Francisco Fernández-Carvajal 21 de agosto de 2024
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—
Santa María, Reina de cielos y tierra.
—
Títulos de la realeza de Nuestra Señora.
— El
reinado de María se ejerce en el Cielo, en la tierra y en el Purgatorio.
I. «La Madre de Cristo es glorificada como Reina universal. La que en la anunciación se definió como esclava del Señor fue durante toda su vida terrena fiel a lo que este nombre expresa, confirmando así que era una verdadera “discípula” de Cristo, el cual subrayaba intensamente el carácter de servicio de su propia misión: el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos (Mt 20, 28). Por esto María ha sido la primera entre aquellos que, “sirviendo a Cristo también en los demás, conducen en humildad y paciencia a sus hermanos al Rey, cuyo servicio equivale a reinar” (Const. Lumen gentium, 36), y ha conseguido plenamente aquel “estado de libertad real”, propio de los discípulos de Cristo: ¡servir quiere decir reinar! (...). La gloria de servir no cesa de ser su exaltación real; asunta a los cielos, ella no termina aquel servicio suyo salvífico...»1.
El
dogma de la Asunción, que celebramos la pasada semana, nos lleva de modo
natural a la fiesta que hoy celebramos, la Realeza de María. Nuestra Señora
subió al Cielo en cuerpo y alma para ser coronada por la Santísima Trinidad
como Reina y Señora de la Creación: «terminado el decurso de su vida terrena,
fue asunta en cuerpo y alma a la gloria y fue ensalzada por el Señor como Reina
universal con el fin de que se asemejase de forma más plena a su Hijo, Señor
de señores (cfr. Apoc 19, 16) y vencedor del pecado y
de la muerte»2. Esta verdad ha sido afirmada desde tiempos antiquísimos por
la piedad de los fieles y enseñada por el Magisterio de la Iglesia3.
San Efrén pone en labios de María estas bellísimas palabras: «El Cielo me
sostenga con sus brazos, porque soy más honrada que él mismo. Pues el Cielo fue
tan solo tu trono, no tu madre. Ahora bien, ¡cuánto más digna de honor y
veneración es la Madre del rey que no su trono!»4.
Fue
muy frecuente expresar este título de María mediante la costumbre de coronar las
imágenes de la Santísima Virgen de forma canónica, por concesión expresa de los
Papas5. El arte cristiano, desde los primeros siglos, ha venido
representando a María como Reina y Emperatriz, sentada en trono real, con las
insignias de la realeza y rodeada de ángeles. En ocasiones se la representa en
el momento de ser coronada por su Hijo. Y los fieles han recurrido a Ella con
esas oraciones: Salve Regina, Ave Regina caelorum, Regina coeli
laetare..., tantas veces repetidas.
En
muchas ocasiones hemos acudido a Ella recordándole este hermoso título de su
realeza, y lo hemos considerado en el quinto misterio glorioso del Santo
Rosario. Hoy, en nuestra oración y a lo largo del día, lo hacemos de una manera
especial. «Eres toda hermosa, y no hay en ti mancha. Huerto cerrado eres,
hermana mía, Esposa, huerto cerrado, fuente sellada. Veni: coronaberis.
Ven: serás coronada (Cant 4, 7, 12 y 8).
»Si tú
y yo hubiéramos tenido poder, la hubiéramos hecho también Reina y Señora de
todo lo creado.
»Una
gran señal apareció en el cielo: una mujer con corona de doce estrellas sobre
su cabeza. Vestido de sol. La luna a sus pies (Apoc 12, 1) (...).
El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo la coronan como Emperatriz que es del
Universo.
»Y le
rinden pleitesía de vasallos los Ángeles..., y los patriarcas y los profetas y
los Apóstoles..., y los mártires y los confesores y las vírgenes y todos los
santos... y todos los pecadores y tú y yo»6.
II. Concebirás
en tu seno y darás a luz a un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande
y será llamado Hijo del Altísimo; el Señor Dios le dará el trono de David, su
padre, reinará eternamente sobre la casa de Jacob, y su Reino no tendrá fin7,
leemos en el Evangelio de la Misa.
