otra pregunta: ¿Qué le da y que le quita la política
al ser humano?
Siempre
he creído que la condición humana no está dada, sino que hay que
ganársela. En realidad, somos animales cubiertos por una epidermis muy delgada
de humanidad. Somos ira, odio, tristeza, rabia… el amor es la banalización de
todo eso. Tienes que recorrer un camino lleno de espinas para que tengas,
realmente, una condición humana. Agamben habla del umbral entre lo humano y lo
animal. Ahí, en ese momento, en esa situación, ¿Qué ves tú? ¿Qué puedes
discernir cuando llegas a ese umbral?
Lo
primero que quiero señalar es que nosotros somos seres duales. Lo somos porque
tenemos una biología -el cuerpo, los órganos, sus funciones-, pero tenemos algo
más, una parte existencial que no es meramente biológica. ¿Cómo se ha traducido
eso a lo largo de la historia? ¡Ah! Cuerpo y alma. Animal y hombre, dependiendo
del autor que leas. No estamos reducidos a la biología, sino que somos algo
más. Podríamos decir que somos seres de sueños, de imaginación, de creación, de
pensamiento. Y eso va mucho más allá, que la mera biología. Tenemos que tener
claridad sobre eso. Somos seres duales y como tales llegamos al mundo. A un
contexto que ya está establecido, y ahí juega un papel importante la política,
entre otras cosas, porque la política tiene que ver cómo incorpora en su ámbito
esa dualidad.
A
estas alturas, la política es un término que ha perdido significado. Ha sido
tan manoseado, tan deliberadamente degradado, que nos dice poco o nada. Pero
rescatemos su valía. ¿La política puede ser orientada tanto para
fortalecer lo humano como lo animal?
Sí. La
respuesta es afirmativa. El verdadero sentido de la política es fortalecer y
desarrollar el sentido humano en el hombre. ¿Cómo? Desarrollando sus
capacidades reflexivas, de pensamiento, de ejercer su libertad, sus valores y
muchas otras cosas. Pero la política pierde toda su cualidad, todo su sentido,
cuando busca reducir lo humano a lo meramente biológico; cuando busca reducir
la existencia humana a la mera sobrevivencia, a la satisfacción de sus necesidades
elementales (alimentación y vestido), cuando trata de encerrar la vida dentro
de un marco biológico y, por tanto, te animaliza. Ahí vemos, claramente, la
diferencia entre las sociedades abiertas y las sociedades cerradas. Que
podríamos plantear como un antagonismo en el terreno de la política.
Democracias versus autoritarismos. Además, tenemos que tener en cuenta algo muy
importante. La biología no nos determina, nos condiciona.
Hay un
planteamiento en Agamben que resulta dilemático y a la vez paradójico. Es en
plena modernidad, en el siglo XX, donde el hombre se deshumaniza. Eso ocurre en
Europa, particularmente en Alemania. El país de los poetas y los filósofos,
pero es también el país del nazismo, de la guerra de exterminio y de los campos
de concentración. El Holocausto, precisamente, objeto de estudio de
Agamben.
Sí, la
deshumanización absoluta. Pero ahí, en ese momento, en medio de esas
circunstancias, es cuando interviene la voluntad humana. Hubo judíos que no
pudieron superar el horror, pero otros sí pudieron. Entonces, hay una
responsabilidad que nos corresponde como individuos. ¿Cómo vamos a responder
ante situaciones hostiles? Y allí también se manifiesta la dualidad de la que
hemos hablado. En realidad, es una ambivalencia. Ahí tenemos que tomar una
decisión. O apostamos por la libertad o apostamos por ser serviles y esclavos.
Y la pregunta es esta: ¿La sociedad quiere ser libre o prefiere ser servil?
¿Qué
hay de humano en la estructura criminal de los nazis, cuando asesina a
seis millones de judíos en los campos de concentración, cuando esclaviza a
los pueblos de Europa Oriental?
