Opus Dei 17 de agosto de 2024
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Comentario
al Evangelio del 20.º domingo del Tiempo ordinario (ciclo B). «El pan que yo
daré es mi carne por la vida del mundo». La Eucaristía es fuente de sabiduría:
abre nuestros corazones a Dios y nos instruye en el camino de la vida.
Evangelio
(Jn 6,51-58)
En
aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos: «Yo soy el pan vivo que ha bajado del
cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi
carne por la vida del mundo». Disputaban los judíos entre sí: «¿Cómo puede este
darnos a comer su carne?». Entonces Jesús les dijo: «En verdad, en verdad os
digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no
tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida
eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida, y mi
sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí
y yo en él. Como el Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre, así,
del mismo modo, el que me come vivirá por mí. Este es el pan que ha bajado del
cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come
este pan vivirá para siempre».
Comentario al Evangelio
Las
palabras de Jesús que nos recuerda el Evangelio de la Misa de hoy nos abren al
misterio de la vida divina. La primera lectura nos ofrece una clave de
comprensión por medio del libro de los Proverbios: es la Sabiduría misma la
que, después de haber construido su casa, ha preparado un banquete, ha mezclado
el vino, ha puesto la mesa y ha invitado a todos a comer y beber para entrar
por caminos de prudencia y de vida (cfr. Pr 9,1-6). He aquí una introducción a
un misterio que habla y que se ofrece, él mismo, como alimento. Un misterio, el
amor divino, que se explica a sí mismo y que se ofrece como comida y bebida que
nos transforma al darnos la misma vida divina.
Desde
que venimos a este mundo no dejamos de aprender. Nos educanlos padres, nos
instruyen en las instituciones educativas, aprendemos de los amigos, obtenemos
experiencia de la vida. Todo eso es, de un modo u otro, sabiduría. Pero solo
una Sabiduría es capaz de llegar a lo más recóndito del corazón humano, solo
una Sabiduría puede darnos algo para ser, y no simplemente algo para tener:
Cristo mismo, que se ha hecho alimento para que podamos divinizarnos y
participar de la profundidad de su amor. Esta Sabiduría nos instruye desde
dentro, es Maestra que nos enriquece de una forma humilde y escondida. Pero,
podríamos decir, totalmente verdadera, porque solo ella llega al sagrario más
íntimo de la persona.
El
Salmo de la Misa de hoy nos recuerda la promesa divina: «Venid, hijos,
escuchadme: os instruiré en el temor del Señor. ¿Hay alguien que ame la vida y
desee días de prosperidad? Guarda tu lengua del mal, tus labios, de la
falsedad; apártate del mal, obra el bien, busca la paz y corre tras ella» (Sal
34,12-15). La Eucaristía nos instruye no solo como recuerdo del misterio
pascual, sino que nos habla desde el corazón. Es más, nos permite hablar con
Dios también a través de nuestra existencia, de nuestro trabajo ordinario, de
nuestras relaciones. Y esto precisamente porque, en cuanto entrega de Cuerpo y
Sangre, abre nuestra carne y nuestro espíritu al entendimiento y aceptación de
la realidad profunda de las cosas, de la misión de cuidar y gobernar todo lo
creado, para hacer de ello lugar de encuentro con Dios y morada de Dios con los
hombres.
No
podemos hacer el camino al que el Señor nos invita al crearnos si no conocemos
la meta ni las sendas que nos llevan a ella y las que nos desvían. Newman
señala que con su pecado Adán y Eva tuvieron conocimiento del bien y del mal,
pero que obtuvieron ese conocimiento sumergiéndose en el mal. Solo Dios conoce
el mal sin sumergirse en él, sin caer en sus garras. Cristo, Sabiduría de Dios,
nos instruye en los caminos divinos y también en las artimañas del mal, sin
necesidad de sumergirnos en él. Solo nos pide que lo comamos, que lo aceptemos
como fuente de vida, que lo deseemos, que dialoguemos con él con un diálogo de
corazón a corazón[1].
Dice
san Pablo a los de Éfeso: «Fijaos bien cómo andáis; no seáis insensatos, sino
sensatos. Sabed comprar la ocasión, porque vienen días malos. Por eso, no
estéis aturdidos, daos cuenta de lo que el Señor quiere» (Ef 5,15-20). ¿Quién
nos permite estar en vela?, ¿quién nos ayuda a no dejarnos engañar por tantos
ofrecimientos falsos?, ¿quién nos da las fuerzas para no dejar de mirar a la
meta hacia la que nos dirigimos? La Eucaristía es vida porque nos da vida, como
alimento que es, y porque, como ley interior, ley de caridad, nos ayuda a
aspirar a la Vida cada día con más intensidad y firmeza. Además, la Eucaristía
no solo nos edifica por dentro a cada uno de nosotros, sino que edifica a toda
la humanidad, une a las personas, hace la Iglesia, el Cuerpo
de Cristo.
[1] Cfr.
J. H. Newman, Sermones parroquiales, “La ignorancia del
mal", ed. Encuentro, Madrid 2015.
Tomado
de: https://opusdei.org/es-ve/gospel/2024-08-18/
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