La
realeza de María está íntimamente relacionada con la de su Hijo. Jesucristo es
Rey porque le compete una plena y completa potestad, tanto en el orden natural
como en el sobrenatural; esta realeza, además de ser plena, es propia y
absoluta. La realeza de María es plena y participada de la de su Hijo. Los
términos Reina y Señora aplicados a la Virgen no son una
metáfora; con ellos designamos una verdadera preeminencia y una auténtica
dignidad y potestad en los cielos y en la tierra. María, por ser Madre del Rey,
es verdadera y propiamente Reina, encontrándose en la cima de la creación y
siendo efectivamente la primera persona humana del universo. Ella, «bellísima y
perfectísima, tiene tal plenitud de inocencia y santidad que no se puede
concebir otra mayor después de Dios, y que fuera de Dios nadie podrá jamás
comprender»8.
Los
títulos de la realeza de María son su unión con Cristo como Madre como le fue
anunciado por el Ángel y la asociación con su Hijo Rey en la obra redentora del
mundo. Por el primer título, María es Madre Reina de un Rey que es Dios, lo
cual la enaltece sobre las demás criaturas humanas; por el segundo, María Reina
es dispensadora de los tesoros y bienes del Reino de Dios, en razón de su
corredención.
En la
institución de esta fiesta, Pío XII invitaba a todos los cristianos a acercarse
a este «trono de gracia y de misericordia de nuestra Reina y Madre para pedirle
socorro en las adversidades, luz en las tinieblas, alivio en los dolores y
penas», y alentaba a todos a pedir gracias al Espíritu Santo y a esforzarse por
aborrecer el pecado, a librarse de su esclavitud, «para poder rendir un
vasallaje constante, perfumado con la devoción de hijos», a quien es Reina y
tan gran Madre9. Adeamus
ergo cum fiducia ad thronum gratiae, ut misericordiam consequamur...
Acerquémonos, por tanto, confiadamente al trono de la gracia, a fin de que
alcancemos misericordia y encontremos la gracia que nos ayude en el momento
oportuno10. Este trono, símbolo de la autoridad, es el de Cristo, pero
ha querido que sea en su Madre trono de gracia donde más
fácilmente alcanzamos la misericordia, pues nos fue dada «como abogada de la
gracia y Reina del universo»11.
En el
día de hoy contemplamos la gran fiesta del Cielo en la que la Trinidad
Beatísima sale al encuentro de Nuestra Madre, asunta ya a los Cielos por toda
la eternidad. «Es justo que el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo coronen a la
Virgen como Reina y Señora de todo lo creado.
»-¡Aprovéchate
de ese poder! y, con atrevimiento filial, únete a esa fiesta del Cielo. -Yo, a
la Madre de Dios y Madre mía, la corono con mis miserias purificadas, porque no
tengo piedras preciosas ni virtudes.
»-¡Anímate!»12.
Ella nos espera; quiere que nos unamos a la alegría de los santos y de los
ángeles. Y tenemos derecho a participar en una fiesta tan grande, pues es
nuestra Madre.
III. Apareció
en el cielo una señal grande, una mujer vestida de sol, con la luna debajo de
sus pies y sobre su cabeza una corona de doce estrellas...13.
Esta mujer, además de representar a la Iglesia, simboliza a María14,
la Madre de Jesús, quien en el Calvario la confió a Juan, a la que él cuidó con
tanto esmero y contempló tantas veces. Cuando, ya anciano, escribía estas
visiones, María ejercía su realeza desde el Cielo. Los tres rasgos con que
el Apocalipsis describe a María son símbolo de esta
dignidad: vestida de sol, resplandeciente de gracia por ser Madre
de Dios; la luna bajo sus pies indica la soberanía sobre todo
lo creado; la corona de doce estrellas es la expresión de su
corona real, de su reinado sobre los ángeles y los santos todos15.
En las letanías del Santo Rosario recordamos cada día que es reina de
los ángeles, de los patriarcas, de los profetas, de los apóstoles, de los
mártires, de las vírgenes, de todos los santos... Es también nuestra
Reina y Señora.
