Julie Turkewitz 17 de agosto de 2024
El
movimiento iniciado por Hugo Chávez, que prometía darle el poder al pueblo, se
convirtió en un régimen autoritario que, según la oposición, acaba de robarse
unas elecciones.
Hace
una generación, un carismático militar retirado llegó al cargo más alto de
Venezuela con la promesa de una democracia más inclusiva, un sistema para el
ciudadano común que transferiría las palancas del poder controladas por la
élite política para ponerlas en manos del pueblo.
Ese hombre era Hugo Chávez, quien en una votación democrática llegó al palacio presidencial en 1999, impulsado por una ola de descontento para fundar lo que él llamó la revolución socialista del país.
Pero
25 años después, el sucesor de Chávez, Nicolás Maduro, supervisa un régimen
autoritario que encarcela a disidentes, tortura a sus enemigos, censura a los
medios de comunicación y acaba de proclamarse
vencedor de unas elecciones que, según los opositores, fueron
manipuladas de manera descarada, en contra de la voluntad del pueblo.
El
lunes, mientras
estallaban las protestas contra Maduro en todo el país y grupos
armados afines al gobierno trataban de acallarlas, los manifestantes del
norteño estado de Falcón subieron a una estatua de Chávez. Primero intentaron
arrancarle la cabeza. Luego, obstaculizados por el volumen de la estatua,
hicieron que todo su cuerpo de metal colapsara.
Venezuela
se encuentra ahora aislada del plano internacional, tambaleándose por una
crisis económica que se ha prolongado ya una década y padeciendo una herida
abierta: la pérdida de millones de ciudadanos que han huido al extranjero.
Steve
Levitsky, experto en democracia de la Universidad de Harvard, calificó la
votación del domingo como “uno de los fraudes electorales más atroces de la
historia moderna de América Latina”.
¿Qué
le sucedió a Venezuela?
¿Cómo
es que una nación rica en recursos, que alberga las mayores reservas conocidas
de petróleo del mundo, gobernada en su día por una democracia imperfecta pero
funcional, ha decaído tanto en tan solo una generación?
¿Cómo
es posible que un movimiento que solía estar respaldado por “el pueblo” haya
perdido tanto apoyo que gran parte del país crea que tuvo que robar unas
elecciones para mantenerse en el poder?
En la
década de 1970, cuando los precios del petróleo eran altos, la nación prosperó.
Los ricos ganaban millones y los pobres se ganaban la vida decentemente
trabajando para los ricos. Venezuela era destino de emigrantes y refugiados de
todo el mundo.
Reinó
un periodo de estabilidad política y democracia, tras un acuerdo conocido como
Pacto de Puntofijo, en el que los principales partidos políticos del país
acordaron respetar los resultados electorales y trabajar juntos para evitar la
dictadura, que había asolado el país en el pasado.
Pero
cuando los precios del petróleo se desplomaron en la década de 1980, la pobreza
y los precios aumentaron, al igual que el descontento con los líderes
políticos. En aquel momento, Venezuela se había convertido en una “democracia
de amigos” en la que los miembros del sistema político bipartidista del país
servían sobre todo a sus patrocinadores y a sí mismos, según Phil Gunson,
analista del International Crisis Group.
La
gente se volcó a la calle para protestar por el aumento en los costos de vida.
Una serie de manifestaciones violentas que llegaron a conocerse como el Caracazo
fueron señal de un volcán político en ebullición. En 1992, un joven militar
encabezaba un golpe de Estado destinado a derrocar al presidente Carlos Andrés
Pérez, símbolo de la democracia de unos cuantos.
El
joven oficial era Chávez. Su intento fracasó. Pero tras una breve estancia en
prisión, fue liberado y se presentó a las elecciones presidenciales. En 1998,
arrasó a los partidos tradicionales, obteniendo el 56 por ciento de los votos.
Era,
como escribió el periodista Rory Carroll en su libro Comandante: La
Venezuela de Hugo Chávez, un “candidato insurgente, que decía a los
venezolanos que su viejo modelo de dependencia del petróleo y política
corrupta, su espejismo de desarrollo, había muerto”.
Uno de
los gritos de guerra de Chávez fue el de levantar a los pobres.
Fue
solo más tarde cuando Chávez empezó a llamar “socialismo” a su movimiento y a
configurar su revolución en torno a lo que Carroll denominó la “santísima
trinidad” de Jesucristo, Karl Marx y Simón Bolívar, el revolucionario que luchó
contra el dominio colonial español en Sudamérica.
Andrés
Izarra, un periodista que luego sería ministro de Comunicaciones de Chávez,
dijo que cuando Chávez llegó al poder su objetivo era “acercar la democracia al
pueblo”.
Para
esto se requería una nueva constitución que incluía nuevas herramientas, como
los referendos, que permitían a los ciudadanos decidir la política. Significaba
nuevas instituciones, llamadas “misiones”, que no pasarían por los antiguos
organismos gubernamentales para prestar servicios a los pobres.
Y
supuso un sistema en el que muchas personas resolvían sus problemas
dirigiéndose directamente al presidente, escribiéndole cartas (conocidas como
“papelitos”) en las que le pedían favores —un trabajo, un préstamo, una casa—,
y Chávez les concedía sus deseos. A veces lo hacía en su programa de
televisión, Aló presidente, en el que se dirigía a los
ciudadanos durante horas y horas.