Lo
interesante es que en medio del horror vemos resquicios de humanidad. Por
ejemplo, de ahí surgieron teorías psicológicas importantes y toda la literatura
de Primo Levi, quien sentía la necesidad y la urgencia de dejar testimonio de
lo ocurrido. El que Hannah Arendt no se suicidara y se convenciera de que tenía
que dar cuenta de ese horror. Es en esos resquicios, donde se manifiesta la
condición humana.
Lo que
caracteriza la historia de Venezuela es la violencia política, en distintos
periodos, con diferencias de intensidad, sí, pero violencia al fin. No
hizo falta que nos adentráramos en la modernidad para percatarnos de esa
característica, de esa especificidad. ¿Qué manifestaciones ha tenido esa
ambivalencia, esa dualidad, en Venezuela?
¿Dónde
se hace visible esa dualidad? En el desencuentro de una sociedad que ha vivido
largos años de autoritarismo y que le ha costado mucho construir civilidad. Un
país que nació producto de la guerra, pero que en algún momento la civilidad
surgió. Más recientemente, hemos debatido entre el autoritarismo y la
democracia. Y esa dualidad siempre ha estado en el imaginario del venezolano.
En pleno siglo XXI, regresa esa dualidad. Hemos retrocedido en civilidad,
mientras el autoritarismo ha crecido. Por decirlo a grandes rasgos. En todos
los ámbitos del Estado y la sociedad, tanto en lo civil como en lo militar,
está presente esa dualidad que, además, se manifiesta cuando vivimos tiempos turbulentos.
El
desencuentro entre lo civil y lo militar alcanza, en estos momentos, quizás el
punto más elevado en nuestra historia reciente. Si nos atenemos a los
hechos, ya sabemos cuál ha sido el resultado.
Los
tiempos turbulentos no sólo se viven en Venezuela, sino en todo el mundo. Y una
vez más, a los seres humanos, a cada uno de nosotros, le corresponde decidir
hacia dónde quiere ir. El rescate de la política incorpora el sentido de la
civilidad, el sentido de lo militar (definido en la Constitución), el sentido
del estado de Derecho. Allí hay muchas cosas que están en juego y que además
están vinculadas. Pero sí. Vivimos tiempos turbulentos y, además, los
acontecimientos están en pleno desarrollo.
Otro
de los asuntos que aborda Agamben es el estado de excepción. Es algo muy
llamativo. Después del siglo de las luces, de la construcción de los
estados modernos, de una sólida institucionalidad, la política, como
herramienta de los arreglos sociales, empieza a enfriar, a detener ese proceso.
Entonces, el poder y sus estructuras se refugian en el estado de
excepción. Los hechos se confunden con el derecho y aumenta el
autoritarismo como forma de gobierno.
Creo
que es necesario aclarar, primero, ¿Qué es el estado de excepción? Es una
figura política que estable la Constitución. Solamente en situaciones muy
específicas se declara el estado de excepción. Una de sus principales
consecuencias es que los derechos fundamentales quedan suspendidos. En ese
momento, la persona que ejerce el poder real es la que toma las decisiones,
mediante un decreto. El problema se presenta cuando el estado de excepción pasa
a ser la regla. Y la pregunta es: ¿Cuáles son las consecuencias políticas
cuando dependemos de la persona que detenta el poder? En la Alemania nazi, por
ejemplo, una de las consecuencias fue que esa persona, toda poderosa, decide
quién vive y quien muere. Es una vinculación muy peligrosa, entre otras cosas,
porque (el estado de excepción) establece una conexión entre el poder y la vida
del ser humano, porque tiene el poder de desaparecer físicamente a las
personas. Es lo que hoy conocemos como una de las formas de la biopolítica. Es
decir, el uso del poder para matar al ser humano.
En
Venezuela no se ha decretado el estado de excepción, pero de alguna manera, sin
menoscabo a la verdad, lo estamos viviendo después del 28-J. Y lo que se
ha profundizado, a pasos agigantados, es el autoritarismo. No hay un
ejercicio de la biopolítica como en la Alemania nazi. Tengamos eso en
cuenta. Pero hay un informe de la Misión de Determinación de Hechos de las
Naciones Unidas. Hay una demanda que estudia la Corte Penal Internacional de
Justicia.
