ELÍAS PINO ITURRIETA 19 de agosto de 2024
“La
felicidad del pueblo no les importa ni les ha importado jamás, sino como
banderín de sus fiestas de oligarcas advenedizos, de aventureros que necesitan
la justificación de una consigna y la repetición de unos lemas para la
legitimación del negocio vitalicio y hereditario de expoliar a la
sociedad”
“No le vamos a entregar el país a la derecha fascista y violenta”, dijo Maduro en una de sus recientes cadenas de televisión. Había repetido la afirmación en otras intervenciones, anteriores y posteriores. Unas palabras familiares para los venezolanos, debido a que las estrenó con bombos y platillos cuando empezaba la campaña electoral. Anunció entonces que continuaría en la presidencia “por las buenas o por las malas”, sin siquiera pestañear después del pregón que hacía sobre inicio de una justa baldía, sobre un tiempo perdido, sobre un resultado cantado de antemano que debía pasar por un episodio de simulación para que el se eternizara en el poder junto con sus secuaces. Así empezó el capítulo de nuestra historia que ahora está buscando desenlace.
Lo curioso
de la advertencia presidencial radica en el hecho de que nadie la consideró
como una amenaza letal. Muchos líderes la sintieron como una bravata sin
consecuencias, apenas digna de respuestas superficiales y
apuradas. También fue pasto de las tertulias de los botiquines y de alguna
caricatura obvia, sin que las organizaciones políticas, los
tribunales, los sindicatos, las universidades, las
academias, los colegios profesionales y los
intelectuales concernidos por lo que debía considerarse como un anuncio
ilegal, o como una intimidación inaceptable, se tomaran la molestia de
una respuesta categórica. El hábito de escuchar sus vocablos sin
consecuencias, la repetición de voces que no tocaban tierra, seguramente
condujo a la indiferencia. Si habla por hablar, sin que lo que diga
influya en la realidad, ¿por qué preocuparnos ahora por unas
declaraciones que, como todas las suyas, se quedarán en el limbo de las
vaciedades?
En
efecto, la mayoría de lo que ha anunciado Maduro sobre las prioridades de
su gobierno no ha pasado del discurso. Dice algo hoy y mañana dice lo contrario
sin que nada de importancia se materialice. Si no le importan
los hombres que gobierna, si es incapaz de hilvanar alguna idea que realmente
concierna a la sociedad, ¿va a formular conceptos y programas relacionados
con su destino? De allí que el terrible anuncio sobre su permanencia en el
gobierno, pasara lo que pasara, no fuese motivo de preocupación. Se
consideró como una fanfarronada propia de sus rutinas televisadas. El
desarrollo de la campaña electoral confirmó la sensación. Como no fue capaz de
llenar media cuadra para mitinear, como su
propaganda no prometía nada, como caminaba en un desierto a la
vista de los futuros electores mientras se afirmaban en términos clamorosos el
liderazgo de María Corina Machado y la popularidad de Edmundo González Urrutia,
el “por las buenas y por las malas” de la indigente figura del
continuismo quedó como parte del folklore.
Terrible
omisión. No nos detuvimos en lo único que le importa al guapetón y a
su nomenklatura: el disfrute ilimitado de poder. Para los miembros de la
cúpula que se ha entronizado en Venezuela desde el ascenso del teniente coronel
Chávez, solo conviene y trasciende
el aprovechamiento desenfrenado del poder político. Es
una meta suprema para cuyo mantenimiento son capaces de cometer cualquier
especie de delito, cualquier arbitrariedad, cualquier aventura o temeridad que
ni siquiera pasa por la cabeza de unos asaltantes de caminos.
La felicidad del pueblo no les importa ni les ha importado jamás, sino
como banderín de sus fiestas de oligarcas advenedizos, de aventureros que
necesitan la justificación de una consigna y la repetición de unos lemas para
la legitimación del negocio vitalicio y hereditario de expoliar a la sociedad.
De allí que no solo se pasen por la bragueta el resultado electoral, como
se han pasado antes los códigos y los valores republicanos, sino también la
opinión de los gobiernos extranjeros que se han escandalizado por el escamoteo
de los escrutinios.
El que
busque otra explicación de los entuertos venezolanos no tiene
una mínima idea de la escala de degradación que ha predominado en tres
décadas de revolución, del sumidero de barbarie que ha conducido al fraude
electoral más evidente y chambón de la historia universal, del apetito de una
barriga que todavía no se ha saciado. Pero ha sido de una magnitud tan
gigantesca el envilecimiento, que ha conducido
al nacimiento y a la fortaleza de unos adversarios
tan sólidos y ubicuos que encontrarán la solución del
rompecabezas. Ojalá antes de que a Maduro se le ocurra importar del
limbo otra de esas consignas que parecen rutinarias y
tontas.
ELÍAS
PINO ITURRIETA
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