Izarra
apoyó inicialmente este sistema. Pero acabó creyendo que la democracia directa
era una ficción. “No existe”, dijo. “Es populismo”.
Al
convertirse en el único hombre capaz de resolver los problemas del país, Chávez
había socavado el Estado que se suponía que dirigía.
Chávez
“era un hegemon”, dijo Gunson, refiriéndose a un líder hegemónico,
que construyó un culto a la personalidad. “Era el líder mesiánico. Iba a
llevarlos a la tierra prometida, y todo lo que había en medio era un estorbo
para él: cualquier control y equilibrio, división de poderes, cualquier tipo de
sociedad civil, prensa libre, todo lo demás. Es solo una molestia, se interpone
en su camino”.
Pero
el proyecto de Chávez “era una estafa”, dijo Gunson, “porque de lo que se
trataba era de darle a Chávez más y más poder”.
En
2002, un grupo de militares disidentes y miembros de la oposición intentaron
derrocar a Chávez en un efímero golpe de Estado. Poco después, los directivos
de la poderosa compañía petrolera estatal del país protagonizaron una huelga
nacional contra el gobierno que paralizó la economía durante meses.
Preocupado
por la posibilidad de perder el poder, Chávez introdujo nuevas medidas de
control, entre ellas la creación de una base de datos de ciudadanos que habían
firmado en 2004 una campaña para derrocarlo en un referéndum. La lista
constituyó el núcleo de un nuevo sistema de vigilancia.
Sin
embargo, Chávez seguía gozando de una popularidad enorme. Los precios del
petróleo habían repuntado y el país tenía mucho dinero. El Estado amplió la
educación gratuita, las subvenciones, las becas y la atención médica. Los
indicadores sociales se dispararon.
Era un
icono de lo que los analistas llamaban la “marea rosa”, compuesta por líderes
políticos de izquierda de toda Sudamérica que querían emular a Chávez.
Levitsky,
coautor del libro Cómo mueren las democracias, describió los años
entre 2004 y 2016 como un periodo de “autoritarismo competitivo”.
“El
gobierno abusa del poder y viola los derechos de tal manera que la oposición
está jugando en un campo de juego inclinado”, dijo. “Pero hay un campo de
juego, hay una oposición y hay una competencia real por el poder”.
Esto
empezó a cambiar cuando Chávez murió en 2013.
Su
sucesor elegido a dedo fue Maduro, su vicepresidente, quien carecía del carisma
de su predecesor.
Pero
el mayor problema del nuevo presidente era que los precios del petróleo estaban
cayendo de manera abrupta y la economía —extremadamente dependiente del
petróleo y apuntalada por los subsidios del gobierno que mantenían las
mercancías baratas— comenzó a entrar en espiral.
Ese
año, Maduro ganó por un margen estrecho en unas elecciones presidenciales
reñidas. Al año siguiente, su gobierno respondió con violencia a las protestas
airadas por la recesión económica.
El
movimiento iniciado por Chávez estaba perdiendo popularidad, y Maduro iba a
tener su muerte en sus manos. En una votación celebrada en 2015, la oposición
se hizo con el control del poder legislativo, una gran amenaza para el
relativamente nuevo líder.
Pero
Maduro encontró una manera de consolidar el poder. En 2017 convocó la elección
de un nuevo órgano que sería rival de la Asamblea Nacional. La votación para
hacerlo fue vista por muchos como una farsa, incluso la empresa que contó los
votos dijo que el recuento había sido alterado por al menos un millón de votos.
Las
fuerzas de seguridad aplastaron una nueva ronda de protestas y, en las
elecciones presidenciales de 2018, los aliados de Maduro prohibieron que
participaran los mayores partidos de la oposición y los principales políticos.
Maduro ganó.
“Fue entonces
cuando Venezuela se acercó a la dictadura”, dijo Levitsky.
La
inflación aumentó, las tiendas de alimentos se vaciaron y los niños estaban
muriendo de desnutrición. Entonces, Estados Unidos impuso amplias sanciones a
la industria petrolera del país, llevando a la economía al borde del colapso.
Desesperado
por conseguir dinero, Maduro aflojó las riendas de la economía. Los productos
empezaron a fluir y pronto el dólar estadounidense sustituyó al bolívar
venezolano como moneda de facto del país.
Pero
el costo de los alimentos y los medicamentos subió y la desigualdad se
intensificó. El círculo cercano de Maduro se convirtió en sinónimo de
corrupción, incluida una trama en la que un empresario, Alex Saab, fue acusado
de hacerse
con cientos de millones de dólares destinados a alimentar a los
venezolanos que pasaban hambre.
El
alejamiento de cualquier tipo de socialismo parecía ser total.
Como
muchos venezolanos, Izarra, el exministro de Comunicación, aún tiene palabras
de afecto para Chávez. Pero critica con dureza a Maduro.
Ahora,
la preocupación de Maduro “no es la pobreza de Venezuela, no es la
democratización de Venezuela, no es ‘el poder para el pueblo’”, dijo. “Es ‘el
poder para sus cleptócratas’”.
Añadió
que ahora en Venezuela “hay más razones para rebelarse” contra el partido
gobernante que hace una generación, cuando Chávez llegó a la presidencia
prometiendo derrocar a la élite.
Tomado
de: https://www.nytimes.com/es/2024/07/30/espanol/venezuela-elecciones-chavismo-maduro.html
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