Lo que
ocurre es que los mecanismos de la biopolítica se han venido desarrollando con
el paso del tiempo. Actualmente, hay otros elementos, desconocidos en el siglo
XX -la robótica, las redes sociales, la Inteligencia Artificial, entre otros-,
que nos ubican en un mundo distinto, en el cual los mecanismos y elementos de
la biopolítica para intervenir la vida del ser humano también están mucho más
perfeccionados, que los que había en el siglo XX. Entonces, ya no se hace falta
asesinar a millones de personas, como ocurrió en la Alemania nazi, sino que le
impongo a un ser particular un castigo ejemplarizante, como un elemento
disuasivo para el resto de la sociedad. Se trata de una operación selectiva que
encuentra en el secuestro y en la desaparición forzosa de las personas, por
ejemplo, mecanismos que refuerzan la disuasión.
La
desaparición de millones de personas se ha dado en Estados totalitarios,
en la Alemania nazi, en la Rusia Soviética, en la China de Mao Zedong. El daño
antropológico, en toda su extensión, se ha producido en la Cuba castrista, que
también es un Estado totalitario. Yo no diría que Venezuela ha llegado hasta
allí. ¿Qué tanto recorrido nos falta? No lo sé.
El
neototalitarismo, a diferencia del totalitarismo clásico, tiene unas
características específicas. Y se ha dado en varios países de América Latina:
Cuba, Nicaragua, Venezuela, en donde se utilizaron los mecanismos propios de la
democracia, como una máscara, para esconder un ejercicio del poder
autoritario. Entonces, me disfrazo de demócrata, pero soy autoritario. En el
totalitarismo clásico, no tenía ninguna importancia la opinión del resto del
mundo sobre las consecuencias de provocar una hambruna como lo hizo Stalin en
Ucrania y Mao Zedong en China. En cambio, en el neototalitarismo, la opinión de
la comunidad internacional, quizás por la relevancia que ha cobrado la
geopolítica, sí importa. Entonces, dar la cara de lo que ocurre, así tenga que
maquillar cifras, cuando lo que hay, internamente, es una situación no
democrática.
En
Venezuela todo el mundo se viste igual, todos somos centristas, con el mismo
talante, con apenas diferencias en matices, por eso rechazamos el ejercicio de
la crítica. Lo que de alguna manera deteriora, erosiona, la verdad. Hemos
pagado ese precio.
Es
cierto. Hasta el punto de que los no democráticos se disfrazaron de demócratas,
para luego quitarse el disfraz. Algo de eso ocurrió en la política, la cultura,
la intelectualidad, así como en el mundo empresarial. Es decir, en todas las
esferas de la sociedad.
Podemos
indagar en la economía. En la poca capacidad productiva, en la falta de
competitividad, en la dependencia del petróleo, que se ha traducido en una
mentalidad rentista y depredadora del bien común.
En la
novela El Forastero, de Rómulo Gallegos, hay un episodio muy interesante. Una
bala daña un reloj y a ninguno de los habitantes de ese lugar se les ocurría
averiguar qué pasó con ese reloj. Resulta que a ese pueblo llega un
norteamericano y pregunta ¿Por qué el reloj no funciona? Indaga, saca la bala y
empieza a funcionar el reloj. ¿Qué nos dice esa metáfora en este momento?
Probablemente, que quienes están sacando la bala son chinos, rusos e iraníes,
cuando antes eran norteamericanos e ingleses.
¿Ves alguna
salida?
Sí.
Pero tenemos que ver el contexto y tomar en cuenta que estamos viviendo tiempos
turbulentos. Hay dos preguntas importantes que nos tenemos que hacer. ¿El
cambio es intrasistema? ¿O el cambio es del sistema? Si el cambio es
intrasistema, el mismo sistema se autocorrige y proporciona la solución. Si el
cambio es del sistema, vamos a un escenario del cual sólo me atrevo a decir que
será diferente.
Tomado
de: https://prodavinci.com/maria-eugenia-cisneros-la-pregunta-es-la-sociedad-quiere-ser-libre/
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