Después de la extraordinaria jornada del 28 de julio, nos encontramos en un punto muerto. Un país que veía la elección presidencial como un mecanismo estelar para salir de los duros años de la polarización y encontrar un camino consensuado para apuntalar todos a un mismo horizonte; nuevamente, se ha frustrado. Y de qué manera, además.
Luego de esa jornada, más bien la incertidumbre es la protagonista del momento. Aunque existen intentos importantes de países como Brasil y Colombia para destrancar el juego de diversas maneras, hasta ahora, todo ha sido infructuoso.
Las posiciones lucen totalmente irreconciliables de momento. Más bien, hemos retrocedido estos días a estadios de polarización política que se habían desvanecido en los últimos tiempos. La concentración en el deseo de cambio caracterizó a la sociedad venezolana desde mediados de 2023 hasta la propia jornada del 28 de julio. No obstante, no se ha materializado en reacomodos institucionales de poder como se manifiesta en la realidad.
¿Cómo se aborda la negociación?
¿Cómo abordar entonces, una negociación que trascienda las posiciones cerradas de los actores políticos en litigio? No puede ser a partir de una “ganancia de tiempo” de quien ostenta el poder para seguir manteniéndolo aun a costa de la legitimidad perdida. O, por el contrario, a quienes apuestan por aplicar aquella máxima asociada a la canción del grupo Abba “el ganador se lo lleva todo” sin aceptar el peso proporcional de apoyo popular que tienen los actuales factores de poder en Venezuela, que temen por su futuro y el de sus familias.
En esta situación pueden ayudar dos fundamentos básicos de la democracia: el pluralismo y la alternancia en el poder. No hay manera de justificar un gobierno democrático sin la posibilidad práctica y concreta de aplicación de estos dos principios básicos. Pero para poder materializarlos se requiere algo de lo cual han pasado muchos años y muchos ataques políticos. El célebre y vilipendiado “Pacto de Punto Fijo”.
La esperanza no se encuentra ni puede ser asociada a aquel evento en particular que marcó un hito extremadamente importante de nuestra historia contemporánea como país. Pero si puede estar claramente enmarcada en un nuevo “pacto de gobernabilidad y gobernanza” que impulse una salida consensuada entre actores políticos nacionales, actores geopolíticos globales y lo más importante, el aval de la legitimidad de origen expresada por el pueblo venezolano.
Amor al país no al poder
A partir de este nuevo pacto social, político y económico, puede surgir un camino que brinde estabilidad y sólida convivencia democrática a una población que ha sufrido lo indecible estos años por estar alejada de un proyecto nacional que ponga en el centro a las necesidades fundamentales de la gente.
Para ello, aunque suene imposible, nos pueden ayudar los Lula, Petro, AMLO, Biden, en nuestra región y los demás países extra continentales y extra hemisféricos que tienen intereses geopolíticos en nuestro territorio y gobierno; pero fundamentalmente atados al rumbo que marquen los líderes políticos, las organizaciones políticas, empresariales, gremiales y de base que se logren alinear por el futuro del país.
Lo contrario a la esperanza es la incertidumbre. Es gobernar para defender intereses particulares y el aferramiento al poder por el poder mismo. Esta tierra pertenece a los venezolanos, no a los rusos, chinos o norteamericanos. Un proyecto nacional debe estar asociado a la alternancia en el poder y al respeto del pluralismo político. La esperanza está a la vuelta de la esquina, pero se necesita mucho amor al país, no al poder.
https://efectococuyo.com/opinion/venezuela-donde-puede-estar-la-esperanza/
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