El
reinado de María se ejerce diariamente en toda la tierra, distribuyendo a manos
llenas la gracia y la misericordia del Señor. A Ella acudimos en cada jornada,
pidiendo su protección; muchos cristianos los sábados, y cuando visitan alguno
de sus innumerables santuarios, le cantan o le rezan con devoción esa
antiquísima oración: Dios te salve, Reina y Madre de misericordia,
vida, dulzura, esperanza nuestra... Este reinado se ejerce en el Cielo
sobre los ángeles y sobre todos los bienaventurados, quienes aumentan su gloria
accidental «por las luces que María les comunica, por la alegría que
experimentan ante su presencia, por todo cuanto hace por la salvación de las
almas. Manifiesta a los santos y a los ángeles la voluntad de Cristo en orden a
la extensión de su Reino»16.
El
reinado de María se ejerce también en el Purgatorio. «Salve Regina, cantaban
las almas que vi sentadas sobre el verde y entre las flores que desde fuera del
valle no se veían», declara el poeta italiano17.
Nuestra Madre nos induce constantemente a pedir y a ofrecer sufragios por
quienes todavía se purifican y esperan para entrar en el Cielo; presenta a Dios
nuestras oraciones, lo que hace que aumenten su valor. Aplica en el nombre de
su Hijo a estas almas el fruto de los méritos que Él nos alcanzó y el de sus
propios méritos. Nuestra Madre es una buena aliada para ayudar a las almas del
Purgatorio y, si la tratamos mucho, Ella nos moverá a purificar nuestras faltas
y pecados ya en esta vida y nos concederá poderla contemplar inmediatamente
después de nuestra muerte, sin tener que pasar por ese lugar de espera y de
purificación, porque ya habremos limpiado aquí nuestra alma de sus errores y
flaquezas.
Dios
todopoderoso, que nos has dado como Madre y como Reina a la Madre de tu
Unigénito, concédenos que, protegidos por su intercesión, alcancemos la gloria
de tus hijos en el reino de los cielos18.
*Esta
fiesta de la Virgen fue instituida por Pío XII en 1954, respondiendo a la creencia
unánime de toda la Tradición que ha reconocido desde siempre su dignidad de
Reina, por ser Madre del Rey de reyes y Señor de señores. Santa María es
una Reina sumamente accesible, pues todas las gracias nos vienen a través de su
mediación maternal. La coronación de María como Reina de todo lo creado que
contemplamos en el quinto misterio glorioso del Santo Rosario está íntimamente
unida a su Asunción al Cielo en cuerpo y alma.
1 Juan
Pablo II, Redemptoris Mater, 25-III-1987, n. 41. —
2 Conc.
Vat. II, Const. Lumen gentium, 59. —
3 Cfr Pío
XII, Enc. Ad caeli Reginam, 11-X-1954. —
4 San
Efrén, Himno sobre la Bienaventurada Virgen María. —
5 J.
Ibáñez-F. Mendoza, La Madre del Redentor, Palabra, 2.ª ed.,
Madrid 1988, p. 293. —
6 San
Josemaría Escrivá, Santo Rosario, quinto misterio de
gloria. —
7 Lc 1,
31-33. —
8 Pío
IX, Bula Ineffabilis Deus, 8-XII-1854. —
9 Pío
XII, loc. cit. —
10 Heb 4,
16. —
11 Misal
Romano, Prefacio de la Misa de esta fiesta. —
12 San
Josemaría Escrivá, Forja, n. 285. —
13 Apoc 12,
1. —
14 San
Pío X, Enc. Ad diem ilum, 2-II-1904. —
15 Cfr. L.
Castán, Las Bienaventuranzas de María, BAC, Madrid 1971, p.
320 —
16 R.
Garrigou-Lagrange, La Madre del Salvador, Rialp, Madrid
1976, p. 323. —
17 Dante
Alighieri, La divina comedia, «El purgatorio», 7, 82-84.
—
18 Misal
Romano, Oración colecta de la Misa.
Tomado
de: https://www.hablarcondios.org/meditaciondiaria.aspx
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